Las tentaciones del miedo
/«Claro que toca refundar. Habría que refundarlo todo. Incluido el tipo de clase política que hemos padecido y la política misma. Un Año Cero. Actuar con la valentía que esperan los que padecen la política de tierra quemada de los últimos años. Porque lo que nos jugamos es todo. Para empezar, no solamente ver qué sucederá el día después de la desescalada, sino cómo será nada más y nada menos que nuestro Día de Mañana».
Pocas veces hemos estado en este cruce de caminos, esos lugares mitológicos en que los cantantes de blues vendían su alma al diablo o donde las brujas se reunían. Jamás hemos vivido de una manera tan ausente (confinados, angustiados y desconcertados ante la situación de colapso absoluto) los momentos que decidirán nuestro futuro, el mundo que habitaremos. La ansiada vuelta a la normalidad es ante todo una salida en falso. No habrá nada que se acerque a la normalidad y, en cualquier caso, si hacemos un poco de memoria antes del virus, ¿qué tenía de idílica aquella normalidad tan anómala? El único camino es hacia el futuro.
Lo sucedido es un ejemplo de nihilismo contemporáneo. De la noche a la mañana nuestro mundo se ha hecho añicos y ahora, en medio de la incertidumbre, buscamos un asidero, pero ¿a qué precio? Cuando nuestra casa está ardiendo no solemos optar por soluciones imaginativas. Más bien nos apartamos a un lado y esperamos que los bomberos acaben con el fuego. Pero el problema es que hoy los bomberos modernos son pirómanos mediocres y, en algunos casos, hasta ultras ignorantes dispuestos a todo y al precio que sea.
El impacto de lo sucedido también puede medirse en términos de memoria. Son los efectos de una guerra en la que aún no estamos ni tan siquiera en su posguerra. Ahora vendrá lo peor: incorporarnos a una rutina anómala, el día a día en otro estado excepcional de profunda crisis económica en la que la derecha y todos sus clientes y amigos han soltado a sus perros. El hooligan de la calle Salamanca que clama a gritos por lo «indignante de la paguita de los 400 euros» es la voz de una facción política que no es marginal, ni mucho menos. Aún no han dinamitado las políticas sociales propuestas, pero lo harán.
LA GESTIÓN DEL MIEDO
«Debemos prepararnos para nuevas pandemias, lo mismo que un nuevo tipo de bioterrorismo que durante estos meses ha tomado buena nota del caos provocado por el virus»
El conflicto tiene vocación de prolongarse e incluso permanecer a nuestro lado. El tiempo histórico se mide de otra manera. Son las consecuencias de todo Acontecimiento. Antes del virus nos situamos en una suerte de «prehistoria». Estamos ante una lucha por un nuevo lenguaje, una semántica de la tragedia y una nueva estética de rostros ocultos bajo mascarillas donde los ojos son lo único que nos recuerda a una humanidad que se sabe cautiva. Lo «actual» ha sido barrido. Un ejemplo: los refugiados siguen estando a las puertas de una Europa que les niega la entrada, pero hace semanas que nadie habla de ellos. Los ultras, mientras tanto, deslizan la tentación de los idiotas, el oportunismo de los bárbaros: ¿cerrando fronteras estaríamos más seguros? Debemos prepararnos para nuevas pandemias, lo mismo que un nuevo tipo de bioterrorismo que durante estos meses ha tomado buena nota del caos provocado por el virus. La pregunta es ¿cómo gestionaremos el miedo?
Mientras el fuego devora muebles y paredes, ¿qué haremos nosotros, la ciudadanía que lleva padeciendo el virus de la mediocridad política desde hace tanto tiempo? En este cruce de caminos el diablo se nos presenta como nuestro único aliado: perder un poco de nuestra alma a cambio de seguridad. Estos días se habla de control y se filtran, sin excesivo debate, algunas ideas futuras de vigilancia global. Por supuesto, se asegura que este control será temporal, pero la ecuación es sencilla: bastará sustituir crisis sanitaria por seguridad nacional para volver a activar los mismos mecanismos de control. Los controles térmicos y la localización absoluta no tienen una vocación temporal. Nunca serán enviados al basurero de la historia. Jamás la implementación de una medida de seguridad de este tipo fue olvidada o sometida al control ciudadano; más bien se mantendrá, aunque con modificaciones.
