«Hail, Hail, Rock 'n' Roll!» Chuck Berry en España
/Nada más aterrizar, mientras avanzaba por los pasillos del aeropuerto abriéndose paso entre los numerosos periodistas que lo esperaban, comenzó la polémica. Uno de los periodistas fue abofeteado por el cantante y guitarrista, que en julio de 1981 actuó en las fiestas de los Carabancheles, en un escenario situado en el Campo de la Mina, ante el delirio de sus fans. Precisamente sus fans fueron los únicos que no criticaron su actitud airada y despreciativa: al llegar al hotel se quejó por la poca anchura de su cama y exigió que se la cambiasen inmediatamente. Luego llegó lo de la rueda de prensa: plantón de los periodistas por su actitud y por convocarla a una nefasta hora y con prisas. Tenía casi cincuenta años, pero sus fans seguían viendo en él a uno de los grandes pioneros del rock and roll. Aunque los medios publicaron noticias en las que se decía que no estaba en sus mejores años y que ya era muy mayor, nadie sospechaba que estaría cuatro décadas más sobre los escenarios.
El año anterior había actuado en Barcelona, en el Palacio de los Deportes, siendo teloneado por Los Rebeldes y Johnny Guitar Watson. Los primeros se consolidaron como banda rocker y, los segundos, sufrieron la ira del público, que al poco de empezar les tiraron monedas al escenario y abuchearon. No había sido su primera visita. En 1977, en una cita histórica y en un año decisivo para España, actuó dos noches consecutivas en Barcelona acompañado por The Flying Saucers y Fumble. La Vanguardia, en la crónica del concierto publicada el 2 de junio, describió el delirio de su actución de esta forma: «El Palau Blaugrana se convirtió en una enfervorizada pista de baile, y esto que los bailarines no habían nacido (o eran aún muy “beibis”) cuando Chuck Berry ponía de moda aquello de “Rock and roll music”. Y era disfrutado sin ninguna reminiscencia “revivalista” ni de añoranza nostálgica; al contrario, los que hubieran podido ser nostálgicos, hoy cuarentones, no estaban allí, y los que bailaban no habían podido conocer todo aquello en su momento porque era entonces cuando ellos no estaban». Loquillo, uno de los asistentes, en su autobiografía recordó aquel concierto como algo memorable «salvo por un montón de hippies tirados por los suelos del Palau Blaugrana y un grupo de nostálgicos que ocupaban las gradas». La comunidad rocker catalana rindió tributo a su ídolo, quién aquel mismo año había sido protagonista de un hecho insólito: se envió al espacio la primera sonda espacial Voyager, que llevaba un disco de oro con muestras de las mejores músicas terrícolas, entre las que estaba «Johnny B. Goode» de Chuck Berry.
En Madrid, sus teloneros fueron Cucharada, cuya actuación fue acompañada por tragafuegos, saltimbanquisycabezudos, y Pata Negra (antiguos Veneno), ante cuatro o cinco mil personas, muchas menos de las que los promotores del concierto esperaban tras gastarse un caché de dos millones y medio de pesetas. Hasta el último momento se dudó de que Chuck Berry saliese a escena, hasta que aparecieron «cuatro o cinco hombres con aspecto de Ronald Reagan», como dijo ABC, los roadies del músico. Los espectadores respiraron aliviados, sabiendo los antojos, manías y berrinches habituales del músico.
«Bastaban un par de “¡Hey!” del negro, entre tema y tema, para que la masa respondiera y levantara los brazos»
El País, al día siguiente, 26 de julio, describió así su actuación, no faltándole comentarios hilarantes y un tanto despectivos hacia su color de piel: «El rock tenía que llegar y llegó, pasada la medianoche, con un Chuck Berry algo menos enérgico que el que recordamos gracias a algunos documentales, aunque su show en directo fue incontestable en cuanto a profesionalidad y buen sonido. Le acompañó una pulcra banda de músicos desconocidos, que ni siquiera fueron presentados, y su hija, Evelyn Berry, que intervino hacia la mitad del concierto cantando poco, pero moviéndose mucho y muy bien, con toda la fibra de la raza. Además, su aparición dio un descanso al viejo Berry, que era de lo que se trataba. El músico de Saint Louis (Missouri), fiel a sí mismo, tocó sus temas más célebres, como Roll over Beethoven y Sweet littIe sixteen (que a principios de los sesenta fueron difundidos por los Beatles y los Rolling Stones, insignes mentores de Berry en Europa). Todo el recital fue un singular ejercicio de comunicación entre el cantante y el público, cuya singularidad estaba en la facilidad y falta de apasionamiento con que Berry lo provocaba, quizá por la costumbre. Bastaban un par de “¡Hey!” del negro, entre tema y tema, para que la masa respondiera y levantara los brazos, ruborizada de entusiasmo».