La banda de las chicas de los patines
/Hace un siglo, en nuestro país la patinadora se convirtió en el símbolo de la libertad y el feminismo, en una heroína sobre ruedas de la modernidad. Los patines facilitaban la huida, el escondite y el beso fugaz para desgracia de las carabinas e incluso se crearon unas polémicas «faldas-pantalón», que muchos hombres trataron de boicotear
«Tiradoras de armas, diestras, amazonas arrogantes, ciclistas interesantes, patinadoras maestras», decía un extenso poema titulado precisamente «Feminismo» compuesto por Antonio Palomero con el despuntar del siglo. En los últimos años del siglo XIX la fiebre patinadora se había extendido por toda Europa. También alcanzó a nuestro país. No se trataba necesariamente de patinaje artístico o sobre hielo, sino de chicas rollers urbanas que formaban grupos, quedaban para patinar y, además, lo hacían sin la compañía de hombres. En Madrid, el parque del Retiro o el parque de Rusia (cerca de Ventas y dentro del insólito barrio Madrid Moderno, de hotelitos vanguardistas con calles de nombres europeos como Roma o Londres) fueron dos de los lugares más frecuentados por «las chicas de los patines» que, por supuesto, escandalizaban por su manera de vestir. El patinaje exigía movimientos ágiles y ropas cómodas, por lo que se diseñó e hizo célebre una especie de «falda-pantalón» que levantó la polémica porque algunos veían en esta el «propósito de usurpar al sexo masculino la prenda simbólica de virilidad y supremacía». La masculinidad amenazada. El ejercicio físico llegaba también a la mujer, mientras las ciudades experimentaban una profunda preocupación por la contaminación, los rigores de la vida urbana, el ruido o los olores. «Invadían» la calzada: «El pasado sábado causó la admiración de los madrileños –contaba un periódico en 19707– una comitiva de más de 30 patinadores que aprovechando el asfalto de la Puerta del Sol y calles, adyacentes, recorrieron éstas en vertiginosa carrera».
HUIR, ESPIAR, BESAR, ESCONDERSE
«La evolución es todo un manifiesto de modernidad: patinadoras, librepensadoras, feministas, círculos obreros»
Las patinadoras se sentían cómodas y libres patinando, como sucedía en el Salón de San Juan de Barcelona o en el de la calle Florida alrededor de 1910 y, dos décadas antes, en el pionero Skating Club de Madrid, situado en el número 68 de la calle de Atocha (con sesiones que empezaban a las ocho de la tarde y terminaban a la medianoche), donde había estado el legendario Liceo Ríus, del empresario catalán Delfín Ríus, y que, más tarde, se convertiría en el Salón Variedades, uno de los templos del cuplé y el arte «frívolo» de la capital. El edificio, además de un teatro, albergó el Centro Instructivo Republicano y las Escuelas Laicas, lugar de reunión de obreros anarquistas. Ríus había creado una sociedad de patinadores, una de las primeras que hubo. Tras el espacio para patinaje se convirtió en un circo de gallos. La evolución del lugar es todo un manifiesto de una modernidad que llegaba a nuestro país: patinadoras, librepensadoras, feministas, círculos obreros.
Aunque antes del Liceo Ríus o del Retiro, el escenario pionero para patinadores y patinadoras fue el de la calle Barquillo número 7, junto a la Gran Vía, en el antiguo Teatro Circo Paul o Circo de Paul (1847-1880), creado por el empresario Paul Laribeau y que se conoció por Circo Nuevo o Circo de Madrid. Curiosamente estaba a unos pasos del posterior y primer Teatro Circo Price, donde también se patinó y fue frecuentado sobre todo por mujeres de la aristocracia, que durante unas horas podían verse y, a su vez, ver sin tapujos ni convencionalismos sociales. El patinar exigía velocidad, empuje y atrevimiento.
La prensa no había semana que no narrase esta fiebre patinadora para horror de la Iglesia: «Para distraerse de la influenza, y tal vez para combatirla por medio de un ejercicio saludable –contaba La Moda Elegante en enero de 1890–, se ha patinado furiosamente en las dos últimas semanas. Es sumamente curioso el ver, en la estación de San Lázaro, la emigración de los aficionados á este ejercicio, armados de sus patines. Los jóvenes, los colegiales, los llevan en la mano, colgando de una correa; otros los envuelven sencillamente en un pedazo de papel. Viene después la serie de señoras jóvenes, de elegantes, que esconden sus patines en unos saquitos de piel, de seda, de lienzo con bordados, etc., etc. El estanque de Los Suizos, en Versalles, y el lago del Vésinet, han sido el campo de operaciones preferido por un gran número de patinadores de los más elegantes y refinados».
