Fuego amigo


«La amistad, la lealtad y el amor, en nuestro caso como personas trans, también son políticos, especialmente los que se nos dedican. Usarlos para hacernos daño, a la cara o a nuestras espaldas es, además de rastrero, profundamente reaccionario»


POR ALANA PORTERO


«Cuando la decisión de transicionar no pudo retrasarse ni un minuto más, dejé mi trabajo y malviví durante unos años en los que tuve que pensar muy bien lo que estaba haciendo, lo que iba a hacer y sus consecuencias»

Noviembre se ha ido como llegó, como un alunicero con prisa, rompiéndolo casi todo y desapareciendo antes de que nos haya dado tiempo a darle el alto. Hoy la columna viene personal: servíos té, café o lo que bebáis y poneos cómodas. Quien dice personal, dice triste.

Hace unos días, en el correo que envío cada semana a mis compañeres de Agente Provocador con el artículo, decía que estaba harta de no poder escribir de otra cuestión que no fuese la enésima defensa o explicación contra la transfobada de turno. Una, además de mujer trans, dirige teatro, es medievalista, obrera, gótica, gorda, pobre, aficionada a la moda, excorredora, experta en el papado, demasiado comunista para ser posmoderna, demasiado posmoderna para ser comunista y fan del Príncipe de Gales. Tengo muchas cosas que contar que no conciernen a mi activismo trans y feminista.

Que lo personal es político una lo empieza a comprender más tarde, parafraseando a Gil de Biedma y a la segunda ola. Es la histeria que se forma alrededor de las vidas trans la que impone su agenda y eclipsa casi cualquier otra posibilidad de acción o descanso. Creedme, me agota más a mí estar a vueltas con «lo trans» las 24 horas que a vosotras leerlo o escucharlo.

Hace medio año publiqué un artículo sobre las dificultades de ser trans en el mundo laboral que fue incluido en un libro llamado Vidas trans, editado por Antipersona y firmado por Atenea Bioque, Darío Gael Blanco, Arnau Macías, Cassandra Vera, Qamar B. Al-Khansa y yo misma. En él, para ilustrar la experiencia trans en las relaciones laborales, contaba los últimos meses que trabajé de cara al público ya fuera del armario, las reacciones de compañeros y compañeras de gremio, algunas muy positivas y las más, rozando el terreno de lo humillante.

Esta semana estaba decidida a contar alguna astracanada histórica interesante en este texto, pero otra vez la vida se me pone en blanco y negro y se cuelan las aguas fecales en mi habitación, poniéndolo todo perdido.

Fotografía de la escritora Alana Portero

Fotografía de la escritora Alana Portero

«Contamos con la hostilidad de una sociedad a la que aún le queda mucho por aprender, pero nunca con el fuego amigo, esas reacciones en nuestro entorno pueden llegar a matar, hieren tan profundo y hacen tanto daño, que no hay sutura posible»

Fui librera casi quince años, he trabajado en algunas de las librerías independientes más conocidas de Madrid, por el camino, si no amistades, quiero pensar que dejé buenas sensaciones. Es imposible quedar bien con todo el mundo, pero seguro que la balanza de los afectos se inclinaría a mi favor, no creo haber tratado mal a nadie en aquellos años y siempre trabajé comprometida con lo que estaba haciendo.

Cuando la decisión de transicionar no pudo retrasarse ni un minuto más, dejé mi trabajo y malviví durante unos años en los que tuve que pensar muy bien lo que estaba haciendo, lo que iba a hacer y sus consecuencias.

Durante todo este tiempo y en la fugaz vuelta al mostrador de hace un par de años, siempre tuve la sensación de pertenecer a un gremio más o menos amable y de ser quizá querida por algunas personas de dicho gremio.

Sean cuales sean nuestras sensaciones la vida siempre espera con el mazo a la vuelta de la esquina para ponerte en su sitio.

Hace poco, no diré cómo, supe que le había estado alegrando el carajillo del mediodía a algunos antiguos conocidos, gente a la que conozco desde hace muchos años, a quienes siempre traté con cariño e incluso a quienes he ayudado personalmente en sus proyectos. Estas personas, formadas, cultas, independientes, se dedicaban a enseñarse unos a otros con comentarios burlones incluidos las muy pocas fotos que iba subiendo a mis redes durante mis primeros años desarmarizada, el estado de mi transición, ese salto al vacío a corazón abierto que las personas trans damos al menos una vez en la vida, dejando al descubierto nuestra vulnerabilidad solo para contar nuestra verdad, mostrarnos al mundo y buscar un poco de cariño. Contamos con la hostilidad de una sociedad a la que aún le queda mucho por aprender, pero nunca con el fuego amigo, esas reacciones en nuestro entorno pueden llegar a matar, hieren tan profundo y hacen tanto daño, que no hay sutura posible. Ahí se queda una herida abierta y nuestra cara de sorpresa, como en un mal cómic.

La crueldad siempre es algo que se ejerce en sociedad, hace falta más de uno para disfrutarla y cuantas más personas se unan a la liturgia, más alto llegan las risas y el éxtasis.

La amistad, la lealtad y el amor, en nuestro caso como personas trans, también son políticos, especialmente los que se nos dedican. Usarlos para hacernos daño, a la cara o a nuestras espaldas es, además de rastrero, profundamente reaccionario.

Cada día, en redes, veo pasar a algunas de esas personas que encuentran tan entretenido mofarse de una mujer trans de 41 años que intenta vivir con un poco de dignidad, veo cómo defienden causas nobilísimas y se presentan al mundo como caballeros blancos y damas impolutas, hiperconscientes, con un gran sentido de la justicia y siempre en la trinchera correcta. Veo, también, cómo interactúan con gente a la que quiero y me pregunto hasta donde llega la onda expansiva de la burla, os aseguro que si te pilla en un mal momento puede ser una auténtica pesadilla.

He sufrido insultos de la taberna transmisógina, amenazas de ultraderechistas, hasta me han llegado a enviar una foto mía a tiempo real mientras iba en metro para amedrentarme, ninguna de estas acciones oscurísimas me han hecho tanto daño como ese fuego amigo, ese imaginarme las risas huecas y sucias de personas a las que he abrazado, con las que he comido y con quienes he puesto de vuelta y media a la patronal. Ni punto de comparación.

Esta, desgraciadamente, es otra lección que la vida trans te enseña, una de las más feas.

Sirva esta columna como piedra de la paciencia sobre la que descargar mis miedos y mis dolores a unas lectoras que ya me vais conociendo. También para hacer entender a ese público envenenado que nos quiere humilladas, que aquí seguimos, más o menos heridas, más o menos tristes, pero vivas, con la cabeza alta y dispuestas a elevarnos por encima del fango de la mediocridad emocional. Y que sabemos quiénes sois. Quienes sosteníais el teléfono y quienes estabais al lado consintiendo. Siempre se acaba sabiendo. Todo.

Perdonadme la tristeza y hasta la semana que viene.


Sigue a Alana Portero: ¡Queer! Una “contrapolítica hecha carne”