Cuerpos que importan


Alana Portero sobre los cuerpos que importan y los que no: «Es pura belleza asistir a un instante de democratización de la élite cultural como el que protagonizó Benedicta»


                            POR ALANA PORTERO

Terminábamos la semana pasada leyendo a un médico que acaba de publicar un libro. Parece que la premisa del mismo viene a ser la optimización de los recursos sanitarios. Una de las propuestas para conseguirlo sería evitar que los potenciales pacientes lleguen a serlo recomendándoles un poco de despreocupación por sus dolencias. Argumenta el médico con algunos datos sobre detección temprana de tumores que nunca serán peligrosos porque no crecen o lo hacen muy despacio, también habla del sobrediagnóstico, que acabará por someter a los pacientes a tratamientos que no necesitan, de la sobremedicación y de la dudosa utilidad real de fármacos aprobados y suministrados por el sistema, acusándolo de corrupto.

Es cierto que mantener a una sociedad en un estado constante de hipocondría es un peligro para las personas, de los usos del miedo sobre la población y de los muñecos de paja se ha hablado mucho y muy bien desde hace décadas. Este es el único punto en el que estoy de acuerdo con el médico en cuestión. En el momento en el que se habla de la salud de las personas y la atención médica, y se mencionan conceptos como «coste-efectividad», se me aparece el pálido fantasma de Ayn Rand y me dan escalofríos. Desde tal premisa se puede defender cualquier negación de la asistencia y de ahí a hacerle ojitos a la eugenesia solo hay dos malas tardes.

«En medio de todo eso se presenta una señora de más de ochenta años, con todo su bagaje, su sabiduría, su fragilidad y con la inocencia que da ser una novata en el oficio y llega a lo más alto»

La afirmación con la que me saltaron las alarmas fue la siguiente: «un paciente de ochenta y pico años no debería ingresar en la UCI». De nuevo tiraba de estadística y exponía el bajísimo índice de superviviencia de las personas octogenarias que llegan a la UCI, según sus datos, la mayoría no saldrá de allí y los pocos que lo hagan morirán al año siguiente. De nuevo el espectro de la rentabilidad sobrevuela la situación. Menciona, todo hay que decirlo, un supuesto y deseable cambio de mentalidad global respecto a la muerte. Concuerdo en esto último, pero no es lo mismo el ensañamiento terapéutico que la negación de la asistencia necesaria. Una vida no se salva en función del tiempo que le queda, el valor a proteger es la vida misma, siempre y cuando no se crucen límites que atentan contra la dignidad de una persona, hay que protegerla hasta sus últimas consecuencias. Pido prestado el concepto a la escritora Silvia López y hablo de «los cuerpos que importan». Es muy fácil, con los datos y la asepsia en la mano, descartar seres humanos en nombre de la razón, que a su modo, puede llegar a convertirse en un credo, sobre todo si necesita montañas de datos para sostenerse y olvida a quienes no aparecen en las estadísticas o lo hacen mal mesurados.

La actriz Daniela Vega. Fotografía: EFE

La actriz Daniela Vega. Fotografía: EFE

Pocos días después, tras la victoria de Benedicta Sánchez del Goya a la mejor actriz revelación, leí en redes sociales algunas opiniones al respecto que me dejaron estupefacta. El sentido de las mismas venía a ser que se trataba de un premio de cara a la galería, efectista, que poco tenía que ver con el arte dramático. Se contraponía a las otras candidatas, las más jóvenes, como ejemplo de buen trabajo interpretativo que quedaría eclipsado por este premio a una señora entrañable que no lo merece porque no es profesional. De nuevo cuerpos que importan y cuerpos que no. El premio a Benedicta significa muchas cosas, para empezar un reconocimiento a la verdad, el concepto alrededor del cual gira la película de Óliver Laxe, Benedicta hace en pantalla todo lo que su personaje requiere para que la cinta funcione, esa es mi definición de arte dramático: la puesta en marcha de todos los recursos interpretativos a tu alcance para sumar al todo que es la obra. Hacerlo con naturalidad y hacerlo bonito. Ni un pero a la actuación de Benedicta en este sentido. Por otro lado, Benedicta abre un poco la ventana y deja entrar el aire dentro de un mundo que suele pecar de endogámico. En medio de todo eso se presenta una señora de más de ochenta años, con todo su bagaje, su sabiduría, su fragilidad y con la inocencia que da ser una novata en el oficio y llega a lo más alto. Esto dice cosas muy buenas de nuestro cine, da esperanzas a quienes orbitamos muy lejos del éxito pero no dejamos de ser actrices, tanto como la que más. Respecto al resto de candidatas, todas magníficas, obtuvieron el reconocimiento de la nominación, las vio toda España y volverán a estar sentadas en esa platea en el futuro. Benedicta no les ha quitado nada, pretender decir lo contrario es no saber nada de cine, ni de las dinámicas del éxito.

