La Casa del Pecado Mortal
/Cada noche una fila de frailes, portando pequeños faroles, salía de la casona e iba de puerta en puerta a burdeles, botillerías y garitos de mal vivir pidiendo limosna: «para hacer bien por las almas de los que viven en pecado mortal», decían. También, frente a las puertas de las bodegas, cantaban: «Alma que estás en pecado, si esta noche te murieras piensa bien adonde fueras». Era la «Ronda del Pecado Mortal», que con puntualidad exquisita, al caer la noche, salía de una casona envuelta en misterio: la Casa del Pecado Mortal.
La casa, desde el año 1733, acogió a la Real Hermandad de María Santísima de la Esperanza y Santo Celo en la salvación de las Almas, conocida por los madrileños como «El Pecado Mortal», y que cubría barrios con mala fama como Barquillo, Maravillas, San Francisco y San Lorenzo.
A aquel lúgubre lugar iban a parar mujeres solteras que se habían quedado embarazadas y que deseaban dar a luz en el mayor de los secretos o aquellas otras que deseaban dejar la prostitución. Otras, sin embargo, entraban obligadas por sus familias, que a sus ojos eran impías. Entre sus paredes veneraban una imagen de la virgen de la Esperanza, junto a la cual habían instalado un buzoncito para que las «doncellas en pecado mortal» echasen sus plegarias. También, por supuesto, se hablaba de sus subterráneos, por los cuales, según cuenta la leyenda, se daban cita príncipes con las «pecadoras», una especie de adaptación al subterráneo por el que Felipe IV visitaba a la novicia de San Plácido.
Aquel subsuelo despertó mil y un fantasías. El escritor y bohemio Emilio Carrere, que todos conoceréis por su gran La torre de los siete jorobados, escribió: «¡Cuantas tristes mujeres han llorado en la lúgubre Casa del Pecado Mortal!». Unos años después de la publicación de su famoso libro escribió sobre la Casa del Pecado Mortal, pero para volver a soñar con esa ciudad oculta. En el periódico La Tarde, en mayo de 1927, en un artículo titulado «Una mansión de leyenda», aseguró que «el barrio de la Morería y el barrio procer de la calle del Sacramento, así como el distante de la Judería, en torno al Lavapiés, están socavados por vías subterráneas donde con un poco de fantasía podemos suponer la existencia oculta de restos de mezquitas y de sinagogas y de grandes orzas olvidadas». ¿Era cierto?
A su alrededor surgieron un sinfín de leyendas y misterios que convirtieron a la Casa del Pecado Mortal en un lugar extraño y prohibido para los madrileños. «Era una casa hermética, sombría, vigilante, en la silente calle del Rosal —sigue diciendo Carrere en su Ruta emocional de Madrid, publicado en 1935—. Las antiguas mansiones tienen un alma igual al alma de las gentes que en su ámbito vivieron; los seres que pasaron dejan su huella astral y algo invisible dice las ansias que tuvieron. Así es en esta triste mansión conventual todo negro y devoto, austero y penitente, cual si tuviese un alma temerosa y doliente».
Para cuando dedicó estas líneas, la casa era un montón de escombros (fue derrumbada en 1926) y la antigua calle del Rosal, donde estuvo situada, estaba a punto de desaparecer con la apertura del tercer tramo de la Gran Vía. Hoy su rastro queda en lo que es el número 66 y el tramo de calzada que se encuentra frente a la calle García Molinas.
La Orden, con sus oscuras invocaciones al arrepentimiento, amenazaba con el fuego eterno, las llamas que consumirían los cuerpos de los pecadores. Pero aquel fuego infernal se volvió contra la misma. Tras la congregación del Pecado Mortal, abandonar el edificio e instalarse en el convento de Santa María de Magdalena, situado en la calle Hortaleza, pasaron décadas de tranquilidad, que quedaron rotas con un suceso trágico: en junio de 1936, una vez desatada la Guerra Civil, los revolucionarios incendiaron el edificio, que fue pasto de las llamas. El fuego terminó con la Orden.