El gallego que deslumbró a todos y pudo reinar
/Manuel Bujados fue comparado con Beardsley, ilustrador de Oscar Wilde y Poe. Sus ilustraciones modernistas lo convierten en uno de los más grandes artistas españoles de lo surreal y maravilloso
«Manuel Bujados es un apasionado de las lánguidas decadencias y de los sutiles refinamientos. Diríase un hermano de Aubrey Beardsley que hubiera aprendido de Edmundo Dulac los fondos para sus mujeres enjoyadas, sus bizantinismos a lo Moreau, sus monos frívolos que se sientan sobre lacas reflejadoras...». No era una comparación gratuita: Aubrey Beardsley, además de a Oscar Wilde, había ilustrado magistralmente la obra de Edgar Allan Poe. Estas fueron las primeras palabras que La Esfera, la gran revista modernista española, le brindó en diciembre de 1914. Precisamente, 1914, el año de la Gran Guerra, fue un punto y aparte para él. Había expuesto sus obras en el Salón de Humoristas, pero entonces todo cambió. Su técnica se hizo más rica y precisa. Desde entonces, lo maravilloso explotó en su obra.
«No era una comparación gratuita: Aubrey Beardsley, además de a Oscar Wilde, había ilustrado magistralmente la obra de Edgar Allan Poe»
Bujados representó como ninguno lo mejor y más espectacular del modernismo inspirado en lo oculto y maravilloso, en lo surreal antes del surrealismo, en el mundo fantástico y simbolista tan presente en la España finisecular. Como ha sucedido con otros tantos escritores e ilustradores españoles, auténticas joyas en bruto de un arte brillante y rompedor, el nombre de Manuel Bujados (1889, Viveiro – 1954, Belle Vive, Argentina), se ha paseado en la penumbra de las letras y las artes españolas. Cuando comenzaron a aparecer sus impresionantes ilustraciones en algunas de las mejores revistas de la época, como La Esfera, que junto a la información política, social y cultural, solía darle una gran importancia al aspecto visual, recogiendo la obra de escritores e ilustradores españoles, el arte de Bujados ya tenía una luz propia. Había estado en el lugar y momento adecuados, viajando por las principales capitales culturales europeas, como París o Berlín, que vibraban con movimientos de vanguardia. Allí conoció de primera mano lo que estaba sucediendo. En Madrid frecuentó los círculos modernistas o a grandes escritores como Emilio Carrere. Estuvo en todo y con todos, pero no mereció gloria alguna a los ojos de España.
Navageba entre el exceso: «Es una fragancia de poesía, sutil como un vago perfume, el que envuelve como en un halo de ensueño toda la obra de Bujados. El ama las floras fabulosamente extrañas. Las noches cernidas de estrellas como de polvo estelar, los cortejos suntuosos de mujeres como ninfas desnudas, las vestes flotantes de las deidades mitológicas, las armaduras rutilantes de los paladines de balada, las aves de plumajes donde todas las gamas del iris están aprisionados, las gemas extraordinarias de las reinas de cuento oriental» (La Esfera, 16 de julio de 1927).
Durante décadas cayó en un olvido ominoso, algo que parece comenzar a cambiar. Bujados pudo reinar.