¡Quememos el cine! La película que puso en pie de guerra a los ultracatólicos
/«¡Blasfemia!» «¡Ultraje!», rezaron los periódicos franceses, italianos y españoles. Pierre d’André, crítico de cine y ultracatólico, describió la escena más polémica de Je vous salue, Marie, de Jean-Luc Godard, de esta manera: «De la Virgen, el propio símbolo de la pureza, [Godard] ha hecho una especie de exhibicionista, que se muestra íntegramente desnuda en numerosas ocasiones y deja la cámara recorrer largamente su cuerpo de cerca, muy de cerca. Peor aún, ella incita a su hijo a descubrir su cuerpo desnudo bajo su vestido, lo que escandaliza al propio José que interviene». Hasta el papa intervino. El 4 de mayo de 1985, Juan Pablo II rezó, a través de Radio Vaticano, un rosario de desagravio por la proyección de la película.
«Cuando llegó a España se vieron escenas insólitas: manifestantes ultraderechistas, cruz y cirio en mano, rezando a las puertas del cine Alphaville de Madrid. Señores y señoras con rostro sombrío junto a chavales acostumbrados a las palizas callejeras»
Su estreno en España fue un pequeño cataclismo para los sectores ultras. La película venía precedida de una enorme polémica. Piquetes y cartas al director, amenazas de bomba y declaraciones públicas. Cuando llegó a España se vieron escenas insólitas: manifestantes ultraderechistas, cruz y cirio en mano, rezando a las puertas del cine Alphaville de Madrid. Señores y señoras con rostro sombrío junto a chavales acostumbrados a las palizas callejeras. El País, en su crónica del 21 de junio de 1985, describió así la tensión a las puertas del cine: «Una manifestación de un millar de personas, en su mayoría jóvenes o de edad avanzada y entre las que se encontraba Blas Piñar, ex presidente y fundador del grupo ultraderechista Fuerza Nueva, impidió la normal proyección de la película Je vous salue, Marie, de Jean-Luc Godard, el pasado miércoles, día de su estreno, en un cine de Madrid. De las cuatro sesiones, una se suspendió, y la nocturna fue la única a la que el público pudo acceder libremente tras realizar la policía una carga contra los manifestantes. Ayer, ocho furgones de la policía antidisturbios permitieron que se proyectara la película, con vigilancia fuera y dentro del cine». Se sucedieron las carreras, gritos y gestos de supremo dolor. El segundo día de proyección sucedió algo parecido, o incluso peor: «Impasible el gesto, una veinteañera ataviada con falda pantalón roja, zapatos y lazos a juego, encabezaba, crucifijo y megáfono en mano, la procesión que incansablemente subía y bajaba la acera rezando el rosario. Entre misterio y misterio, la muchacha vestida de rojo dedicaba los rezos del colectivo que la seguía “a los compañeros policías que ayer nos agredieron” o “a los hermanos pecadores que entran a ver una película blasfema”. Vivas a la Virgen, a Cristo Rey, a Lefevre y a Juan XXIII eran gritados con caras congestionadas por los participantes en la procesión», describió el periódico.
«No queremos que nadie vea a nuestra Madre desnuda e insultada. No, yo no he visto la película, pero no hace falta verla para saber de qué va»
Fue un fiasco de público, aunque lógicamente asustaba atravesar la barrera humana ultracatólica, que incluía insultos, lanzamiento de bombas fétidas o largas colas de falsos espectadores que pagaban una entrada (290 pesetas), cada uno de ellos con calderilla, provocando atascos monumentales. A la primera sesión asistieron 127 personas, cuando el aforo era de 236. La segunda sesión no alcanzó la cifra de la primera y se temía que las expectativas para las dos últimas no mejorasen, pero los agentes intervinieron ante las llamadas del cine y de los vecinos. Cuando aparecieron varias furgonetas policiales, muchos manifestantes intentaron convencer a los agentes de que estaban ante «compañeros». Había veteranos de guerra, ex combatientes franquistas y toda clase de grupos ultras. Fue en vano. La Policía Nacional invitó a los manifestantes a disolverse, pero estos se arrodillaron, comenzando una sufrida plegaria: «¡España, católica!», gritaron algunos, mientras otro le decía a un agente que no iba a moverse de donde estaba «porque no queremos que nadie vea a nuestra Madre desnuda e insultada. No, yo no he visto la película, pero no hace falta verla para saber de qué va». Evidentemente: ¿Quién consentiría que su propia madre fuese ultrajada de esa manera?
A la policía se le acabó la paciencia. El alboroto creció más cuando sacó pecho Blas Piñar, autoproclamado «vicario de Dios», mientras arreciaban los gritos de «¡Muerte a los rojos!» o el gesto desesperado de una monja que, al ver como zarandeaban a un espectador, imploraba que no le pegasen, que él solamente estaba «equivocado» y «perdido». Las primeras sesiones no pudieron proyectarse. Muchos espectadores, al ver la encerrona, se daban la vuelta y regresaban por donde habían venido. A las 21:15, dos centenares de policías cargaron contra la manifestación y golpearon a los jóvenes que, en primera línea, permanecían inmóviles profiriendo gritos de «¡Viva la policía!». A las 22:45, con la sala llena, comenzó el cuarto pase de la película, ya con toda normalidad.
Los fascistas, obviamente, criticaron la actuación policial, mientras la Conferencia Episcopal difundía un comunicado en el que lamentaba la proyección del filme de Godard. En Barcelona sucedió algo parecido, aunque no hubo cargas a las puertas del cine. Los ultraderechistas se congregaron a las puertas de la Catedral y, desde allí, marcharon hasta el Gobierno Civil con pancartas que rezaban «¡Viva la Virgen! No más blasfemias», «Cataluña será católica o no será» o «Reina de España, sálvanos». Pero Madrid estaba en el ojo del huracán. El cine Alphaville, tras el estreno, continuó bajo el punto de mira de los ultras. Semanas después, un jóven fascista de 17 años fue detenido tras arrojar una lata de gasolina a las puertas del local e intentar prenderle fuego. Durante el cacheo, le encontraron varias balas. Finalmente, las amenazas de bomba que durante días recibieron los dueños se tornaban sombríamente reales.