La fiesta del siglo: la mascarada mas siniestra
/A comienzos de los setenta, los Rothschild organizaron una de las fiestas de máscaras más insólitas y extrañas de todos los tiempos, el mayor bestiario snob jamás visto.
«Con un simple antifaz, se juega al apasionado galanteador, excitado por el fulgor de una mirada o por una mano que se desliza fuera de un guante para hacer gustar las primicias de una piel. Pero en el baile de máscaras nadie se da cuenta de nada, es la terra ingnota, sobre cuya ribera pueden desembarcar los navegantes audaces, sin la menor consideración ante su propia seguridad y ante la belleza o salud de su compañera». Esto era lo que afirmaba Matrimonio a la moda, escrito por Dryden en 1673, en plena efervescencia de los bailes de máscaras, multitudinarias mascaradas que tenían lugar en palacios y lujosos locales y que imitaron a numerosas sociedades secretas inglesas y francesas.
Lo que resulta poco conocido es que a estas mascaradas podía acudir cualquier persona, siempre y cuando fuese informado de su celebración y acudiera debidamente vestido y con su rostro cubierto. Muchas mujeres de la aristocracia podían acudir sin escolta. Nadie conocía la verdadera identidad de quien tenía al lado, aunque a veces existían habitaciones interiores donde voluntariamente las parejas podían quitarse las máscaras. Inicialmente, las mascaradas, a mediados del siglo XVII, consistían en reuniones de personas que iban debidamente disfrazadas. Cada participante desempeñaba un papel determinado. Tras la interpretación, este era aplaudido.
Eran clandestinas porque durante un tiempo estuvieron expresamente prohibidas y solían recibir la visita de la policía, que exigía descubrirse a los participantes. Una vez que esto sucedía, con frecuencia los agentes se quedaban estupefactos al identificar a integrantes de la nobleza y aristocracia. Se hablaba de libertinaje y perversión. Desde que se tuvo conocimiento de las mascaradas, fueron objeto de reiterados ataques por parte de la prensa más conservadora. Incluso hubo quien exigió que a los participantes que fuesen identificados se les condenase a pagar una multa para el «sostenimiento de las maternidades».
A mediados del siglo pasado, las mascaradas experimentaron un gran auge en Estado Unidos. Se trataba generalmente de lujosísimas fiestas en las que millonarios invitaban a estrellas pop, personajes de dudosa fama, actores y actrices o políticos de uno u otro signo. Muchos anfitriones competían entre sí por organizar la «mascarada del siglo». La prensa se apostaba a la espera de la mejor instantánea.
A comienzos de los setenta, concretamente el 12 de diciembre de 1972, se celebró una de las mascaradas mas célebres de todos los tiempos. Fue organizada por los multimillonarios Rothschild, Marie Helena y el barón Guy de Rothschild en su mansión de París. El lujo y la excentricidad alcanzó cotas inimaginables. Acudieron cientos de famosos y celebridades del mundo del arte y la cultura, como Dalí, Maria Gabriella de Savoia, Audrey Hepburn, Alexis de Redé y muchos más. Se vieron auténticos cadáveres exquisitos en forma de trajes y mesas, objetos imposibles, muñecas destrozadas junto a cubiertos de plata, aterradoras máscaras de animales o compuestas por varias caras, atrezos a punto de venirse abajo, rostros anónimos que se paseaban de un lado a otro.
Desde luego, la policía no intervino. Todos ellos eran gente «de orden», pero las estupendas fotografías capturaron aquel evento.