El discurso del miedo siempre funciona, más aún cuando el terror es incorpóreo, mortífero, global e invisible. Deshacer el camino supondría regresar a la inseguridad, volver a quedar expuestos a la arbitrariedad de un fenómeno que puede reaparecer cuando menos te lo esperas. La cantidad de información en manos de los gobiernos supondría que el reciente escándalo de Cambridge Analytica quede en una anécdota menor. La ilusión de la seguridad total es un señuelo para aceptar lo inaceptable. La pregunta nos suena familiar: ¿cómo se controla a quien nos controla?
LA ESPAÑA DEL BARRIO DE SALAMANCA O LA DE ALUCHE
«El derrumbe es el espectáculo ideal para las ratas»
La ultraderecha hace su agosto. En las últimas semanas hemos asistido como en nuestro país la derecha rancia y los extremistas han arramplado con los pocos muebles que hemos podido salvar de las llamas. Estábamos acostumbrados a un grado de menosprecio y crueldad cósmicos, pero el problema de los excesos y el salvajismo es que cuando se han superado todas las líneas rojas de la decencia se corre en tierra de nadie. A partir de ahora tendremos a una pretendida nueva derecha que, ahora sí, conscientes del rédito político, hará de la sanidad pública su bandera y culpará al gobierno de las muertes: en Moncloa vive un tirano, dirán.
Ante la precariedad y la bancarrota acusarán de todo lo imaginable al gobierno y movilizarán a su público habitual, pero intentarán además sumar a los más golpeados por la crisis, todo un gran ejército que tendrá la tentación de la política del miedo. Asistiremos a una derecha, por supuesto radicalmente contraria a los ideales de la Revolución francesa y a la libertad misma, que se reivindicará como luchadora de la libertad y contra la tiranía. Venezuela les señala el camino. El derrumbe es el espectáculo ideal para las ratas. Su objetivo no es otro que mantener el control en un escenario político donde todo es posible, incluida una revisión total de privilegios, prebendas y políticas esencialmente antisociales. Tienen mucho que perder, lo quieren todo.
«La España del barrio de Salamanca o la de Aluche. No hay otra opción. Su club de campo debe pasar a la historia. Es obsceno e indecente: unos palos de golf como símbolo de su protesta»
¿Cuál será el papel de la izquierda? Nos toca, por un lado, poner en marcha las redes de autoayuda en los barrios, hacer visible y real todo el trabajo político de la última década, ejemplificar que la política comienza en casa. Una política de lo cercano. Su fortaleza será la primera línea ante las barbaridades venideras. Vivimos una época no solo de reino de la postverdad sino de descrédito de la misma verdad en sí misma como valor ético irrenunciable.
Lo harán los mismos que apuntalaron parte del desastre con el colapso de los hospitales públicos, que corrieron a pedir «asilo» en los mismos centros que contribuyeron a desmantelar, como Ayuso y su Banda Negra. Son la estirpe de la aterradora señora Carmody de La Niebla, un puñado (bastante numeroso, por desgracia) de fanáticos y adalides de una hispanidad esperpéntica basada en una hidra de mitos, leyendas y datos falsos, reyes y reinas de los bulos, una caterva que se ha dedicado a intoxicar con mentiras lo que nos quedaba de una información hecha jirones, el fraude hecho voz y verbo que jugará con la desmemoria que por desgracia padeceremos nosotros y nosotras, cada vez más desmemoriados. No hay que subestimarlos. Juegan con fuego.
