España sangrienta: El hombre que declaró la guerra a los taurinos y los toros

«Este artículo es tremendamente impopular e irremediablemente inútil. España está empapada de sangre de toreros y de toros,  aunque no ya de caballos, por fortuna,  y a la inmensa mayoría de las multitudes les embriaga ese trágico y bárbaro olor.  Debería,   en razón   de la ineficacia,  abandonar la pluma en el tintero. Pero el amor a mi Patria y el derecho a opinar me lo vedan. Además, hay muchos españoles que piensan como yo. Y que acaso como a mí —¡terribles paradojas de la vida!— les guste en toda su salvaje belleza lo que en el fondo de nuestras conciencias y nuestros corazones reprobamos [...]». La «bomba» cayó en noviembre de 1964, en plena dictadura, que tenía en los toros uno de sus pilares «culturales». Fue publicado en ABC, periódico protaurino, pero que extrañamente dejó carta blanca al veterano periodista José Baró Quesada, con el título de «Contra la Fiesta Nacional». Su autor, contra todo pronóstico, tras haber sido incluso cronista taurino, fue el primero que en los años duros del franquismo levantó su voz contra los toros, animando a que muchos otros lo hicieran. Su actitud se sumaba a una tradición que se remontaba a comienzos de siglo, cuando escritores como Eugenio Noel se esforzaron por pedir la abolición de las corridas, así como en ciudades como Barcelona los antitaurinos organizaron marchas que, en ocasiones, contaron con la ira de los taurinos que a su vez montaron contramanifestaciones. Los ecos llegaron al Congreso, pero la fuerza e influencias de los taurinos parecían a prueba de fuego.

«Contra la Fiesta "Nacional"». El artículo de la polémica (ABC, 8 de noviembre de 1964)

«Contra la Fiesta "Nacional"». El artículo de la polémica (ABC, 8 de noviembre de 1964)

Además, se daba una circunstancia desconcertante para sus detractores: aparentemente, aquel hombre había sido «uno de los suyos». Reconoció haber sido un amante de los toros, pero al mismo tiempo negaba que pudiera ser aquello convertido en bandera de un país y que, al mismo tiempo, se lo llamase «cultura». Es más, Baró, ese mismo año, había calificado la actuación en Madrid de The Beatles como «pandemonium». Para él, y así lo afirmó en el polémico artículo, era algo que equivalía a barbarie y enbrutecimiento, sobre todo con la profesionalización del mundo del toreo.

«Su autor, contra todo pronóstico, tras haber sido incluso cronista taurino, fue el primero que levantó su voz contra los toros, animando a que muchos otros lo hicieran. Además, se daba una circunstancia desconcertante para sus detractores: aparentemente, aquel hombre había sido "uno de los suyos"»

Junto al artículo, a toda página, se acompañó de varias fotografías con cogidas mortales en plazas de Madrid, Sevilla, Linares y Talavera de la Reina.

La reacción fue fulminante. Todo el mundo taurino y su entorno, desde novilleros y toreros hasta grupos ultras, acosaron a Baró, que no paró de recibir llamadas telefónicas insultándolo y amenazándolo de muerte. La situación llegó a extremos de pavor. Baró, que cada noche salía en antena en Radio España, recibió un aluvión de llamadas violentas y, semanas más tarde, durante un receso en unas actuaciones artísticas en el teatro Price, al que solía acudir para cubrir los eventos, se enzarzó en una discusión con taurinos que acabó con la policía custodiándolo para que pudiera salir con vida del local, mientras se producían incidentes en los exteriores.

Baró, ya muy mayor, en el café Gijón de Madrid (Archivo cvcediciones.com)

Baró, ya muy mayor, en el café Gijón de Madrid (Archivo cvcediciones.com)

Sorprendentemente, ABC no censuró al periodista, quién aseguró que el periódico había mostrado cierta indiferencia ante el acalorado debate. Lo que es cierto es que el artículo y la valiente actitud de Baró fue el acicate para un casi invisible sector antitaurino en la España de Franco. El Ruedo, uno de los periódicos taurinos más importantes, tiempo después lo entrevistó. Intentó presentarlo como un agitador e izquierdista, pero no lo logró. Baró contó sus motivaciones y las amenazas de muerte y persecución sufrida. Pero, no obstante, ya el supuesto consenso del público hacia los toros se resquebrajaba y, de hecho, en el mismo número se publicaba un artículo con una doctora que asegura que ser torero no significaba sufrir enfermedad o patalogía alguna. Por si había duda.