«Los patines, además, permitían la evasión. Con frecuencia, sobre todo cuando las chicas acudían a parques y jardines, convertidos entonces en los lugares ideales para el filtreo amoroso, las carabinas seguían en todo momento a sus pupilas. Con los patines, sin embargo, se facilitaba la huida, el escondite, el beso fugaz»
En nuestro país se fundaron numerosos Skating-Clubs, que solían organizar fiestas, en ocasiones nocturnas. La fiebre del patinaje era tremenda, creándose muchos Skating Rinks, como el ambicioso proyecto en el parque del Retiro propuesto por Juan de Bustelli, Duque de Marignan, que entonces vivía en Londres y se inspiró en otros que existían allí. Además, en Inglaterra se habían hecho populares las espectaculares mujeres anuncio que, en patines, paseaban por la ciudad con banderolas o carteles en los que anunciaban toda clase de productos. La imagen que exhibían era estrafalaria y sobrecargada, incluso para hoy en día. De sus ropas colgaban toda clase de artefactos, llevaban grandes sombreros, anchos cinturones y eslóganes y frases en pecho y falda.
HEROÍNAS SOBRE RUEDAS DE LA VANGUARDIA
Para convencer al Ayuntamiento, Bustelli afirmó que las principales capitales de Europa contaban con «establecimientos de recreación y gimnasia denominados Skating rink que vienen a sustituir con ventajas la patinación sobre el hielo con la verificada por medio de skates con lujosos edificios construidos al efecto con pavimento asfaltado y deseando introducir esta nueva mejora y adelanto en la capital de la nacionalidad española para lo cual son indispensables cuantiosos gastos en la adquisición de terrenos, construcción de un vasto edificio compuesto de un gran circo con elegantes departamentos de distracción y ameno descanso, cafés, restaurantes, etc., etc., cuyo coste ascenderá próximamente a un millón de francos». A pesar de que no fue aprobado, el Retiro se convirtió en lugar frecuentado por los patinadores, aunque la verdadera «sensación» eran las patinadoras, que incluso llegaban a patinar sobre la superficie helada mientras tocaban las castañuelas. Una crónica de la época, publicada en la Revista de España (1877), dice: «Bajo el título de Skating Rink, formóse una academia para enseñar este ejercicio, celebrando cuatro sesiones diarias. No faltaron discípulas ni discípulos; aprendieron algunos a fuerza de batacazos; renunciaron otros a la enseñanza por temor de romperse una costilla, y el resultado fué que como el origen de la diversión era extranjero, ésta alcanzó carta de naturaleza popularizándose entre nosotros. El Skating-Club del Parque, aunque de más reciente creación que el Skating-Rink, ha alcanzado mayor éxito que éste. En el primero los patines son de madera y de piedra el suelo; en el segundo el calzado es de acero y de madera el piso».
En 1870 el Veloz Club, creado por la aristocracia madrileña, organizó un sinfín de actividades que incluían patinaje, al tiempo que se abrían Skating Rinks también en Barcelona, León, Valencia, Vigo o Granada, entre otras. Se aprovechaba cualquier superficie helada, como el famoso lago de la Casa de Campo madrileña, que se llenaba de patinadoras.
Los patines, además, permitían la evasión. Con frecuencia, sobre todo cuando las chicas acudían a parques y jardines, convertidos entonces en los lugares ideales para el filtreo amoroso, las carabinas seguían en todo momento a sus pupilas. Con los patines, sin embargo, se facilitaba la huida, el escondite, el beso fugaz. El escándalo estaba servido. La patinadora era símbolo de la modernidad y una figura prefuturista, todo velocidad y libertad en una sociedad ultraconservadora. Convertida en objeto de deseo y fantasía, una imagen de libertad en la urbe, Ramón Gómez de la Serna, líder de nuestra vanguardia, le dedicó a la patinadora una de sus greguerías: «Era la patinadora empedernida. Iba la primera y salía la última. Hasta que un día no fue al skanting helado, porque había logrado la gloria de los patinadores, morir de pulmonía». También le dedicó un relato, «Skating». En versos se le rindió pleitesía, pero también en compases, como la exitosa polka «La patinadora» (1894), compuesta por el maestro Chueca, con dedicatoria incluida: «A las bellísimas patinadoras que concurren al parque Rusia».