Es inaceptable que los bancos, que estas semanas nos han bombardeado con anuncios lacrimógenos sobre el gran país que somos, esos sectores rescatados en el pasado, no contribuyan a la manida recuperación. Cualquier hombre o mujer sensatos sabe poner el dedo en la llaga: la España del barrio de Salamanca o la de Aluche. No hay otra opción. Su club de campo debe pasar a la historia. Es obsceno e indecente: unos palos de golf como símbolo de su protesta.
La izquierda, que siempre se siente más cómoda liderando movilizaciones, ha perdido pie. Paralizada por el confinamiento y el relajamiento que dio la entrada en política de los «suyos», tiene mucho de acomplejada e ínfulas de alta política. Lo ha visto en películas, leído en libros, escuchado en boca de otros. Desempolva trajes y se carga de grandes palabras. Cita a filósofos, estadistas, gente de orden. Se habla de refundar el Régimen del 78, como si eso fuese una buena noticia cuando a muchos y muchas se nos viene a la cabeza el vergonzoso pacto del silencio.
REFUNDARLO TODO
«¿Hasta cuándo mantendrá la ciudadanía un discurso amplio y crítico, una mirada global a una pandemia y crisis globales, un estar y saberse informados ante la avalancha de descalificaciones, fakes e incendios?»
Una emergencia nacional supone movilizarse a toda costa, levantar diques de contención en la base del sistema que garantice la supervivencia y las ayudas a los más afectados, una redistribución de las cargas. No basta con que bancos y grandes empresas hagan donaciones; es ahora cuando toca exigirles a ellos otra clase de sacrificios: los mismos que costeamos nosotros. El patrimonio tiene que salir a flote. La Iglesia debe, de una vez, pagar lo que paga el resto de ciudadanos. Es ahora cuando el Estado debe cumplir el mandato por el que existe: servir a los ciudadanos. También es necesaria una política de redistribución de ese flujo económico para que llegue adonde debe.
No hay gobierno que resista gestionar la ruina. Ya lo advirtió hace unos días Ayuso, que padece una hipertrofia mental o quizás el síndrome de Tourette, cuando culpó a Sánchez de la ruina de Madrid, del país y, de paso, hasta de las mismísimas muertes. Un vistazo a la historia reciente, a otros procesos políticos, nos indica que ningún gobierno resiste una sacudida de este tipo. Y posiblemente caiga. ¿Hasta cuándo mantendrá la ciudadanía un discurso amplio y crítico, una mirada global a una pandemia y crisis globales, un estar y saberse informados ante la avalancha de descalificaciones, fakes e incendios? ¿Hasta cuándo apoyará al boxeador Sánchez, que perderá combate tras combate y está condenado a lidiar con el desastre?
Lo siguiente: las calles. Porque también la derecha se sabe en el cruce de caminos. Es ahora o nunca. Sabe que la ruina devora todo a su paso. Por eso el gobierno asumía que nos esperan dos años catastróficos, pero que en 2023 estaremos «mejor que antes de la crisis». Eso dijeron. Es la política, claro. Cuesta mucho creerlo, pero es evidente que es la manera de intentar salvar el barco ante unas elecciones generales que llegarían a finales de ese año. Difícilmente lo logrará si no da un cambio de timón brusco y eso pasa por una política contraria a los grandes fastos e ingentes obras faraónicas, a las pomposas celebraciones y a seguir presentándonos como si fuésemos el encargado del McDonald’s al que sus jefes le exigen que cada año mejore un dos por ciento los beneficios del año anterior.
Claro que toca refundar. Habría que refundarlo todo. Incluido el tipo de clase política que hemos padecido y la política misma. Un Año Cero. Actuar con la valentía que esperan los que padecen la política de tierra quemada de los últimos años. Porque lo que nos jugamos es todo. Para empezar, no solamente ver qué sucederá el día después de la desescalada, sino cómo será nada más y nada menos que nuestro Día de Mañana.