Una huelga general por el ruido y manifestaciones en la calle
/«El lunes, de madrugada, Madrid disfrutó un espectáculo altamente conmovedor. Distribuidos estratégicamente por las calles céntricas, innumerables guardias de la circulación sembraban a voleo multas entre los pobres automovilistas que tocaban los cláxones y bocinas de sus coches». Esta fue la narración de una medida histórica: el final del ruido nocturno. O casi.
Antes de terminar el día, los taxistas se juntaron en la Puerta del Sol y en señal de protesta tocaron al unísono las bocinas. No tardó en aparecer la guardia de asalto que cargó contra los alborotadores y desató el caos en el centro de la capital.
Al día siguiente, reflejando una coordinación prodigiosa, los taxistas se declararon en huelga. Crónica, en un reportaje del 9 de septiembre de 1934, entrevistó a uno de los líderes de la protesta: «Usted, amante de Madrid, no puede quitarnos uno de nuestros más legítimos orgullos: el jaleo nocturno», explicó.
Las protestas habían ido en aumento, quizás porque entonces se experimentaba un gran auge en el número de vehículos hasta entonces nunca visto (en Madrid había en aquel año unos cincuenta mil coches). En Londres o en Roma se dictaron medidas similares.
En esta última ciudad, incluso se prohibió tocar las bocinas a menos de 150 metros de la residencia de Mussolini, para «que El Duce pueda trabajar». Alberto Aguilera, Corregidor de la Villa, dictó un bando limitando la velocidad de los, según la prensa, «monstruos trepidantes», equiparando a los conductores ruidosos con la «golfería andante».
El periódico La Libertad, el 11 de septiembre, afirmaba que «Nuestros nervios están destrozados, deshechos, por el continuo sonido estridente de miles de bocinas trompeteras [...] hay que acabar con la infernal trompetería». Otro periódico, Mundo Gráfico, hablaba de «salvajismo urbano».
El reglamento, no obstante, era tan meticuloso que, además de regular el ruido de las bocinas y establecer unos límites, recogía también el cuchicheo, el sonido de las hojas de los árboles o hasta el ¡tic-tac del reloj!
La prohibición, tiempo después, fue retirada.