Deudas fantasmales
/Alana Portero nos habla, a partir de su experiencia personal, de la importancia de la ficción, que puede darte una imagen de ti misma completamente deformada o sanarte: «Somos historias. Aprendemos a través de historias. Perduramos en ellas. Una mal contada y bien transmitida puede arruinar incontables vidas»
POR ALANA PORTERO
Sería el año 87. En el cine del barrio ponían Cocodrilo Dundee, una comedia para todos los públicos que narraba las aventuras de un cazador de cocodrilos australiano durante un viaje a Nueva York. Mi tío, con sus oposiciones recién aprobadas, nos llevó a verla a todos los sobrinos para celebrarlo. La incomodidad de pasar tiempo con chicos de mi edad o algo más mayores —por entonces la masculinidad familiar ya me daba duras lecciones para corregirme ciertas actitudes— era superada por mis ganas de ir al cine. Nada me gustaba más, siempre he vivido la experiencia de la pantalla grande como una intimidad total y agradabilísima, merecía la pena el alboroto previo y posterior.
Sobre la película no hay mucho que contar, me hacían gracia las dificultades del protagonista para adaptarse al entorno urbano y el estupor de los neoyorquinos ante sus peripecias. Lo estaba pasando bien hasta que, ya avanzado el metraje, cuando el personaje se ha ganado a todo el mundo y su carisma le ha abierto las puertas de la ciudad, se lo llevan a un bar a tomar unas cervezas. La escena es ruidosa, él cuenta historias de su vida salvaje entre cocodrilos y todos aplauden y celebran las anécdotas. Una mujer hiperarreglada, casi una caricatura de la feminidad, se siente atraída por el aventurero, trata de seducirle y lo consigue. Justo antes de que vayan a apartarse del resto, uno de los compañeros de juerga del protagonista le advierte de que ella no es lo que parece, que es «un tío». Inmediatamente nuestro héroe se dirige a la mujer, le echa mano a los genitales con brusquedad y grita «es un tío vestido de tía» varias veces. Todo el bar se ríe a carcajadas y la mujer sale de allí corriendo y humillada. Él sigue gritando, le dan una jarra de cerveza, brindan y termina el episodio fallido de seducción.
CARICATURA, DESPRECIO Y BURLA
«Performar una masculinidad torpe era mi salvoconducto para sobrevivir. Leía muchísimo y veía todo el cine que podía, buscaba referentes como un perro famélico, el Orlando de Woolf y el tío Randolph de Capote eran los que mejor me ajustaban»
No recuerdo muy bien cuando empecé a sentirme mal, creo que desde que ella apareció en pantalla me costaba respirar con normalidad. Sentía una vergüenza inexplicable, como si hubieran encendido las luces de la sala y yo estuviera desnuda. Todo el patio de butacas se desternillaba. Hasta que no terminó la escena no me di cuenta de que me había orinado encima.
Primera lección entendida: la caricatura, el desprecio y la burla van a seguir toda la vida.
Para 1992 mis desvelos de género y sexualidad estaban casi resueltos. Era algo que había decidido vivir en soledad y a escondidas. Performar una masculinidad torpe era mi salvoconducto para sobrevivir. Leía muchísimo y veía todo el cine que podía, buscaba referentes como un perro famélico, el Orlando de Woolf y el tío Randolph de Capote eran los que mejor me ajustaban. Fantasía o decadencia. Sublimación o hiperrealidad alcohólica que se desmorona.
En casa había Canal Plus, no sobraba el dinero, pero yo no salía jamás y mis padres decidieron regalármelo para que llenase mis fines de semana. En cuanto llegó Neil Jordan y su Juego de lágrimas me encontró delante de la pantalla, había leído algunas cosas bastante crípticas sobre la película, mi radar trans estaba disparado y recibí la emisión como una primera cita.
Cuando los protagonistas, un miembro del IRA y una cantante de bar, intiman, tiene lugar una escena preciosa, él, sentado, la desnuda muy despacio y desciende por su cuerpo a besos, hasta que llega a la pelvis, entonces se abre el plano y resulta que la cantante tiene pene. La reacción del personaje interpretado por Stephen Rea, el miliciano irlandés, es inmediata, sale corriendo al baño y vomita.
Segunda lección aprendida: mis intuiciones son ciertas, solo puedo aspirar al asco.
Paul Preciado, Riki Wilchins, Judith Butler, Monique Wittig y Paco Vidarte
ASPIRAR AL ASCO
Poco tiempo después, quizá dos o tres años, la oscuridad con la que cubría mi realidad ya me había combado la espalda, mi salud mental estaba muy deteriorada, los privilegios devenidos de vivir una vida como hombre me estaban volviendo completamente loca, solo el teatro me aliviaba algunas horas. Por esa época empecé a usar ropa tradicionalmente femenina cuando estaba a solas, lejos de tener intención erótica alguna, me limitaba a mirarme al espejo y después, si tenía tiempo e intimidad suficiente, me la dejaba puesta para leer, ver alguna película o sentarme delante de la televisión, si sabía que mis padres o mi hermano no iban a venir a casa, me quedaba dormida. Era mucho mejor que cualquier ansiolítico.
