El misterio de la Boca del Infierno (Fernando Pessoa)
/En octubre de 1930, el escritor, poeta y pensador Fernando Pessoa, tras la polémica y las especulaciones sobre la suerte del famoso mago y ocultista Aleister Crowley, que simuló su propio suicidio, publicó una sorprendente «confesión» sobre su paradero y contacto que había tenido con él tras compartir juntos paseos, conversaciones y partidas de ajedrez. El documento es maravilloso: no solamente Pessoa cuenta lo que realmente pasó entre él y la «Bestia» sino también muestra las creencias y conjeturas, en gran medida mágicas, de este.
En noviembre del año pasado, recibí por correo una circular anunciando la publicación en seis volúmenes de las Confesiones de Aleister Crowley. El nombre me era conocido, como a toda la gente que vive en la civilización, por el vasto escándalo, erigido por los periódicos ingleses y americanos, que lo rodeaba. La circular era interesantísima. A principios de diciembre recibí el primer volumen de las Confesiones: solo ese y el segundo están todavía publicados. El primer volumen se abre con un horóscopo de Crowley. Como soy astrólogo, estudié atentamente ese horóscopo y, cuando remití a los editores la importancia del volumen, añadí una nota final: les dije que le comunicaran al Sr. Crowley que su horóscopo estaba equivocado, y que debía haber nacido un poco antes de la hora que suponía. Unos días más tarde recibí una carta de Crowley agradeciendo mi indicación, que encontraba muy interesante. Así comenzaron, a distancia, nuestras relaciones.
Cuando a finales de diciembre recibí el segundo volumen, envié a Crowley tres folletos míos de versos publicados en inglés. Al agradecerlos, Crowley me honró con la afirmación de que me deseaba conocer, y de que aprovecharía el primer viaje que fuese propicio, entre los muchos que hacía, para venir a conocerme. Así lo hizo. Por motivos de salud debía salir de Inglaterra y eligió Portugal —o, más propiamente, la Costa del Sol— para una estancia de reposo.
El 29 de agosto, recibí un telegrama anunciando que llegaba en el Alcántara, al tiempo que me pedía que lo esperase. El Alcántara, retenido en Vigo por la niebla, llegó el 2 en lugar del 1 de septiembre. Esperé a Crowley y me encontré con él, tal y como habíamos acordado. Así comenzaron nuestras relaciones personales. Crowley venía acompañado de una señora muy joven, que supuse inglesa, pero que después supe que era alemana, llamada Hanni Larissa Jaeger. Los dos se alojaron en el Hotel de L’Europe, de donde fueron, al día siguiente, al Hotel París, en Estoril. Los encontré (a los dos) solo dos veces después de la llegada, una vez en Estoril, el día 7; otra vez en Lisboa, el día 9. Después del día 9, no volví a ver a Miss Jaeger.
El 18 de septiembre recibí una carta de Crowley, escrita desde el Hotel Miramar, en el Monte Estoril, en la que me decía que Miss Jaeger, durante la noche del día 16, había tenido un violento ataque histérico que había sobresaltado a todo el Hotel París y que, por ese motivo, había venido al Hotel Miramar, pero que en la mañana de 17, Miss Jaeger había desaparecido dejando solo dos líneas a lápiz asegurando que volvería pronto.
El mismo día 18 Crowley apareció en Lisboa visiblemente preocupado por la desaparición de Miss Jaeger. Me dijo que lo que sobre todo le preocupaba era su «herencia», su tendencia proclamada hacia el suicidio, y la convicción de que estaba siendo perseguida por un mago negro llamado Yorke [Gerald Yorke, discípulo suyo, además de editor de sus obras y mecenas, con quien la pareja se había peleado]. Quería urgentemente descubrir su paradero.
Como me pareció realmente importante encontrar a Miss Jaeger —cuya tendencia hacia el suicidio, con o sin magos negros, no era tranquilizadora—, fui a la Policía de Seguridad, por ser mi amigo el Segundo Comandante, el Mayor Joaquim Marques, a quien le expuse la situación y pedí que se hiciera lo posible para encontrar a la desaparecida. Luego dejaron de buscarla, pero sé que lo intentaron. Que yo sepa, no la lograron encontrar. Ahora veo en un periódico que la policía (no sé cuál) descubrió que había salido del país el 20, a bordo del vapor Werra, en dirección a Alemania, y que era americana y no alemana. Hasta pidió ayuda monetaria al Consulado de los Estados Unidos. Yo vi su pasaporte. Lo tenía en el Hotel de L’Europe, y era alemán.