«Quien no tiene necesidad de genealogía, porque posee los códigos culturales, no entiende lo que puede significar para los nietos de la actriz gallega, ver a su abuela ahí arriba levantando un premio, o para todas nosotras ver a Julieta Serrano, diosa del oficio y de la misma edad que Benedicta»

Julieta Serrano en la última gala de los Goya: Fotografía: EFE

Julieta Serrano en la última gala de los Goya: Fotografía: EFE

«Una vida no se salva en función del tiempo que le queda, el valor a proteger es la vida misma, siempre y cuando no se crucen límites que atentan contra la dignidad de una persona, hay que protegerla hasta sus últimas consecuencias»

De entre estas últimas opiniones hubo una especialmente cetrina, la del periodista Pascual Serrano, que no entiende el mérito de actores y actrices que, según él, se interpretan a sí mismos. Ponía dos ejemplos: ancianas gallegas de pueblo y personas con discapacidad. No es extraño que este señor, como todo aquel que nunca ha tenido que plantearse cómo encaja su cuerpo en el mundo, porque este está hecho a su imagen, crea que existe una anciana gallega de pueblo universal que se manifiesta en todas y cada una de las familias gallegas del mismo modo, o que todas las personas con algún tipo de discapacidad son exactamente iguales e intercambiables entre sí. De nuevo los cuerpos que importan y los que no. De los cientos de películas que se hacen al año protagonizadas por un treintañero atormentado con un pasado relacional atribulado supongo que no hay nada que decir, de la plantilla de hombre de mediana edad, canalla, de mecha corta pero con buen fondo se supone que pueden extraerse mil matices interpretativos que nos estamos perdiendo. O de los malos con pluma. O de los veinteañeros macarras. Situarse en el centro de la creación —sea divina, burguesa u obrera— tiene estas cosas, que todas las viejas te parecen iguales y que total, para qué meterlas en la UCI si ya están escarbando para echarse.

Del mismo modo que una sanidad pública bien gestionada, como históricamente lo ha sido en este país, puede permitirse asistir con todos los recursos posibles a cualquiera, sin que esto signifique un menoscabo de la atención general; la representación cultural y el acceso a la misma debería estar garantizado para todo el mundo. Es pura belleza asistir a un instante de democratización de la élite cultural como el que protagonizó Benedicta. Quien no tiene necesidad de genealogía, porque posee los códigos culturales, no entiende lo que puede significar para los nietos de la actriz gallega, ver a su abuela ahí arriba levantando un premio, o para todas nosotras ver a Julieta Serrano, diosa del oficio y de la misma edad que Benedicta, recibiendo el aplauso y el tributo de una profesión que suele tratar regular a las mujeres a partir de cierta edad.

En la gala del año pasado yo misma lloraba con las tres palabras de la actriz trans Daniela Vega: «rebeldía, resistencia, amor».

Si los recursos públicos, la cultura y la lucha por los derechos fundamentales no incluye a todo el mundo, es proselitismo en el mejor de los casos y supremacismo en el peor.

¿Me puedo ir ya?

«Cuerpos que importan»: préstamo tomado de Silvia López y su libro Los cuerpos que importan en Judith Butler, editado por Dos Bigotes.


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