Cine con mi hermano y más gente. Año 95. Ace Ventura. Más inofensiva imposible. Una comedia absurda sobre un detective de mascotas protagonizada por Jim Carrey. Una esperaría no encontrar nada problemático en semejante payasada. Me equivocaba. La mala de la película es una señora despampanante que resulta ser un antiguo jugador de los Miami Dolphins. Cuando Ace Ventura se entera y recuerda que se han besado, se provoca el vómito, se lava la boca exageradamente, se frota la piel en la ducha con un cepillo enorme y llora con todo el histrionismo metido la bañera.
Todo el patio de butacas se desternilla. Lección confirmada. Soy el asco.
La escena más ridícula de Ace Ventura en realidad estaba por llegar. La protagonizo yo unas horas después de haber visto la película. En ella me tomo una cantidad poco razonable de pastillas para dormir de mi padre y además me corto la muñeca izquierda en un intento de suicidio completamente ridículo, mal pensado y peor ejecutado. Ni siquiera la ambulancia que me lleva al hospital se da mucha prisa.
Pasan los años y las lecturas se asientan, llega la teoría queer y me ayuda a entender algunas cosas. Llega el activismo y me ayuda a liberar mucha rabia. Descubro que soy buena ayudando a los demás, mucho mejor que ayudándome a mí. Llega la independencia. Llegan episodios de cierta liberación en los que intento asomarme a mi género de vez en cuando. Mis referentes son filosóficos, puramente teóricos, todos y todas en calidad de mentores: Paul Preciado, Riki Wilchins, Judith Butler, Monique Wittig, Paco Vidarte; aún no he encontrado el consuelo pop, la referencia ilusionante, entender las cosas no significa dejar de sufrirlas, quienes hemos crecido con esa mutilación emocional de no verse jamás reflejadas en ningún sitio, mantenemos parcelas emocionales sin madurar que tarde o temprano necesitarán completar su desarrollo, sea con 15 o con 75.
«Pero también hay alegría, vitalidad, baile, brillo, ganas de agarrarse a la vida con los dientes, una reinvención de la familia que las personas LGTB de cierta edad conocemos muy bien; hay sororidad, hay humor, hay lecciones de vida cada quince minutos y un derroche de verdad y de emoción que cuesta asimilar de golpe»
Empiezo a transicionar a los 37. Tengo que esperar hasta los 40 para encontrar el tesoro ficcional que me devuelve la alegría de ser quien soy. Se estrena la serie Pose. Un melodrama creado por Ryan Murphy, Brad Falchuk y Steven Canals situado en la escena de los balls neoyorquinos de finales de los 80, protagonizado en su mayoría por mujeres trans racializadas y —como mínimo— un actor gay y una actriz lesbiana. La jugada maestra de los creadores de la serie consiste en dejar casi todos los guiones y la dirección de los episodios en manos de mujeres trans, especialmente Janet Mock y Lady J.
VIVIR, POSAR Y LUCIR
En la serie está presente la masacre del SIDA y la desatención de la administración norteamericana a las personas enfermas que se tradujo en un genocidio cuyas cifras están aún por confirmarse; se habla de trabajo sexual, de miseria, de exclusión, de gentrificación, de clases, de todas las fobias relativas a la condición LGTB, de racismo, de odio, de todo lo que tiene que hablarse y denunciarse cuando se habla de nosotras. Pero también hay alegría, vitalidad, baile, brillo, ganas de agarrarse a la vida con los dientes, una reinvención de la familia que las personas LGTB de cierta edad conocemos muy bien; hay sororidad, hay humor, hay lecciones de vida cada quince minutos y un derroche de verdad y de emoción que cuesta asimilar de golpe.
«Está escrita e interpretada evitando el lenguaje y las premisas de quienes nos oprimen. Es una ficción que construye ontología. Es un principio y una culminación. Cierra muchas de nuestras deudas fantasmales y abre caminos a quienes están creciendo sin esas deudas, a quienes nos harán mejores y felices en la realidad y en la ficción»
La importancia de la ficción es que puede darte una imagen de ti misma completamente deformada o sanarte. Somos historias. Aprendemos a través de historias. Perduramos en ellas. Una mal contada y bien transmitida puede arruinar incontables vidas.
No sé si Pose puede servir referentes a gente joven, creo que sí, de lo que estoy segura es de que para nosotras, las que crecimos buscando espejos ficcionales sin suerte, constituye un proceso de restitución retroactiva. Está escrita e interpretada evitando el lenguaje y las premisas de quienes nos oprimen. Es una ficción que construye ontología. Es un principio y una culminación. Cierra muchas de nuestras deudas fantasmales y abre caminos a quienes están creciendo sin esas deudas, a quienes nos harán mejores y felices en la realidad y en la ficción. Blanca, Elektra, Angel y Pray Tell, personajes principales de la serie, hablan a nuestras adolescencias perdidas, a nuestros primeros dolores, a nuestras primeras soledades, llegan al 87, al 92, al 95 y dicen: tranquila, tendrás momentos mejores y momentos peores, no va a ser nada fácil, pero merece la pena y va a salir bien. Mientras tanto, vive, posa y lúcete.