La revolución comunista toledana de julio de 1932
/Durante los años 30 se produjeron en España varias huelgas revolucionarias. Aunque Casasviejas y Asturias en 1934 son las más conocidas, dos años antes, Villa de Don Fadrique ya quiso hacer su propia revolución comunista.
Durante los años treinta, la localidad toledana de Villa de Don Fadrique era conocida como «la pequeña Rusia». La razón era que el Partido Comunista tenía una importante presencia en el lugar, hasta el punto quen, entre los niños y niñas del pueblo, había algunos nombres como Lenin, Dimitrov e incluso Stalin y Stalina.
Pueblo eminentemente agrícola, las tierras de Villa de Don Fadrique estaban en su mayor parte en manos de doce familias, que eran las que daban trabajo a los campesinos que, en las elecciones de 1931, votaron masivamente a los partidos comunista y socialista, que obtuvieron el 90% de los votos. Animados por el triunfo de las izquierdas, los campesinos comenzaron a reivindicar sus derechos laborales y las tensiones entre caciques y propietarios no tardaron en aparecer.
En septiembre de 1931, en la localidad vecina de Corral de Almaguer se produjo un enfrentamiento entre propietarios, fuerzas del orden y trabajadores, que dio como resultado seis muertos y veinte heridos. A pesar de la distancia entre un pueblo y otro, la oligarquía de la zona argumentó que el instigador de lo sucedido había sido Luis Cicuéndez, el alcalde comunista de Villa de Don Fadrique, y no paró hasta que forzó su renuncia, colocando en su lugar a una persona más afín a los propietarios.
Esta maniobra, lejos de apaciguar a los trabajadores, los convenció aún más de la necesidad de luchar por sus derechos que, además, se habían visto perjudicados por una ley del gobierno de la República que impedía a las mujeres y a los menores de 18 años participar en las labores del campo. En un primer momento, las protestas de los campesinos, liderados por Luis Cicuéndez y el médico Cayetano Bolívar, se limitaron a la organización de reuniones y asambleas. Sin embargo, cuando en julio de 1932 llegó la época de la siega del trigo, los obreros decidieron dejarse de mítines y resolvieron ponerse en huelga.
Durante varias jornadas se negaron a participar en las labores de recolección y, un buen día, cambiaron esas protestas pacíficas por una pequeña revolución comunista, cuyas consecuencias llenaron las páginas de los periódicos.
Amanecer rojo
Según los medios de comunicación de la época, muchos de ellos afines a los intereses de los caciques locales, el clima de tensión en el lugar provocó que algunos propietarios abandonasen Villa de Don Fadrique y solicitasen la ayuda del Gobernador Civil, el cual mandó un delegado para reunirse con las partes y conocer la situación.
Sin embargo, el día que dicho delegado iba a llegar al pueblo, comenzó el levantamiento popular. Según narraba el periódico La Voz, desde hacía tres días «los campesinos levantiscos permanecían en las afueras del pueblo, y no volvían ni por las noches, como si realizasen un verdadero asedio». Las mujeres les proveían de alimentos y, aunque ese comportamiento levantó las sospechas de la Guardia Civil, la actitud pacífica de los obreros impidió cualquier intervención de la autoridad.
Así fue hasta el amanecer del 8 de julio. Ese día, el pueblo despertó con la algarabía de las mujeres que, armadas de hoces, recorrieron las calles gritando que había llegado la hora de cortar cabezas, «dando vítores a Rusia y gritando en favor del amor libre». En un momento dado, una de esas mujeres cayó herida por un disparo, presumiblemente realizado por un miembro o simpatizante de la oligarquía. A partir de ese momento, se sucedieron los tiroteos entre los obreros escondidos entre las mieses y los miembros de la Guardia Civil, que estaban vigilándolos en las inmediaciones del pueblo.
Mientras un grupo de obreros controlaba a la Guardia Civil, otros trabajadores entraron en las eras, quemaron cosechas, propiedades, maquinaria agrícola y cortaron los cables de teléfono y del telégrafo para que desde el Ayuntamiento no pudieran solicitar ayuda exterior. Además, se levantaron traviesas y raíles para impedir que llegase el ferrocarril y se cavaron zanjas en las carreteras para dificultar el acceso al lugar de los automóviles. El autobús de viajeros que cubría el trayecto entre Quintanar de la Orden y Toledo, por ejemplo, fue detenido en mitad de la carretera por los campesinos, que retuvieron a conductores y pasajeros, a los que informaron de que se había proclamado el comunismo en el lugar.
