La maldición del hombre de las dos caras
/Según la mitología griega los seres humanos fueron creados originalmente con cuatro brazos, cuatro piernas y una cabeza con dos caras. Zeus, aterrorizado ante la perspectiva de perder su poder, los dividió convirtiéndolos en seres separados y condenados a pasar sus vidas buscando a sus otras mitades. En la mitología romana existe un dios con dos rostros sin equivalente en la griega: Jano. Dios de las puertas, los comienzos y los finales, tiene el poder de ver el pasado y el futuro al mismo tiempo.
No hay constancia de que este poder y sus visiones acompañasen en vida a Edward Mordrake, aunque lo que sí le acompañó hasta el final fueron los terribles susurros de su «otro rostro».
Edward nació en el siglo XIX (se desconoce la fecha exacta) y fue uno de los casos que más impactó a la sociedad y a la ciencia del momento: nació con dos rostros. Uno de ellos, el «suyo», completamente normal y sano; el otro, en el cuello, de menor tamaño, estrábico, deforme y atrofiado, pero con capacidad de moverse, sonreír y hacer muecas. Él la llamaba su «gemela diabólica».
Según los relatos de la época, ese rostro femenino era como una especie de máscara que acompañaba a su «otro yo», ocupando una pequeña zona de la parte inferior del cráneo y que mostraba signos de «inteligencia de aire maligno». Movía sus labios sin cesar y sin que nadie, salvo Edward, pudiese escuchar palabra alguna. Durante la noche, el joven no podía conciliar el sueño, los terribles susurros nunca paraban: «nunca duerme, pero me habla de tales cosas de las que solo se oyen en el infierno. La imaginación no puede concebir las tentaciones espantosas en las que me envuelve. Por alguna imperdonable maldad de mis antepasados estoy cosido a este demonio, porque estoy seguro que es un demonio. Yo ruego y suplico para que lo eliminéis del mundo, aunque yo muera». Este testimonio de Mordrake apareció en 1900 en un libro de medicina de George M. Gould titulado Anomalías y curiosidades de la medicina. Lo que padecía el desdichado Edward era diprosopía, un síndrome congénito de duplicación cráneofacial que, según el nivel de alteración congénita, puede hacer que la persona afectada tenga cuatro ojos, cuatro orejas, etc. Su estructura dominante era absolutamente normal y sana y su cara era expresiva, sin embargo, su «otro yo» era un conjunto de músculos y nervios mal desarrollados desde el nacimiento. Pero, claro, eso lo sabemos hoy.
Hijo de aristócratas ingleses y con gran habilidad y amor por la música e inmensa cultura, fue repudiado y despreciado por su comunidad debido a su condición física, por lo que vivió en un retiro absoluto sin aceptar visitas y con el temor a relacionarse con otras personas. Nunca pudo escapar de su otro rostro, ese sí que le acompañaba siempre, y terminó con su vida a los 23 años ahorcándose. Dejó una carta en la que pedía que su «cara demoniaca» fuera aniquilada antes de su funeral para que los espantosos susurros no siguieran atormentándolo en la tumba. También pidió expresamente ser enterrado en tierra baldía, sin lápida o marca que dejaran constancia de la localización de sus restos.
Nunca sabremos si los terribles susurros que escuchaba de su «otro yo» guardaban relación con las visiones de Juno, Edward nunca lo contó. La maldad de sus antepasados y de los presentes le hizo vivir entre las sombras, en la oscuridad. Muchos fueron los que creyeron que una nueva maldición de Zeus había tenido lugar.