Necrológicas apócrifas: Morrissey


                           POR ALANA PORTERO

Qué difícil nos lo has puesto, Mozz. Llevo más de veinte años defendiéndote sin que te lo acabes de merecer, tú mismo decías que hacer amigos es un proceso que dura toda la vida y que, cuanto más conoces a alguien, más te decepciona. Nos hemos conocido demasiado, supongo, pero el amor incondicional nubla la vista y no he sido capaz de desprenderme de ti. Ese criptofascismo flojeras con el que has estado bailando casi una década en el fondo es un aviso gentil de lo que nos espera a las raras, solitarias y tristes. Las góticas llevamos a una durmiente señora de derechas alojada en el corazón, que, en función de cómo nos vaya la vida, un día despierta o no. Las punks también. Por eso es importante que nos mantengamos pobres, que nuestros principios nunca se pongan a prueba y nos llegue la madurez en pisos pequeños y despensas atiborradas de hidratos de carbono.

«Estamos destinadas a ser máscaras de nosotras mismas, detrás de las cuales, o amparadas por ellas, dar rienda suelta a toda barbaridad dialéctica que se nos ocurra porque total, la casa se nos hunde en un pantano que se nos tragará vivas»

Steven Patrick Morrissey en una fotografía durante su etapa con The Smiths

Steven Patrick Morrissey en una fotografía durante su etapa con The Smiths

Qué felices éramos tú y yo juntos a finales de los ochenta, en el dolor, la angustia existencial y el drama nos veníamos arriba, hacíamos muy buena pareja, yo la niña triste que traduce desesperada tus versos con ayuda de un diccionario Sopena, tú el arcángel trovador, nuestro Peter Pan de suburbio. Esa siempre ha sido la clave, quienes te hemos querido en la distancia, tus fans, hemos desarrollado una especie de relación personal contigo, una conversación libre en la que volcar esos miedos que perduran pero que dejamos de reconocer ante los demás porque nos hemos hecho mayores y parecen pueriles. O quizá es que solo las pueriles quedamos a tu lado, no lo sé, tú te has ido y yo estoy triste. Te mereces toda la sobreactuación posible, que nos pasemos de luctuosas ante tu cuerpo frío, nos has dado tanto exceso que no podemos más que llorar en voz alta, vestir de negro y escribir monólogos troyanos jugando con tu memoria entre las ruinas.

«Las góticas llevamos a una durmiente señora de derechas alojada en el corazón, que, en función de cómo nos vaya la vida, un día despierta o no. Las punks también»

Hace veinticinco años no entendí tu traslado a California: demasiado sol para nuestras pieles pálidas y estampados de mal gusto. Los años y las lecturas me dieron la clave. Si vivimos suficiente, es nuestra obligación incluir un giro en nuestras vidas que pueda estar escrito por Truman Capote, cada vez lo entiendo mejor, ser damas blancas que bailan en la niebla es una pose que no puede sostenerse sin acabar abrazando cierto patetismo, a cierta edad debemos transformarnos en el tío Randolph de Otras voces, otros ámbitos, travestis sureñas que viven en una casa que se hunde lentamente en el barro, que beben delante del ventilador, que escuchan vinilos, que visten batines de seda y que se maquillan sobre el maquillaje del día anterior. Estamos destinadas a ser máscaras de nosotras mismas, detrás de las cuales, o amparadas por ellas, dar rienda suelta a toda barbaridad dialéctica que se nos ocurra porque total, la casa se nos hunde en un pantano que se nos tragará vivas.

Te voy a echar tanto de menos.

Prometo recordarte en todos los aniversarios, prometo que nunca desaparecerás de mi lista de lo más escuchado del año en Spotify, prometo enseñar a millenials y zetas que «Asleep» es la canción con la que inventaste el «HABER si me muero» y que te deben un puesto de honor en la genealogía del bajonazo.

Ojalá no vayas al mismo lugar en el que esté ardiendo Margaret Thatcher, si es así, azuza las llamas como puedas, que no se diga que tener devaneos dialécticos criptofascistas está reñido con conservar la conciencia de clase y el buen gusto.

«Qué felices éramos tú y yo juntos a finales de los ochenta, en el dolor, la angustia existencial y el drama nos veníamos arriba, hacíamos muy buena pareja, yo la niña triste que traduce desesperada tus versos con ayuda de un diccionario Sopena, tú el arcángel trovador, nuestro Peter Pan de suburbio»

No te prometo que vaya a boicotear festivales en los que se coma carne, no soy tan valiente, ni tan poderosa; pero un tropezón distraído contra alguien que se esté comiendo un kebab para tirárselo al suelo, sí que puedo comprometerme a dedicarte cada año. Meat is murder, se pongan como se pongan.

Llego a las últimas líneas de esta despedida, me cuesta dejarlo, es como soltarte la mano, me consuela saber que probablemente me la apartarías de un manotazo indignado, y que yo lo entendería como la devota gilipollas que siempre he sido.

Ay, Morrissey, solo el cielo sabe lo miserables que nos dejas, ten cuidado con esa boca en el más allá y disfruta de la eternidad con tu mejor pose de disgusto.

Te quiero mucho, Suedehead.


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