«La invasión de la cochambre»: rock, canutos y secretas a la sombra de la dictadura
/Los autobuses llegaron repletos y, al llegar al centro de Burgos, comenzaron a bajar de estos decenas de melenudos, hippies, chavales con canutos y pantalones de campana, camisas con flores, collares. Había llegado la «cochambre», o al menos así fue como lo describió La Voz de Castilla, que publicó en su portada la noticia y enfureció a los asistentes, que quemaron el periódico en grandes pilas: «La invasión de la cochambre». La suciedad, la porquería, el franquismo resistiéndose a darse por vencido. Más abajo, el periódico decía: «A Burgos le ha cambiado la cara; ahora tiene legañas», mientras daba cuenta de lo que sucedía en el mundo: atentados, crisis, política.
Pero lo que pasaba en Burgos, la mañana del 5 de julio de 1975, fecha del festival «15 horas de música pop. Ciudad de Burgos», es que ya podían verse tiendas de campaña en algunos puntos de la ciudad, como en la orilla del Arlanzón, y los jóvenes se liaban porros sin pudor alguno entre decenas de secretas que iban y venían sin poder creer aquello. «¿Para qué tenemos la Ley de Vagos y Maleantes?», preguntaban algunos, incrédulos ante lo «perpetrado» por Antonio García Martín, concejal de festejos de la ciudad, que aceptó la arriesgadísima propuesta de gente de la revista Popular 1 o del promotor José Luis Fernández de Córdoba.
La consigna era vigilar y, si las cosas se ponían feas, pedir refuerzos y poner orden. No había orden. En las gradas, según iban entrando, se arremolinaban los fans y comenzaban a bailar en las gradas y el terreno de la plaza de toros de El Plantío, donde tenía lugar el acontecimiento. Las bandas: Triana, Burning, Storm, Bloque o Eva Rock, entre muchas otras. Un conglomerado de psicodelia y rock pesado, flamenco y progresivo. Rarezas.
Hay presentadores, que son abucheados. El nombre de Woodstock sobrevuela en aquellas horas pero, claro, esto es más modesto, aunque igual de sorprendente. Los paralelismos con aquello: el coladero. Casi la mitad de los cuatro mil asistentes se han colado o las bandas han hecho un uso excesivo de la lista de invitados. 2100 personas entran gratis. Las 200 pesetas de la entrada desaparecen en cervezas y vino.
Por allí puede verse, en los camerinos o entre el público, a gente como Carlos Tena o Diego Manrique, que cubren el festival. El sonido es malo y el calor aprieta. Nada de eso importa. La fiesta se prolonga en la noche en que la cochambre triunfó.