Necrológicas apócrifas: José María Aznar


«La historia recordará la foto de las Azores, a los tres Reyes Magos y el paje portugués. Al conquistador castellano, al padre de todos, a ti, José María, que no te importó que millones de personas clamaran en las calles contra la guerra. Al fin y al cabo eran campesinos ignorantes, desdentados sin perspectiva de estado. Los estadistas se bautizan en sangre y adquieren su estatus sobre los huesos de los débiles. No te tembló el pulso»

                            POR ALANA PORTERO

Algo debimos imaginarnos cuando veíamos como tu proverbial bigote de heroico oficinista de falange desaparecía ante nuestros ojos. Cuando esa franja de vello facial que había guiado a España por la senda del puño de hierro y la gomina se convertía en un jirón fantasmal que estaba pero no estaba. Nuestro Cid con acento texano, nuestro Alfonso el Batallador, nuestro Gran Capitán, el de las liturgias de asador y billetes en efectivo, el dador de terrenos, el constructor de palacios sobre el mar. Contigo, José María, todo el monte era orégano e íbamos a calzón quitado. Nos sentíamos imperio empezando por la Isla de Perejil, enclave estratégico, llave del mediterráneo escondida bajo la apariencia de peñote cubierto de cagarrutas de gaviota, con cuatro cabras famélicas por toda población.

Te has ido, José María, nos quedan osamentas de hormigón repartidas por el paisaje español para recordarte, mausoleos de un tiempo de ilusiones en los que parecía que de un momento a otro llovería el dinero, tiempos de hipotecas facilonas, de alegres comisiones al buen concejal. Contigo éramos Patrick Bateman teniendo una erección mientras escucha a Genesis, éramos Gordon Gekko dando sorbitos al gintonic mirando por la ventana, éramos invencibles.

José María Aznar junto a Rodrigo Rato en 1983

José María Aznar junto a Rodrigo Rato en 1983

«Que casi todo el que fue tu gabinete haya pisado la cárcel no es más que la demostración de cómo trata este país a sus héroes. Qué culpa tienes tú, gran facilitador, que las hipotecas no pudieran pagarse años después, que miles de familias se encontrasen en la calle por su mala cabeza»

La historia recordará la foto de las Azores, a los tres reyes magos y el paje portugués. Al conquistador castellano, al padre de todos, a ti, José María, que no te importó que millones de personas clamaran en las calles contra la guerra. Al fin y al cabo eran campesinos ignorantes, desdentados sin perspectiva de estado. Los estadistas se bautizan en sangre y adquieren su estatus sobre los huesos de los débiles. No te tembló el pulso. Después, como padre rígido pero justo, supiste perdonarnos y compartiste la victoria (¿Porque ganamos, verdad?) con tu injusto pueblo. Todos estábamos contigo poniendo los pies sobre la mesa en la cumbre del G-8. La demostración de tronío más importante desde ese Franco cruzado y oro que adorna la bóveda del Valle de los Caídos.

Que casi todo el que fue tu gabinete haya pisado la cárcel no es más que la demostración de cómo trata este país a sus héroes. Qué culpa tienes tú, gran facilitador, que las hipotecas no pudieran pagarse años después, que miles de familias se encontrasen en la calle por su mala cabeza. Ahora llaman burbujas a las grandes decisiones. Qué injusto es todo, José María.

Ya retirado de la política institucional seguiste siendo ejemplo. Las malas leguas afirmaban que llevabas en la crisis de los cuarenta desde los veinte. Envidia de individuos blandos dados al hedonismo de las subvenciones. Pudiendo disfrutar de un merecido descanso decidiste encarnar la fantasía definitiva del hombre de hierro. Te salieron doce o catorce abdominales visibles, corrías como el viento, te imagino así, como un Aquiles mesetario azuzado por Bernardino Lombao, ese Quirón implacable vestido de tactel que hizo de ti el español definitivo.

Aznar como el Cid Campeador cuando era presidente de Catilla y León en un reportaje de El País (Fotografía de Luis Magán / El País, 1987)

Aznar como el Cid Campeador cuando era presidente de Catilla y León en un reportaje de El País (Fotografía de Luis Magán / El País, 1987)

«Nuestro Cid con acento texano, nuestro Alfonso el Batallador, nuestro Gran Capitán, el de las liturgias de asador y billetes en efectivo, el dador de terrenos, el constructor de palacios sobre el mar. Contigo, José María, todo el monte era orégano e íbamos a calzón quitado»

A veces sueño con que llamabas «Tizona» a tu raqueta de pádel.

Me gusta pensar que ya, libre de las ataduras de la carne, corres como el viento por interminables urbanizaciones del más allá, que atraviesas tus amadas rotondas como un caballo desbocado. Que, al fin, todo sea edificable allá donde estés, que el mar sea negro y pegajoso para que contraste con tu sonrisa de dios conejo.

Aquí nos dejas, vadeando los acantilados de la desesperación, como vírgenes dolorosas, esperando tu segundo advenimiento, soñando con la segunda reconquista cada vez que vemos un adolescente de cejas pobladas y aire perruno que se peina hacia atrás y deja los caracolillos de la nuca al aire.

Descansa en paz, Pendragón ibérico.


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