El mensajero secreto: Borges, Los Saicos y Erwin Flores

Erwin Flores, miembro de los legendarios Saicos, en «El mensajero secreto», escribe sobre Jorge Luis Borges, uno de sus héroes. Y nos vuelve a deslumbrar

Siempre me llamó la atención el extraño caso del heroísmo de Héctor, comandante en jefe de las fuerzas troyanas durante el asedio de los aqueos. A través de las páginas de La Ilíada, Homero no deja duda de que Héctor fuera el más valeroso, respetado y temido de los defensores de Ilium. Incluso el gran Ulises tiene que retroceder ante él cuando, atropellando hasta las primeras líneas, viene al rescate del herido Sarpedón. Y en combate se enfrentan Héctor y Ajax, «peleando con la furia de cerdos salvajes», hasta que la caída de la noche detiene el duelo. Más aún, «… la gente de Troya llamaba al hijo de Héctor Astianacte, Rey de la Ciudad, porque su padre era, él solo, el guardián principal de Ilium».

Los Saicos en una actuación para la televisión

Los Saicos en una actuación para la televisión

Hasta aquí, entonces, Héctor parece llenar, en todo el sentido que el vocabulario permite, la acepción de la palabra héroe. Sin embargo, cierta notoria incongruencia se presenta cuando Héctor tiene que enfrentarse a Aquiles.

Aquiles triunfante, Franz Matsch (1892)

Aquiles triunfante, Franz Matsch (1892)

Recapitulando sumariamente: Agamenón, jefe de los griegos, ofende a Aquiles, quien debido a esto se retira de la batalla. Los troyanos, guiados por Héctor, y con la formidable ayuda del dios Ares, atacan con decisión y empujan a los griegos hasta sus propias naves. Aquiles permanece impasible, a pesar de las súplicas de sus compañeros para que regrese a la pelea. Patroclo, pupilo dilecto de Aquiles, le pide que le deje usar su armadura; piensa así inspirar a las tropas griegas. Héctor, con la ayuda del dios Apolo, mata a Patroclo. Aquiles reta a duelo a Héctor; este acepta. Aquí es donde el incongruente hecho ocurre: cuando Héctor ve venir al tremendo Aquiles cargado de furia, vestido con la armadura del dios Oceanus, con la lanza de cenizas en la mano y el carro tirado por el caballo Xantus al comando de la rea, la impresión es tan grande que Héctor da media vuelta y huye sin reparo.

«¿Cómo es que Héctor es un héroe? Si huyó a la vista de todos, griegos y troyanos, entonces, ¿qué pasó con Héctor, El Valiente?»

Y desde la primera vez que uno lee La Ilíada en la escuela secundaria se pregunta: ¿cómo es que Héctor es un héroe? Si huyó a la vista de todos, griegos y troyanos, entonces, ¿qué pasó con Héctor, El Valiente? Este enigma no solo me asedió a mí personalmente a través del tiempo, si no que ocasionalmente escuché a otras personas compartir mi cuestionamiento o simplemente asumir que Héctor era realmente un cobarde.

Veinte años después, me encuentro leyendo El hacedor, un cuento de Jorge Luis Borges, y mis ojos recorren un párrafo y están a punto de pasar al siguiente, pero de pronto se detienen, retroceden y leen nuevamente. El párrafo dice: «La resignación estoica no ha sido aún inventada y Héctor puede huír sin desgracia».

Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges

La comprensión me golpeó con un rayo. Me di cuenta que la razón por la cual el enigma había sido tal por tantos años era que había estado buscando la solución y la respuesta por caminos completamente equivocados: había naturalmente asumido que la interpretación de los estados emocionales sería una característica intrínseca de la psique humana y que por lo tanto tales interpretaciones serían universalmente las mismas, en todos los tiempos, para todas las personas. Al ver huir a Héctor, interpretamos su estado emocional como cobardía, no como una mera estrategia bastante común en el reino animal. Para los espectadores de la batalla, Héctor no habría sido un héroe si hubiese esperado a Aquiles para pelear frente a frente, habría sido un estúpido. Cuando Aquiles viene hacia ti con la intención de matarte, dos cosas son seguras (y claras para la audiencia del duelo): vas a sentir un miedo terminal y vas a correr tan rápido como puedas porque no existe otra posible defensa. Nosotros mientras tanto, alejados del hecho por tiempo y cultura, interpretamos la acción en forma idealizada, totalmente divorciada de la realidad, y asumimos que Héctor actuó cobardemente.

Cuando Borges escribe «la resignación estoica no ha sido aún inventada», está en realidad pasándonos un mensaje, un conocimiento del tipo que solo ocurre en las mentes que piensan acerca de la mente con laboriosa profundidad. Y los temas del miedo, el valor y el heroísmo son indudablemente centrales en el pensamiento de Borges. Comentando su propia obra, Borges dice que El sur tal vez sea lo mejor que él haya escrito. El sur, que a diferencia a sus cuentos más conocidos no contiene ni una pequeña alusión surrealista, es un estudio del acto de valor y de la resignación estoica. Sintomática selección para un escritor cuyos personajes a menudo buscan (y generalmente encuentran) elaborados argumentos imaginarios para reemplazar la realidad concreta en el momento de la verdad, cuando la muerte es impostergable. En El milagro secreto, por ejemplo, el condenado detiene el tiempo frente al pelotón de fusilamiento por medio de la concepción de la novela perfecta.

Una última nota: la idea que ciertos valores considerados absolutos son en realidad inventados es una noción que Borges debe haber paladeado a gusto. Sin embargo, en vez de escribir un tratado acerca de esto, simplemente desliza una frase, como cosa perdida, en el medio de un cuento cualquiera. Será que, maestro de la brevedad, Borges estriba por reducir el universo a un punto, tal como lo hiciera Sócrates cuando en la piedra del oráculo de Delfos escribiera: Nosce te ipsum (Conócete a ti mismo).