Cuando los niños de la URSS y EEUU jugaban con patatas
/Durante años, la URSS y EEUU compitieron por convencer al mundo de las virtudes de sus diferentes sistemas políticos cuando, en realidad, se asemejaban más de lo que se pudiera creer: en ambos los niños jugaban con patatas.
Entre los años 1927 y 1929, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) sufrió la llamada «crisis de las cosechas», que obligó a racionar los alimentos en los entornos urbanos. Para revertir esa situación, Stalin decretó la colectivización de las tierras y los medios de producción. Sin embargo, entre 1932 y 1933 se produjo una enorme hambruna que afectó especialmente a las repúblicas de Ucrania y Kazajistán, importantes zonas agrícolas.
A pesar de ello, en 1931, los niños soviéticos pudieron disfrutar de un curioso libro titulado Игрушки из картошки que, según Google Translator, significa sencillamente «Juguetes de papa» porque eso justamente era su objetivo: proponer ideas para hacer juguetes con ese popular tubérculo del que, entre otras cosas, se destila el vodka.
Gracias a esa publicación los niños rusos podían hacer, entre otros muchos juguetes, su propio samovar con patatas y cerillas; un hombre leyendo el periódico –posiblemente el Pravda– mientras paseaba a su perro; un automóvil de patata con conductor del mismo material; una caseta de perro con perro patata; un levantador de pesas (que más bien parecía un coronavirus) o un jinete y su montura, ambos de patata.
Los amantes de la obra de Ayn Rand argumentarán que el libro no era más que el reflejo del fracaso del socialismo soviético. Sin embargo, si se atiende a la coyuntura antes mencionada, es decir, a las hambrunas, las patatas debían de ser un producto de lujo o, al menos, algo digno de poder ser regalado en cumpleaños y fechas señaladas sin ruborizarse.
La URSS promocionó juguetes hechos con patatas, unos productos que debieron de ser casi un producto de lujo durante las hambrunas. Los EEUU, lejos de buscar algo más sofisticado, respondieron creando a Mr. Potato.
De hecho, en esa competición entre las superpotencias que experimentaría su momento álgido con la Guerra Fría, los Estados Unidos, lejos de crear sofisticados juguetes para epatar a los niños soviéticos y animarles a abrazar el capitalismo, lo cierto es que les copiaron la idea.
En 1949, George Lerner, fabricante de juguetes, comenzó a vender unas bolsas con narices, ojos, bocas orejas, brazos y piernas que se clavaban en una patata de verdad. Las llamó Mr. Potato y, poco después, consiguió que una empresa de cereales los distribuyese como regalo entre sus consumidores. No contento con esta solución, siguió presentando su creación a otros empresarios y. en 1951, consiguió que una nueva compañía de juguetes, Hasbro (de Hassenfeld Bros.) le comprase la idea. Lerner recuperó los derechos de explotación de su invención –no sin antes abonar una indemnización a la empresa de cereales– y cedió la producción a Hasbro por un pequeño adelanto y un 5% de cada juguete vendido. Se forró.
A pesar de lo rudimentario de la propuesta, el éxito del juguete, del que se vendieron millones de unidades, hizo que al Señor Potato pronto se le sumase la Señora Potato (1952), un montón de accesorios y toda una colección de amigos de aventuras llamados los Tooty Frooty, cuyos cuerpos ya estaban fabricados en plástico y entre los que se encontraban Oscar the Orange, Willy Burger, Mr. Mustard Head, Frenchy Fry (que era una patata frita) y el que tal vez sea el más desconcertante: la salchicha con ojos y boca Frankie Frank.
En 1989, cayó el Muro de Berlín. Desde hacía unos años la balanza de la política mundial se había decantado en favor del capitalismo y el bloque occidental ya no necesitaba competir con la URSS por mostrar qué estilo de vida era más atractivo. Se acercaban los noventa y como muchos ciudadanos occidentales, el Señor Patata apostó por la normatividad, estilizó su figura, se olvidó de sus amigos de juergas –que habían dejado de ser comercializados en los años 70–, y se volcó en su burgués matrimonio con la Señora Patata y sus hijos. De hecho, hasta dejó de fumar: a partir de los años 90, su característica pipa ya no se incluyó entre sus accesorios.
Lo más curioso es que, hoy en día, en pleno confinamiento por el coronavirus, el capitalismo corre el riesgo de derrumbarse. Las jugueterías están cerradas y nadie puede comprar Mr. Potatos. Sin embargo, los supermercados siguen abiertos y nadie impide hacer un samovar en casa con patatas e incluso destilar vodka. La URSS se está tomando la revancha.