Cuando la plaza de Lavapiés tuvo nombre de revolucionario
/Durante la Guerra Civil la plaza se renombró como Trifón Medrano, militante socialista fallecido a causa de una bomba. Algunos historiadores madrileños, afirmando que no era un nombre «castizo», criticaron la decisión y fueron respondidos desde la prensa obrera: «Hoy lo castizo es el heroísmo. Lo demás son historias y no Historia», dijeron.
A veces la muerte es caprichosa e imprevisible. Eso lo experimentó Trifón Medrano, militante socialista madrileño fallecido lejos de su hogar, en Bilbao, en noviembre de 1936, cuando media España pensaba que la sublevación militar sería aplastada bajo el puño de obreros y milicianos. En Madrid se libraban encarnizados combates y el frente de guerra terminaría apostado a los pies del Manzanares y la Ciudad Universitaria hasta la definitiva caída de un Madrid que, pese a todo, resistió. Trifón Medrano, miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas, se había incorporado tiempo antes al Quinto Regimiento. Aunque tenía veinticinco años, ya era un militante veterano, que había estado incluso en Moscú. Luchaba contra el totalitarismo con las armas pero también con la palabra. Fue esa arma de la palabra la que, a comienzos de 1936, con la amenaza de la guerra en ciernes, le valió la detención en Ciudad Real tras un mitin donde dijo verdades: a la República no le había temblado el pulso a la hora de reprimir a sangre y fuego la huelga revolucionaria de octubre de 1934, sobre todo en Asturias, donde durante un tiempo se vivió bajo el comunismo libertario. A comienzos de febrero de 1937 las esperanzas se iban perdiendo poco a poco. La lucha sería larga. ABC Madrid, en su edición del 6 de febrero de 1937, sitúa a Medrano camino del Norte: «Hoy ha salido para la zona leal del Norte el secretario de organización de la Federación Nacional de la UJSU, Trifón Medrano, con objeto de recorrer las provincias de Asturias, Santander y Vizcaya y realizar una intensa campaña de propaganda de las Juventudes Unificadas. Llevará a los combatientes del Norte el aliento y la solidaridad de toda la juventud española».
PROYECTILES COMO SOUVENIRS
«Su fallecimiento nunca debió acaecer, no al menos de aquella manera. El proyectil estaba sobre la mesa como un trofeo traído del frente, algo que era frecuente. Los milicianos y mandos a veces volvían con proyectiles encontrados que mostraban como si fuesen souvenirs»
El 17 de febrero de 1937, mientras se hallaba inmerso en una gran campaña de propaganda por el norte del país, murió junto con Luis Rodríguez Cuesta y Agustín Zapiraín Aguinaga (secretario de organización de la JSU en Euskadi) a causa de la explosión accidental de un proyectil en el edificio de la Unión y el Fénix en la calle Arenal número 3 de Bilbao donde celebraban una reunión. Su fallecimiento nunca debió acaecer, no al menos de aquella manera. El proyectil estaba sobre la mesa como un trofeo traído del frente, algo que era frecuente. Los milicianos y mandos a veces volvían con proyectiles encontrados que mostraban como si fuesen souvenirs. Hubo varios heridos, alguno perdió un ojo. Todos lamentaron su perdida, incluso los libertarios. Las Juventudes Libertarias enviaron su pésame y emitieron un comunicado que terminaba diciendo: «En esta hora trágica para todos, en que la muerte nos va arrebatando nuestros mejores compañeros, os enviamos nuestro más sentido pésame, al mismo tiempo que prometemos vengar a todos los que cayeron en defensa de la libertad del suelo español. Os reiteramos nuevamente nuestro sentimiento, quedando vuestros y de la causa revolucionaria».
