Cenar en un platillo volante o cuando Madrid tuvo un OVNI
/Se elevaba hasta los treinta metros de altura, contaba con potentes focos y una cascada de agua. Un estrecho ascensor o una serpenteante escalera te llevaban a las estrellas. El desaparecido y espectacular Platillo Volante del Parque de Atracciones, inaugurado por el franquismo, hacía de restaurante y mirador hasta que se convirtió en un gigantesco y falso árbol
Cuando se encendían sus potentes luces (la capacidad era de 600 CV y la potencia de 170 KW), la extraña construcción se convertía en algo realmente maravilloso. Sus potentes focos creaban una curiosa estampa de ensueño. Al mismo tiempo se accionaba una gran cascada, que creaba una cortina de agua iluminada por focos de colores. Era un platillo volante, uno grande, nada más y nada menos que de trescientos metros de diámetro, en cuyo interior los espectadores observaban una increíble vista y quedaban allí expuestos como pasajeros del mayor OVNI que se haya visto en la capital desde que en 1969 Carlos Arias Navarro, vocero del Generalísimo, lo inaugurase con gran pomposidad (cientos de chulapos y chulapas se acercaron en procesión hasta sus inmediaciones. Era el 15 de mayo de 1969, fiesta de San Isidro). Para poder subir había que usar la propia moneda del Parque, un napy, que al principio costaba cinco pesetas y llegó a valer veinticinco.
DANDO VUELTAS Y MÁS VUELTAS DESDE LO ALTO
Alcanzaba una altura de más de treinta metros y era una réplica de un platillo volante al estilo de Encuentros en la Tercera Fase. El ingeniero Carlos Buigas incluso lo dejó listo para que, llegado el caso, la cafetería-restaurante-mirador funcionase un potente mecanismo que girase lentamente sobre sí misma. Sin embargo, parece ser que era un bulo. Nadie lo vio girar y se usaba como reclamo. Aún tendríamos que esperar unos cuantos años. Nuestra primera torre en girar perfectamente fue la torre de observación de la Expo de Sevilla.
«Durante la Transición, el primer inspector que visitó el lugar salió despavorido. Aquello incumplía cualquier protocolo de seguridad»
Tuvo sus años dorados durante los setenta, cuando el estrechísimo ascensor recibía a más y más gente, deseosa de subir hasta bien arriba o, si había suerte, tomarse algo en la cafetería. Aun así era espaciosa: 60 personas cómodamente sentadas, más otros 60 de pie en la barra y 80 en el mirador. Siempre había cola, aunque se podía subir por las serpenteantes escalera, un tanto agobiantes según se ascendía hasta llegar al platillo volante. Detrás de este estaba el barco «La Reina de África», más conocido como el «Barco del Missisipi», que tenía suelos movedizos, ruedas giratorias y otros obstáculos ubicados en la oscuridad.
El franquismo, a pesar de sustentarse en prohibiciones y censuras, mantenía esa doble moral de las dictaduras: por un lado expresaba una tolerancia cero hacia ciertas prácticas, pero otras en cambio las toleraba. Con aquel despropósito legal hizo la vista gorda. Durante la Transición, el primer inspector que visitó el lugar salió despavorido. Aquello incumplía cualquier protocolo de seguridad. Lo primero, su acceso, absolutamente inseguro, aunque no sabemos de ningún accidente. Algo parecido sucedió con el Faro de Moncloa, que también se cerró por incumplir la normativa.
EL NIÑO QUE ECHÓ A VOLAR DESDE SU TORRE
En 1978 se cerró la cafetería, aunque igualmente podía subirse al mirador. Fue el principio del fin. Languideció hasta mimetizarse, o al menos intentarlo, con el medio, con una exuberante Casa de Campo que una vez tuvo un platillo volante. Crecieron plantas trepadoras y la vegetación se hizo fuerte en sus balcones y escaleras. Poco a poco se transformó en un insólito y gigantesco árbol, cuyo carácter metálico se escondió mediante forros de poliéster. Entonces cambió su denominación. Ahora el artefacto era conocido como el «Árbol cafetería», hasta su definitivo derribo (grabado en directo y exhibido en televisión) y la instalación de una nueva atracción, el «Star flyer», que contaba con sillas voladoras situada a 80 metros de altura. En 2010 fue finalmente demolido. Al igual que su idea, surgida de la ciencia ficción y el cine, el engendro volador quedó inmortalizado por todo lo alto, en películas como El padre de la criatura (1972) y, sobre todo, Tobi, el niño con alas (1978), cuando su protagonista Tobi echaba a volar desde la torre.