«El torero es un ser perfectamente normal» (El Ruedo)

«El torero es un ser perfectamente normal» (El Ruedo)

«Te vamos a dar una paliza los picadores, porque quieres quitar el pan a nuestros hijos»  

 Entrevista con Baró en El Ruedo

José Baró Quesada es el autor del artículo «Contra la Fiesta Nacio­nal», publicado en el ABC del día 5 de este mes de noviembre. El señor Baró Quesada pedía nada menos que la abolición de la Fiesta Na­cional con argumentos rotundos, enérgicos, acusadores. El cañonazo dis­parado contra el espectáculo de los toros por el señor Baró Quesada desde tribuna elevada de la Prensa española ha puesto en tensión alta al planeta taurino. Y el nombre de Baró Quesada está, en la calle, zarandeado por la opinión popular. Así, pues, por una vez, aunque se enfade nuestro amigo el maestro de periodismo que lanzó como una sen­tencia aquello de «el periodista nunca es noticia», el señor Baró Que­sada, redactor de ABC, es hoy noticia porque le ha echado más valor que el Guerra a la hora de «matar». Por eso le he llamado. Por eso estoy con él...   

Pero antes de seguir adelante, honradamente quiero hacer una ad­vertencia al lector: el que piense que yo he buscado a Baró Quesada para abofetearle con los interrogantes de la indignación, que pase la hoja. EL RUEDO respeta todas las opiniones, aunque no las comparta, claro, y el reportero se limita a servir la actualidad.

Fotografía de Baró en la entrevista para El Ruedo

Fotografía de Baró en la entrevista para El Ruedo

Baró no se retracta: «Sigo en mis trece». Entrevista para El Ruedo

Baró no se retracta: «Sigo en mis trece». Entrevista para El Ruedo

Para los que estos días se han interesado por la personalidad del fir­mante del artículo que tanto alboroto ha armado, les diré que José Baró Quesada es, además de periodista, abogado y maestro nacional. Nació en la calle de Embajadores hace cuarenta y seis años, está casado y tiene tres hijos. Y vamos ya al grano de la cuestión.

—¿Por qué escribió usted ese artículo? .

—Porque quiero mucho a España y entiendo que la Fiesta brava con­tribuye a perjudicarla como país civilizado.

—O sea, ¿que sigue usted en sus trece?

—Sí, aunque haya personas que, unas veces con cuentos chinos, y otras con cuentos españoles, pretendan hacernos comulgar con ruedas de molino y quieran hermanar inútilmente unos conceptos tan contra­dictorios como tauromaquia y civilización.

—¿Le han salido a usted muchos corresponsales por este artículo?

—He recibido un verdadero aluvión de cartas de adhesión y felicita­ción. Hay en España más antitaurinos de lo que la gente cree. Casi todos ellos me piden el encauzamiento legal de esa corriente antitaurina y la formación de una Asociación o Liga de carácter nacional.

—Pero también sabrá usted que se le ha atacado.

—Sí, en algún periódico y por radio sobre todo, según me han dicho.

—Y habrá recibido también alguna carta desfavorable.

—Menos que de las otras.

—¿Y llamadas por teléfono?...

—El día que apareció el artículo.

—¿Lo más desagradable que le dijeron por teléfono?

—Insultos duros.

—¿Por ejemplo?     

—«Te vamos a dar una paliza los picadores, porque quieres quitar el pan a nuestros hijos»  

—¿Y qué contestaba?

—Nada. Me limitaba a colgar el teléfono. Como aquella mañana muy movidita en la que acudí a la Policía para pedir la intervención del teléfono, lo que conseguí.

-Después de todo, ¿está usted arrepentido de haber lanzado ese tre­mendo ataque a la Fiesta brava?

—¿Ha pensado usted que tiene soliviantada a toda una profesión in­tegrada por millares de personas?

Sí.

—¿No hay despecho en todo esto, señor Baró Quesada?

—¡No! Yo hice crítica de toros en ABC y me gustaba. No hay ningún resquemor en mi. Fui interinamente crítico de toros de ABC durante la última enfermedad de mi inolvidable compañero Giraldilío. Unas veces firmé mis crónicas con mi firma habitual o mis iniciales y otras con el seudónimo de El Segundo de Reserva, que me adjudicó Luis Calvo, el anterior director de mi periódico. Lo hice dos temporadas. Fin crítico de toros por una razón elemental de disciplina, y también —todo hay que decirlo— porque me gustaban los toros. Luego fui a la Argen­tina, estuve allí cinco años y a trece mil kilómetros de distancia vi se­renamente nuestras grandes virtudes y nuestros grandes defectos.

—¿Intentaron sobornarle en su época de revistero de toros de ABC?

—Una vez recibí la visita de un mozo de espadas de un novillero, que hoy ya es un veterano matador de toros. Venía con un sobre, y lo rechacé.

—Se ha dicho, amigo Baró Quesada, que con este artículo lo único que buscaba usted era plantar su nombre en la plataforma de la actua­lidad. ¿Es cierto?