«Al terminar, la comitiva bajó hasta la plaza de Lavapiés, donde se había criado Medrano, a escasos minutos del Monumental Cinema. Eran las cinco de la tarde. Los vecinos y vecinas abarrotaban el lugar. Tras unas breves palabras desde un balcón próximo se descubrió su placa»
Su homenaje póstumo, celebrado el 23 de febrero de ese año en el Monumental Cinema (hoy Teatro Monumental), en el número 65 de la calle Atocha, fue importante y multitudinario. Ahora, en su edición de ese día, realiza una crónica de este: «El domingo por la mañana millares de jóvenes asistieron en el Monumental Cinema al gran acto que se celebraba en homenaje a los tres dirigentes de la Juventud caídos en cumplimiento de su deber: Medrano, Cuesta y Zapirain. Con este motivo el amplio local se hallaba lleno de antifascistas que deseaban demostrar así su adhesión e Identificación a la obra que han realizado estos camaradas. En el escenario figuraban dos colosales retratos de Medrano y Zapirain, unidos con un transparente rojo. Las barandillas de palcos y anfiteatros ostentaban las banderas de las organizaciones allí representadas. En el acto se hallaban presentes varios jóvenes jefes del Ejército del pueblo, entre ellos los camaradas Carrasco y Tagueña, la orquesta interpretó la "Joven Guardia" y la "Marcha fúnebre", que fueron escuchadas por el público con el puño en alto. El camarada Arconada, secretario general del Comité de Madrid, que presidía, pronunció unas breves palabras. Dice que la juventud que lucha en los campos de batalla está de luto por la pérdida de tres de sus mejores dirigentes. Sus nombres, unidos a los de Andrés Martín, Lina Odena y Fernando de Rosa, son el símbolo de la juventud española. Nuestros camaradas —dice— eran tres auténticos jefes militares. Medrano y Zapirain, comandantes de batallones heroicos; Cuesta, comisario de brigada; tres jefes que, en contraste con los forjadores de derrotas, sabían dirigir al pueblo a la victoria. Este mitin no debe ser un acto fúnebre. Queremos que sea una barricada que tremole muy alto la bandera de la obra que Medrano, Cuesta y Zapirain realizaron. ¡Honor y gloria a los héroes de nuestra independencia!».
Al terminar, la comitiva bajó hasta la plaza de Lavapiés, donde se había criado Medrano (nació en Getafe), a escasos minutos del Monumental Cinema. Eran las cinco de la tarde. Los vecinos y vecinas abarrotaban el lugar. Tras unas breves palabras desde un balcón próximo se descubrió su placa, una iniciativa de la J.S.U. del sector Sur. Se mantuvo hasta el final del asedio a la capital, cuando el pueblo, exhausto y tras soportar bombardeos y la peor de las miserias, vio como desfilaban por sus calles falangistas, tropas moras y los quinta columnistas, empezando así uno de sus periodos más oscuros.
POLÉMICAS, HEROICIDAD Y CASTICISMO
«Lo castizo es el heroísmo. Lo demás son historias y no Historia»
También hubo polémica. Días después, Diego San José, historiador del casticismo, especialista en el Siglo de Oro y periodista en El Heraldo de Madrid o El Liberal, entre muchos otros, criticó el cambio, que fue respondido desde Ahora el 28 de ese mes:
«Diego San José, casticista madrileño, se siente molesto por el cambio de nombre que sufrió últimamente la popular plaza de Lavapiés. Sin ánimo de ofenderle, quisiéramos que el señor San José se enterase de que en España ha sucedido algo que hace que se pueda cambiar no solo un nombre castizo, sino la misma vida de los mejores castizos de Lavapiés y de Madrid. Algo que hace posible el abandono de Lavapiés por sus mujeres y sus niños para salvar su vida, trasladándose a Levante. Algo que nos hace reír del casticismo o, por lo menos, olvidarlo. Y en ese algo que ha ocurrido —dése el señor Diego San José una vuelta por los barrios más castizos a ver si los reconoce— ha tenido un gran papel el camarada Trifón Medrana. En España, y en la antigua plaza de Lavapiés, que sigue formando parte de España, la juventud entrega su sangre por el porvenir del mundo, y por la defensa de la patria. Y es posible que la juventud haga esto porque, entre otras cosas, cerca de la plaza de Lavapiés nació un héroe de la juventud que se llamaba Trifón Medrano y que murió por España... y por Lavapiés. Y los mejores castizos de la popular plaza se olvidaron de los recuperaos del nombre antiguo y le pusieron en homenaje al héroe: "Plaza de Trifón Medrano". Porque hoy lo castizo es el heroísmo. Lo demás son historias y no Historia».
CALLE MATEO MORRAL
No fue la única novedad en los cambios en el callejero de la ciudad. Otra calle, esta vez en el mismísimo centro, rindió homenaje a Mateo Morral, el anarquista que lanzó una bomba al paso de la comitiva de Alfonso XIII. La calle Mayor, poco después del renombre de la plaza de Lavapiés, pasó a llamarse calle Mateo Morral. Pero lo mismo estaba pasando con otras calles, avenidas, teatros y cines, que recibían los nombres de dirigente fallecidos como Durruti. El fascismo hará lo mismo. Nada más imponerse, Madrid descubrió un callejero del horror, una ruta hacia la soñada y proyectada «Ciudad Imperial»: la Cuesta de San Vicente se renombró de Onésimo Redondo, fundador de las paramilitares Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, a un paso de una rotonda de Ramiro Ledesma, que conducían a la plaza de España y la Gran Vía, entonces llamada Avenida José Antonio.