Ocho mil pistolas y dos toneladas de dinamita: el arsenal de los revolucionarios
/El hallazgo fue pregonado en la portada de la revista Estampa (21 de enero de 1933) y ocupaba cuatro páginas. La República comenzaba a agonizar y las distintas facciones revolucionarias creaban grupos de acción y los choques con las fuerzas del orden se sucedían.
En enero de 1933 se produce una insurrección anarquista impulsada por CNT y FAI, persiguiendo el objetivo de un contagio revolucionario en toda España. Se denuncia la lamentable situación de la clase trabajadora, el hambre y la represión. En Asturias, Madrid o Valencia, entre otras muchas ciudades, se llevan a cabo enfrentamientos armados, asaltos a cuarteles y en algunos lugares se proclama, aunque de forma efímera, el comunismo libertario. La insurrección fracasó a los pocos días, sucediéndose los registros y detenciones.
No era desde luego la primera ocasión en que se descubría un arsenal de este tipo, pero esta vez llama la atención la gran cantidad de armas, explosivos caseros, elementos para la detonación, pólvora, armas blancas en varios domicilios, escondidos en los lugares más insospechados. En total:
PISTOLAS: 8.000.
ARMAS LARGAS: 300.
DINAMITA: Cerca de dos toneladas.
MECHA PARA BOMBAS: 8.000 metros.
Leemos: «A la puerta de una casa, en Sevilla, fue encontrado por varios agentes de policía un canasto con tres artefactos como este que reproduce la fotografía. Las bombas fabricadas en Barcelona eran objeto de un embalaje perfecto antes de ser enviadas a distintas provincias. Esta caja, así, a primera vista, da la impresión de que contiene naranjas en lugar de bombas».
Uno de los hallazgos más importantes fue en Barcelona: «Se descubrieron veinticinco bombas en un domicilio, sesenta y una en un gallinero de otro, hasta mil en el laboratorio de la calle de Mallorca. Juntamente con los artefactos se descubrieron, en gran cantidad, cajas de pólvora y dinamita, detonantes, botes de ácidos, frascos de clorato de potasa y numerosas pistolas y armas largas».
Aunque también en Madrid: «El día 8 de enero, en Madrid, después de un intento de asalto al aeródromo de Cuatro Vientos y a los cuarteles de la Montaña y María Cristina, se encontraban en poder de los asaltantes varias cajas de municiones, pistolas y revólveres, y asimismo, algunas bombas de mano. Simultáneamente, en Barcelona, las armas clandestinas, especialmente las bombas, hacían su aparición y actuaban en diversos puntos de la ciudad: en la Jefatura de Policía estallaron dos bombas; cerca del cuartel de la Guardia civil fueron arrojadas otras cuatro contra un guardia; la policía descubría veinticinco en el Palacio de Justicia; siete en un automóvil; doce en poder de un individuo sospechoso..., y así hasta doscientas sesenta y cuatro bombas. Se recogían también un centenar de fusiles y pistolas».
Reproducimos la noticia:
«En Valls, en Castellví, en San Jaime, en Tarrasa, en Sallent..., los hallazgos se multiplicaron, siendo recogidas hasta cuarenta bombas más. Igualmente en otros puntos diversos de España: veinte bombas en Lérida; cinco, en Valencia; en Cádiz, en Sevilla... Los revoltosos iban, además, bien pertrechados de pistolas y municiones. Se calcula que en ese día las bombas descubiertas y que habían hecho explosión en toda España desde la fecha del descubrimiento del laboratorio clandestino ascendían a más de mil quinientas.
En los días siguientes, los descubrimientos continuaron: los sediciosos habían ido dejando abandonadas en diferentes sitios bombas y armas, que eran encontradas por la policía o por los propios transeúntes: unas cargadas, otras sin cargar y algunas con la mecha dispuesta para la explosión. En Barcelona fueron encontradas cinco en el puerto, un saco lleno de ellas en la calle de San Bernard, otra en el bolsillo de un detenido, un depósito en la calle de la Igualdad, cuando unos niños jugaban inocentemente con la tierra. Solo en el domicilio de un anarquista, en la calle de la Victoria, y en el reducido espacio de una habitación pequeña, aparecieron: tres bombas, veintinueve kilogramos de dinamita, dos pistolas, doce cajas de municiones, numerosos cargadores, quinientos metros de rollo de mecha para bombas y numerosos detonadores y accesorios para la fabricación de artefactos de todas clases. Un hortelano que iba tranquilamente a cavar su huerta encontró en ella ochenta tubos para fabricar bombas. Contra el auto en el que iba el presidente de la Audiencia fue lanzada otra bomba. En Madrid hicieron también su aparición —o, mejor dicho, su explosión— dos bombas más, abandonadas por alguien en los corrales de la nueva Plaza de Toros.
En Valencia, la cosecha de explosivos fue fructuosa, con ejemplares magníficos: una bomba, que fue colocada en la iglesia del Rosario y cogida antes de estallar, pesaba un kilogramo, y tenía doce centímetros de radio. Otra, retirada de la vía férrea poco antes de pasar un tren, pesaba nada menos que ¡treinta y cinco kilogramos! También en los pueblos valencianos se encontraron bombas: en el cuartel de la Guardia Civil de Utiel, en Bétera —donde, además de las bombas, se descubrieron en número crecido pistolas, carabinas, escopetas y municiones— y en Bugarra, donde un muchacho, casi un niño, de diez y seis años, fur cogido con diez y seis bombas sobre sí, y respondió inocentemente, cuando le preguntaron a dónde iba con semejante carga: “Iba a matar a todos. Es preciso matar a todo el mundo”.
En Sevilla, en el pueblo La Rinconada, se recogieron, después del asalto al Ayuntamiento, una treintena de escopetas, pistolas y revólveres, y, por añadidura, hachas, un sable viejo y un chuzo. En Utrera, el ingenio natural de los anarquistas locales llegó a fabricar y arrojar contra el Centro Utrerano latas de conserva llenas de pólvora y tornillos, con un dispositivo para estallar al choque.
En Cádiz hubo bombas en el Palacio Episcopal y en la Fábrica de Tabacos; en Los Barrios, en Chiclana y en Jerez de la Frontera. Y los anarquistas de Casas Viejas, no disponiendo de otro armamento más moderno, cargaban sus escopetas de caza con balines y trozos de hierro y plomo.
En Logroño, más tarde, han sido descubiertas doscientas veinticinco bombas de pina vacías y dispuestas para ser cargadas.
En total, se calcula, entre las bombas que han estallado y las que se han recogido con motivo de estos sucesos, unas tres mil, y dinamita y materiales para fabricar muchas más. El número de armas cortas, según datos de los envíos que se han hecho de Francia, parece que asciende a ocho mil pistolas, que fueron repartidas desde el depósito de la calle de Mallorca a toda Cataluña, Valencia y Aragón.
En Córdoba, por último, se descubrió un importante laboratorio de bombas, y, entre las cápsulas, detonadores, rollos de mecha, frascos de potasa y paquetes de dinamita, se encontró un papelito que decía, sencillamente:
“Matemos, incendiemos, saqueemos sin consideración, para que se enteren de quiénes somos los anarquistas de Córdoba”».
El último episodio sería trágico: la matanza en Casas Viejas.