—No. Yo creo que soy algo en la profesión. Mi firma sale en ABC. Este artículo ha respondido a un impulso, a una idea que iba dando vueltas en mi cabeza desde hace tiempo. El articulo lo escribí de noche, en mi casa, directamente a máquina, sin ningún plan ni ideas trazadas previamente. Quería hacer algo contra la llamada Fiesta Nacional, no contra los toreros, que personalmente me merecen, como todos seres humanos, el máximo respeto. Y se me ha atacado porque yo no ata­qué, con argumentos falsos o pueriles. Incluso se ha metido alguien con el fútbol, que yo no he presenciado más de dos veces. He dicho y lo mantengo que el mayor esplendor de la Fiesta taurina es paralelo a nuestra decadencia histórica,

—No olvide que en estos veinticinco años de paz que llevamos es cuando más auge ha tomado la Fiesta de toros.

—Eso merece dos objeciones: primera, dentro de las grandes virtu­des de estos veinticinco años existen también los naturales defectos he­redados; segunda, es muy discutible, y no por mí, sino por la crítica y la afición, que los toros estén actualmente en auge. Como espectáculo para turistas sí lo están, desde luego, pero desde el punto de vista de la pura ortodoxia taurina no es ésta precisamente la época de Joselito y Belmonte, ni siquiera la de Ortega y Marcial.

—¿Qué filiación política es la suya?

—Monárquico. Afecto a la dinastía de don Alfonso XIII.

—¿Y qué cree usted que diría a todo esto don Alfonso XIII?

—Era ajeno a ello. Los que perdieron Cuba y Filipinas no fueron los Reyes, sino los políticos y las circunstancias. Los Reyes tenían que li­mitarse a seguir la corriente democrática del pueblo.

—¿Usted pretendía con su artículo acabar con la Fiesta?    

—No, por mi artículo no se va a tambalear la Fiesta, ni mucho me­nos. De ahí mi sorpresa ante la reacción airada de algunos sectores. Si ten seguros están de su fuerza y su razón, ¿por qué no respondieron con el silencio a mi actitud? Poner de pantalla a los turistas en defensa de las corridas de toros, como una revista ha hecho, es algo absurdo. Yo sé muy bien lo que esos turistas dicen de nosotros en su inmensa ma­yoría cuando regresan a sus países y cuentan a sus compatriotas nues­tra «Fiesta Nacional». Mi artículo responde única y exclusivamente a mi opinión personal. Por eso iba firmado. Mi condición de redactor de ABC, que tanto me honra, es cosa aparte. Lo publique en las páginas de huecograbado, como un colaborador más. Nada tiene que ver mi pe­riódico con mi posición. Bellón dice en «Dígame» que esto en el fondo «son ganitas de llamar la atención». Totalmente falso e incorrecto. Es inconcebible que hoy en una España correctamente periodística se mo­leste a un compañero de «oficio». ¿Es que estamos todavía en los tiem­pos de El Liberal y El Heraldo? Rebatir mis opiniones es cosa lógica y normal; lo otro es pasarse de la raya, es retroceder. Y además rematándolo con la vieja flamenquería de "¡No hay “naide” que la abóle!’. Mesurados argumentos y no salidas de tono es lo que hace falta en estos casos. EL RUEDO ha estado correcto en su natural postura con­traria a mi artículo. Y también algún periódico diario, aunque en ese periódico vespertino se pusieron un poco pesados, pues aludieron a lo mío cuatro veces. Claro que hay días de poca información y poca pu­blicidad.

—¿'Y qué tal cayó en la casa de ABC su artículo?

—No me han dicho nada. Algunos compañeros se limitaron a co­mentar: «Ya he visto eso. Ha armado ruido». En ABC no ha habido ni queja ni felicitación.

—¿Qué planes tiene usted trazados a sus cuarenta y seis años?

—Regresaré a Hispanoamérica posiblemente en el transcurso del año próximo. Esta vez, según creo, de una manera definitiva. Es como con­tinuar en España. Por ello no podré complacer a mis comunicantes antitaurinos en la organización y desarrollo de la Asociación y la cam­paña que desean.

Sinceramente, después de todo este revuelo que ha levantado usted, ¿qué cree que ha conseguido, hacerse popular o antipopular?

—Sinceramente, creo que he conseguido que los antitaurinos se ani­men, que se consideraban aislados y ahora han cobrado fuerzas y bríos.    

—¿Tenía usted amigos toreros?

—El único contacto que he tenido en mi vi­da con los toreros ha sido con mi vecino Vi­cente Pastor, pues yo nací en Embajadores, y en la plaza de Cascorro viví veinte años.

—Pues nada más. ¿Quiere usted agregar algo como final?

—Únicamente agradecer a EL RUEDO su gentileza al brindarme con su entrevista una oportunidad de defenderme. ¡No todas las opor­tunidades van a ser para los maletillas!... Es un caso de compañerismo y ética profesional, dentro del periodismo, que no olvidaré nunca.

La caballerosidad entre adversarios responde a las mejores tradiciones españolas —concluye diciéndonos el señor Baró Quesada, el hombre de quien se habla...

 

Entrevista: Santiago CORDOBA