Konrad Kujau, el hombre que se inventó los diarios de Hitler
/Aprovechando la admiración que Hitler aún provocaba en la población alemana después de la Segunda Guerra Mundial, Konrad Kujau se dedicó a falsificar documentos relacionados con el Tercer Reich y el mismísimo Führer. Entre otros, la segunda parte de Mi lucha, una ópera de inspiración wagneriana y sus diarios personales.
En abril de 1983, la revista Stern comenzó a publicar los diarios de Adolf Hitler. Durante meses, la cabecera alemana había estado negociando de forma secreta con supuestos militares de Alemania oriental que fueron introduciendo de manera clandestina los cuadernos en occidente. La trascendencia del material era tanta, que Newsweek, los periódicos de Rupert Murdock e incluso el semanario español Tiempo compraron a Stern los derechos para publicarlos en Estados Unidos, Australia, Reino Unido y España. Sin embargo, la que iba a ser la exclusiva del siglo se convirtió en el mayor fraude del periodismo reciente.
Según cuenta Robert Harris en Vender a Hitler, recientemente editado en España por EsPop, todo había comenzado unos años antes. A pesar de los estragos de la guerra y los juicios de Núremberg y las leyes contra la apología del nazismo, Alemania seguía mostrando cierto deslumbramiento por el Tercer Reich. Esto provocó que, en ocasiones, las esposas e hijos de los jerarcas nazis mantuvieran prácticamente intacto su poder económico y su estatus social. De igual modo, destacados miembros de las SS que habían sido absueltos o cumplido penas menores, seguían siendo un referente para muchos alemanes de a pie, algunos de los cuales se dedicaban a comprar memorabilia nazi hasta convertir sus hogares en museos clandestinos dedicados a Hitler y su ideología.
Uno de esos aficionados a la memorabilia era Gerd Heidemann, periodista de Stern, cuya pasión por el nazismo le llevó a comprar el yate privado de Hermann Göring y mantener una relación sentimental con su hija, a través de la cual tuvo acceso a esa elite de nazis. Además, semejante adquisición hizo que el periodista aumentase su prestigio entre los coleccionistas, con los que comenzó a intercambiar contactos y materiales cada vez más valiosos. En uno de esos encuentros con aficionados, a Gerd Heidemann le mostraron un cuaderno con lo que se suponía eran los diarios de Hitler y le informaron de que podría haber alguno más. Según le contaron, el cuaderno procedía de Alemania oriental y había sido rescatado por los habitantes de un pequeño pueblo en cuyas inmediaciones se había estrellado un avión que transportaba objetos personales que Hitler, sitiado en el búnker, intentaba evitar que cayese en manos del ejército soviético.
Heidemann confirmó que el accidente de avión se había producido, que el piloto estaba enterrado en Alemania oriental y decidió encontrar a la persona que había conseguido ese primer cuaderno de diarios. Hecho el contacto, les propuso a sus jefes un artículo al respecto, sin embargo, en Stern estaban hartos de nazis y rechazaron el tema. Lejos de conformarse, el periodista puenteó a sus jefes, habló con los responsables de la editorial y consiguió el permiso y la financiación necesaria para hacerse con los diarios costase lo que costase.
Kujau, el hombre que imitaba a Hitler
El contacto de Heidemann era Konrad Kujau, un buscavidas nacido en Löbau, localidad alemana que, tras la guerra, quedó bajo control soviético. Durante su juventud fue detenido por pequeños robos y, a mediados de los años 50, se pasó al lado occidental, donde comenzó a ejercer las actividades por las que sería conocido posteriormente: primero la falsificación, después la venta de memorabilia y, finalmente, una mezcla de las dos.
Su primera falsificación fueron vales de comida de 27 marcos, una cantidad insignificante pero que provocó que fuera detenido y condenado. Cuando salió de prisión, visitó a su familia en Alemania oriental y compró objetos nazis de manera clandestina que revendió en Alemania occidental con un gran beneficio. El negocio funcionaba tan bien, que decidió abrir una tienda y llenarla de objetos, algunos originales y muchos otros falsificados de manera muy burda.
Entre esas piezas falsas había dibujos y acuarelas de Hitler, la segunda parte de Mi Lucha y una ópera de inspiración wagneriana supuestamente escrita por Hitler. También había infinidad de objetos sin ningún valor que, gracias a una nota supuestamente escrita por Rudolf Hess o Martin Bormann, se convertían en piezas de museo. Por ejemplo, un simple estandarte nazi se transformaba, gracias una de esas notas, en el Blutfahne, la bandera con la sangre de los caídos durante el Putsch de Múnich de 1923 y una pistola cualquiera se convertía, gracias a una nota falsificada de Martin Bormann, en la que había utilizado Adolf Hitler para suicidarse en el búnker. Del mismo modo, un sencillo cuaderno de notas pasaba a ser el diario de Hitler.
Eso era justamente lo que había sucedido con el cuaderno que había puesto a Heidemann tras la pista de Kujau que, cuando vio el interés del periodista por ese material, no dudó en sacar partido de ello. El falsificador le dijo en un primer momento que podría haber cuatro o cinco cuadernos pero, con el tiempo, acabó falsificando más de medio centenar. Como sucedía con el resto de piezas, Kujau no era demasiado fino en las falsificaciones, pero el fanatismo de sus clientes permitió que las piezas pasasen como originales.
Durante todo el tiempo que duró la operación de compra de los diarios, nadie reparó en que los cuadernos en los que estaban escritos se habían comprado unos meses antes y que estaban fabricados con materiales que no existían en 1945. Tampoco importó que el contenido fueran datos anodinos sacados de un anuario nazi que recogía el día a día de Hitler. Ni siquiera fue un problema que las iniciales metalizadas que aparecían en uno de los cuadernos no fueran de metal sino de plástico y que, en lugar de poner AH pusieran FH. Ninguno de los historiadores que fueron consultados sobre la autenticidad de los diarios repararon en esos fallos, ansiosos por tener entre sus manos un material tan interesante.
No obstante, poco después de publicarse el primer número de Stern con los diarios, los peritos determinaron que eran falsos. A los más de nueve millones de marcos (más de cuatro millones y medios de euros) que la revista se había gastado en comprar los cuadernos, se sumaban las responsabilidades legales con los medios a los que había vendido la exclusiva y el desprestigio dentro de la profesión. Finalmente, además de algunos despidos en la revista, el affaire de los diarios provocó que Kujau y Heidemann fueran detenidos, juzgados y condenados a penas de prisión relativamente leves.
Cuando salió de prisión, lejos de arrepentirse, Kujau abrió una tienda de falsificaciones en la que pintaba obras de arte como Dalí o Miró aunque, en esta ocasión, las firmaba con su propio nombre. A pesar de todo, su trabajo más conocido y apreciado siempre serán los diarios de Hitler. De hecho, en 2004, cuatro años después del fallecimiento del falsificador, uno de los cuadernos, fue subastado, alcanzando un precio de remate de 6400 euros. El resto fue donado por Stern al Bundesarchiv, el Archivo Federal de Alemania, como ejemplo de mala praxis periodística y, por qué no, como parte de un curioso capítulo de la historia del país.