El Far West en Barcelona o Buffalo Bill paseando por Las Ramblas
/«Anteayer fue objeto de la curiosidad general en Barcelona el desembarque de la compañía de Buffalo Bill. Componen la comitiva 200 pieles rojas y otros tantos vaqueros mejicanos, y 200 animales, entre caballos, búfalos y bisontes. Desde Barcelona, donde permanecerán cinco semanas, se dirigirán á Nápoles. Cuando se presentó en el muelle su presidente Crawford los indios prorrumpieron en alaridos salvajes aclamándole», afirmó el periódico La Época sobre uno de los acontecimientos más singulares, espectaculares y, al mismo tiempo, extraños que vivió Barcelona en los últimos años del siglo XIX: la visita en 1889 de William Frederick Cody, alias «Buffalo Bill», descrito por La Ilustración Artística como un hombre «de elevada estatura, musculatura de acero, mirada franca, rostro bondadoso, cabellera larga flotando sobre sus espaldas, gracioso, esbelto y elegante».
Buffalo Bill, inmortalizado por la literatura y, posteriormente, el cine, llegó con su troupe a Barcelona, tras cosechar grandes éxitos internacionales. La expectación, en las inmediaciones del muelle de San Beltrán y en toda la ciudad, era máxima. Días antes, la prensa hizo correr rumores absurdos que alertaban a los barceloneses de la «peligrosidad» del desembarco, algo que traería a «salvajes» indios, descritos como incivilizados, e incluso la posibilidad de que se escapase alguno de los animales que el circo exhibía, como los mismos búfalos que el héroe de la cultura popular se dedicó a cazar durante años. Sin embargo, al parecer, el único incidente fue el ataque de un perro de la compañía a un niño que jugaba junto a las instalaciones del circo.
Lo cierto es que cualquier viandante podía encontrarse bajo la estatua de Cristobal Colón, al final de Las Ramblas, junto al puerto, una insólita escena: el propio Buffalo Bill rodeado de indios ofreciendo una rueda de prensa en la que describió las excelencias de su circo, que había acudido a Europa para actuar en la Exposición Universal de París y, desde allí, tras embarcarse en Marsella, llegó a la ciudad condal.
Su estancia es un relativo misterio. Ofreció varias funciones que tuvieron bastante público, pero llegó a estar más de un mes, durante el cual se propagó una epidemia de fiebre, que hizo circular más habladurías. Se aseguró que había sido propagada por los indios, que según algunos caían fulminados. Se sabe que al menos dos sioux fueron atendidos, posiblemente por culpa de las enfermedades del «hombre blanco» como la viruela.
«Los pieles-rojas permanecieron en cuclillas todo el tiempo que duró el desembarco, fumando tranquilamente y envueltos en mantas pardas»
Es verdad que acudió acompañado de indios, pero por aquellas fechas quedaban muy lejanas las historias de aquel primer Far West. La inmensa mayoría de indios se hallaban en reservas, habían sido sistemáticamente aniquilados o se encontraban en un estado de destrucción de su identidad a causa del alcohol y enfermedades hasta entonces desconocidas.
La Unión Católica describió la llegada de la compañía de esta manera: «Figuran en la compañía 100 guerreros sioux y dos mujeres, 10 vaqueros mejicanos y otros norteamericanos, 200 caballos, 20 de ellos «moustang», y 10 bisontes. Los pieles-rojas permanecieron en cuclillas todo el tiempo que duró el desembarco, fumando tranquilamente y envueltos en mantas pardas».
Llegó el 18 de diciembre a bordo del Palma, un barco que vino cargado de estrambóticos pasajeros de decenas de nacionalidades que venían a ofrecer algo así como una muestra del exotismo oriental y de los mitos del Far West. Se instalaron en unas carpas y un pequeño hipódromo construido expresamente para él y que estaba situado en la calle Muntaner. Durante las funciones, hubo exhibiciones de jinetes, prácticas de tiro e incluso se escenificaron ataques de indios sobre soldados americanos. Buffalo Bill, en una de estos shows, hacía de general Custer. Hay quien asegura que el mismo Buffalo Bill, en una ocasión en que tuvo que rescatar a uno de su compañía de una bronca nocturna, tuvo que sacar sus pistolas, aunque posiblemente no sea cierto.
Lo que sí es cierto es que, cuando en enero regresaron a Estados Unidos, la compañía lo hizo diezmada. Además del par de indios, murió el jefe de pista, un anciano, el coronel llamado Frank Richmond, que fue embalsamado y su cuerpo repatriado. Los indios, finalmente, no había matado o violado, como muchos temían. «Eran buena gente», afirmaron algunos.