«El día 24, viniendo de la Estrella, por la mañana, en el coche que desciende la Avenida, vi a Crowley o a su fantasma, doblando la esquina del Café La Gare en la Calle 1° de diciembre»
Crowley se quedó en Lisboa, en el Hotel L’Europe, desde el día 18 hasta el día 23 (salvo el domingo 21, en que fue a jugar al ajedrez a Sintra). Fue durante esta estancia en Lisboa cuando hablé con él con mayor frecuencia. El día 22 me dijo —algo que repitió el día 23— que iba otra vez a Sintra, una ciudad con la que se había quedado encantado, y que allí se quedaría unos días. Se despidió de mí a las diez y media del día 23, a las puertas del Café Arcada, en el Terreiro do Paço. Nunca más volví a hablar con él. Sin embargo, quiero creer que lo vi una vez más. El día 24, viniendo de la Estrella, por la mañana, en el coche que desciende la Avenida, vi a Crowley o a su fantasma, doblando la esquina del Café La Gare en la Calle 1° de diciembre. El mismo día 24, al atravesar la Plaza Duque de la Tercera, nuevamente vi a Crowley, o a su fantasma, entrar junto a otro individuo en la Tabacaria Inglesa. En ninguno de los casos tuve tiempo o motivos para hablarle. Tampoco me extrañó mucho que viniera a Lisboa un individuo que estaba en Sintra. El día 25, pasando por el Hotel de L’Europe, le pregunté al portero si el Sr. Crowley estaba en Sintra. Me respondió que sí, y que se quedaría hasta el final de la semana. Le pregunté por qué había visto al señor Crowley, el día anterior, en las inmediaciones de la Estación del Cais do Sodré, a esto el portero respondió textualmente: «Es que él debe haber ido ayer a Estoril con un amigo que tiene en Sintra». Esto, como resulta lógico, confirmó mi impresión de que no tenía razón en dudar de haberlo visto dos veces el día 24.
«L. G. P. Año 14, Sol en Balanza. No puedo vivir sin ti. La otra “Boca del Infierno” (sic) me cogerá. No será tan caliente como la tuya. Suos. Tu Li Yu»
La Policía Internacional dice que pasó la frontera el día 23. Si así es, es así; y en ese caso no fue a él a quien yo vi el 24. Yo aceptaría de buen grado la indicación de la Policía Internacional; aceptaría, de menos buen grado, la hipótesis de que se tratase de una mistificación de Crowley, si no fuese por una circunstancia contenida en la carta hallada en la Boca del Infierno, que me hace volver, en cierto modo, a mi impresión primera. La carta, traducida literalmente, dice lo siguiente: «L. G. P. Año 14, Sol en Balanza. No puedo vivir sin ti. La otra “Boca del Infierno” (sic) me cogerá. No será tan caliente como la tuya. Suos. Tu Li Yu». Explico hasta donde comprendo, y dejo lo importante para el final. «Año 14» es sin duda el año presente, en la cronología especial adoptada por Crowley y cuyo origen desconozco. «L. G. P.» no sé qué es, pero, por la colocación en la carta, debe ser el «nombre místico» de Miss Jaeger, o las iniciales de él. «Suos» tampoco sé lo que es, pero también por la colocación supongo que es una «palabra mágica» entendida solo por ambos. «Tu Li Yu» sé lo que es por Crowley, quien una vez que me habló de esto: es el nombre de un sabio chino que vivió unos tres mil años antes de Cristo y de quien Crowley decía ser la encarnación presente. Y ahora el punto importante: la fecha es el «Sol en Balanza». El Sol entró en el signo de Balanza a las 18 y 36 minutos del día 23 de septiembre y bajo ese signo permanece hasta el 22 de octubre.
Esta carta fue escrita entre esa hora del día 23 y la hora en que fue encontrada. ¿Fecha falsa? No. Un astrólogo puede poner fechas falsas, como cualquier persona, siempre que utilice los números o formas vulgares. Lo que ningún astrólogo, por motivos que no es lícito revelar, se atrevería a hacer, es falsear una fecha escrita según signos de los astros. Acepto que un astrólogo sea tenido por loco, pero entonces esa superstición es uno de los síntomas fatales de su locura. Sobre el hecho de que Crowley firmase la carta, no con su nombre, ni con ninguno de sus nombres ocultos o masónicos, sino con el nombre de lo que considera su primera encarnación representativa, o su primer «ser esencial», también habría que hacer algunas observaciones, que de algún modo vendrían al caso. Pero según lo que ahí se indica, creo que por el momento ya es suficiente