Dada la gravedad de la situación, seis parejas de la Guardia Civil salieron del acuartelamiento del pueblo para intentar parar a los más de quinientos obreros que seguían quemando sembrados y maquinaria. Al encontrarse con algunos de los trabajadores detuvieron a uno de ellos, lo que encendió más los ánimos y provocó un nuevo tiroteo que se alargó durante dos horas. El enfrentamiento solo fue interrumpido cuando hizo acto de presencia en el lugar el alcalde del pueblo que, blandiendo una bandera blanca, solicitó parlamentar con los campesinos. Tras unos minutos de charla, los obreros pusieron como condición para poder llegar a cualquier acuerdo, que el compañero detenido fuera puesto en libertad. Como la Guardia Civil se negó, los enfrentamientos continuaron.
No pudo ser
A medida que avanzaba el día, fueron llegando al lugar, procedentes de los pueblos vecinos, más de cuarenta efectivos de la benemérita. Entre ellos un capitán y sus ayudantes de Tembleque, cuyo automóvil fue tiroteado por los revolucionarios, provocando la muerte de uno de sus ocupantes. Ese hecho no hizo más que empeorar la situación y trasladar el enfrentamiento al centro del pueblo donde, al tiempo que se sucedían los tiroteos, las autoridades comenzaron a registrar las viviendas para detener a todo aquel que consideraban sospechoso.
Más de setenta personas fueron detenidas, entre ellos, el juez municipal y el médico del pueblo, sobre los que la prensa de la época no ahorro calificativos despectivos. Del doctor Bolívar se dijo que era frío, sin sentimientos e imperturbable; del juez municipal, que era una «figura siniestra», «bajo, enjuto, cetrino. Cretinismo y maldad en una pieza. Encargado, por ministerio de la ley, de administrar justicia. ¡Una justicia social que para implantarse acude al homicidio y al saqueo era la que él quería implantar! ¿Cómo iba a guardar la ley quien vivía fuera de ella?».
Tampoco se libraron de esos comentarios críticos algunos de los participantes en la revuelta. De una de las heridas, el periodista Victorino Tamayo dijo en La Voz: «Una niña. Catorce años. Esgrimía una hoz. Era una furia. Recibió un balazo en una nalga. Dos heridas. Ni un gesto de dolor. Las horas de calma que siguieron a las de lucha enardecida han aquietado la agitación de sus facciones. Es una niña. Rubia. Bella. Sentada junto a su hermano, también herido, al que atiende, creyéresela una buena muchacha en el ejercicio de la más augusta función femenina. Y, sin embargo, hace una horas esgrimía una hoz y vomitaba insultos. No lo hemos creído; pero en el brillo de sus ojos y en la dureza de sus palabras hemos advertido algo terrible».
Al final de la jornada la revolución de Villa de Don Fadrique fue sofocada. El saldo fue de cuatro muertos –un guardia civil, un propietario y dos campesinos–, veintiséis heridos, entre ellos cinco guardia civiles y casi un centenar de detenidos, de los cuales muchos fueron enviados a prisión sin fianza. Entre ellos no estaba Luis Cicuéndez, el antiguo alcalde, que consiguió huir de la localidad, refugiarse en Madrid y, más tarde, viajar a la URSS, donde se formó en la Escuela Internacional Lenin.
El caso conmocionó a toda España y preocupó a las autoridades. Además de la cobertura en periódicos y revistas, en septiembre de 1932, el Congreso de Diputados debatió la posibilidad de implementar mejoras en el sistema educativo de Villa de Don Fadrique para que los jóvenes del lugar se desmarcasen de los sindicatos y los partidos políticos de izquierdas. Unos meses más tarde, en marzo de 1933, se celebró en Toledo el proceso contra tres de los participantes en la revolución del año anterior, Francisco Vela Organero, alias Colilla, Bonifacia Fuentes Marín, alias Carrascosa y José Manzanares Martín. Los dos primeros fueron absueltos y el tercero, declarado culpable, recibió una pena de veintiún años y seis meses de reclusión. Aunque el propio jurado lo había considerado responsable, sus miembros consideraron que la pena impuesta era excesiva y solicitaron que se iniciase el proceso de indulto.
Poco tiempo después, Luis Cicuéndez regresó a España y, en 1936, logró ser investido de nuevo alcalde de Villa de Don Fadrique. Durante la guerra, el pueblo continuó apoyando el comunismo y la República. Muchos de los vecinos se alistaron voluntarios en el ejército republicano y el propio Luis Circuéndez llegó a dirigir una de esas compañías, con la que combatió en la zona de San Martín de Valdeiglesias. Allí se le perdió la pista y nunca más se tuvo noticia de él.
Finalizada la guerra, las autoridades franquistas pusieron en marcha su maquinaria represiva contra aquellos vecinos que se habían mostrado afines a la República, algunos de los cuales fueron acusados de dirigir una cheka en uno de los edificios del pueblo. Veinte de ellos fueron posteriormente juzgados y ejecutados en Quintanar de la Orden.