Cuero, calaveras y pistolas: Los «Legionarios de la Muerte» que lucharon contra el fascismo
/Centenares de antifascistas declararon la guerra a los «novios de la muerte» luciendo chaquetas negras, calaveras y tibias cruzadas. Junto al Batallón de la Muerte, destacaron los temidos Legionarios de la Muerte
Su desfile por las calles del centro de Barcelona ha pasado a la historia como uno de los momentos más espectaculares de aquella España que veía la victoria cerca. El Batallón de la Muerte (también conocido como Centuria Malatesta) fue una de las columnas anarquistas e internacionalistas más espectaculares y conocidas, y sobre la que ya hablamos en Agente Provocador. Formada por italianos exiliados en Francia, causaron gran impresión en su desfile por Barcelona, en marzo de 1937, a causa de sus uniformes negros, cuya apariencia recordaba a los utilizados por los fascistas italianos, pero que se remontaba también a los temidos Husares de la Muerte, que también exhibían la calavera y vestían de negro. Aquella mañana desfilaron con una de sus banderas, negra con una calavera y huesos cruzados (que recuerda a otra de los rusos anarquistas, décadas antes, de Bandera Negra), lucieron impecables jerseys negros de cuello alto, uniformes verde-oliva con correaje, boina negra e insignia con una calavera y un puñal en el cinturón.
El Batallón de la Muerte fue entrenado en una masía de Sant Adrià de Besòs, y equipado y financiado por la Generalitat a petición de Diego Abad de Santillán. A su mando estaban Camillo Berneri, Candido Testa y Fausto Nitti. Fueron derrotados en Almudévar y, durante el asalto a la ermita de Santa Quiterial, resultaron aniquilados. Los restos del batallón se reincorporaron a la Columna Ascaso. Otros cruzaron la frontera de Francia o se integraron en la Brigada Garibaldi de las Brigadas Internacionales.
En el frente no se solían ver muchas chaquetas o abrigos negros de cuero, aunque algunos anarquistas y miembros de las Brigadas Internacionales, como varios tanquistas rusos que habían acudido a nuestro país a socorrer a la República, usaban chaquetones de tres cuartos negros. La agresividad visual de las chaquetas negras de cuero parecía estar reservada a mandos y a ciertos grupos. Uno de los testigos más privilegiados, el escritor George Orwell, en Homenaje a Cataluña, recuerda la imagen de los milicianos: «No se trataba en verdad de un uniforme: quizá “multiforme” sería un término más adecuado. La ropa de cada miliciano respondía a un plan general, pero nunca era por completo igual a la de nadie. Prácticamente todos los miembros del ejército usaban pantalones de pana, y allí concluía la uniformidad. Algunos usaban polainas de cuero o pana, y otros, botines de cuero o botas altas. Todos llevábamos chaquetas de cremallera, de las cuales unas eran de cuero, otras de lana y ninguna de un mismo color».
¡VIVA LA MUERTE!
Sin embargo, la calavera lusitana con tibias cruzadas fue adoptada como símbolo y emblema por Juan Perea, que estaba al frente de la Columna Perea, conocida como los Legionarios de la Muerte. Aseguraban, al igual que los «novios de la muerte» de Millán-Astray, no temer a la parca. Morirían por la libertad. El saludo de los Legionarios de la Muerte era «¡Salud, mando único, más cartuchos y todos los fusiles al frente!». También, aunque en menor número, había mujeres. La calavera y la muerte como emblema guerrero tenía una larga historia en nuestro país. En 1705, por ejemplo, se creó el Regimiento de Caballería La Muerte, dirigido por el coronel y marqués de Villa Alegre. La calavera fue exhibida por varios grupos, tanto reaccionarios como revolucionarios, pero lo popularizó el Regimiento de Caballería «Lusitania» n.º 8, creado a finales del siglo XIX y que, con el cambio de siglo, sustituyó la chapa del chacó y las mantillas de los caballos por una calavera y dos tibias cruzadas de metal.
La primera ocasión en que Perea se enfrentó a los rebeldes fue el mismo 20 de julio, cuando marchó con sus hombres a la Sierra de Guadarrama para evitar a toda costa la caída de Madrid. Luego llegarían choques en Navafría y Lozoya, tras lo cual defendieron Madrid del cerco fascista. En la capital, su cuartel general estaba en el número 19 de la calle Padilla, que antes de la Guerra Civil había sido un Centro de Cultura Superior Femenina y que hoy es un anodino bloque de viviendas. Por entonces, asediada la capital, se esperaba una ayuda internacional masiva que, sin embargo, no llegó. Legionarios antifascistas debían luchar con lo que tenían a mano, generalmente con armamento escaso, ante fascistas italianos, nazis alemanes y tropas moras. Lo que sucedió, no obstante, todos lo sabemos.