El irresistible encanto de El Monóculo
/La llegada de los nazis, las tropas de ocupación que impondrían el terror contra gays y lesbianas, entre otros, acabó con aquel oasis llamado El Monóculo, uno de los locales más famosos frecuentados por gays, lesbianas y travetis en el fascinante mundo del París bohemio.
Era una especie de señuelo. Un monóculo, durante las primeras décadas de siglo, servía casi siempre para identificar a una mujer como lesbiana. Resultaba extraño, algo fuera de marco: las mujeres lesbianas lo usaban como su símbolo identificativo, algo que no todas conocían, y en poco tiempo se convirtió en su gran y popular atrezo.
El local resistió durante varias décadas y fue uno de los epicentros de un fenómeno de fin de siècle, cuando Montmartre, donde se encontraba, fue la capital del mundo de la bohemia, las vanguardias artísticas y los activistas. Cabarets, tugurios que abrían hasta el amanecer, el clan surrealista y los patafísicos, el ambiente esotérico o el movimiento protoqueer, todo eso ya estaba presente en Montmartre, lugar de residencia de artistas y gente de «mal vivir».
El Monóculo hizo de todos ellos su clientela, aunque principalmente eran gays y lesbianas, que entre sus paredes se encontraban en casa. El fotógrafo Brassaï, en una hermosa serie de imágenes fechadas en 1932, retrató lo que sucedía en su interior.
El final del local ya lo conocemos. Con la ocupación nazi, llegó la tragedia. Muchos de sus clientes huyeron o fueron detenidos. La mayoría murieron fusilados o en campos de concentración. Sin embargo, se produjo un sorprendente caso. Violette Morris, una bisexual que dirigía el local, acabó trabajando como espía para Hitler.
Morris, que se dedicaba al atletismo y a las carreras de coches, había prestado sus servicios como enfermera durante la cruenta batalla de Verdún. Casada con poco más de veinte años e inmediatamente divorciada, no había dudado en visibilizar su condición sexual. Con la ocupación nazi, decidió aprovecharse de la situación, ofreciendo sus servicios a los nazis, que la aceptaron. Participó en las polémicas olimpiadas de Berlín de 1936 y pasó información de gran importancia para los intereses bélicos alemanes.
Su final fue, no obstante, igualmente trágico. El 26 de abril de 1944, cuando se supo que era una espía, fue asesinada por un grupo partisano a las afueras de París. Tenía 51 años. Sus huesos descansan en una fosa común sin identificar.