La estrategia del parchís (1936-1939)
/A finales de 1936, con motivo de la Defensa de Madrid, se editó un curioso tablero para jugar al Parchís que representa a los diferentes grupos políticos de la izquierda. Más que un simple pasatiempo, supuso una advertencia sobre la feroz enemistad de comunistas y anarquistas que debilitaría sin remedio el ya maltrecho frente republicano.
La propaganda, como la guerra, posee innumerables frentes abiertos, múltiples caras, dependiendo de a quién esté dirigida. Haciendo rodar el dado, los juegos de mesa como el Parchís o la Oca se usaron para inculcar determinados valores políticos. Probablemente se repartieran entre los soldados del frente, a fin de distraer las horas de espera ante los ataques que se sucedían con tediosa monotonía. Sin embargo, el tablero que nos ocupa carece de los elementos necesarios para el juego: la ausencia de numeración en las casillas, por ejemplo, impide que los jugadores conozcan ni tan siquiera el sentido en el que ha de desarrollarse la partida, lo que resulta doblemente simbólico.
Ante el avance de las tropas nacionales, Madrid se había convertido en un símbolo de la lucha antifascista al grito de «¡no pasarán!», como baluarte y símbolo de todos los ideales democráticos. En noviembre de 1936, el gobierno de unidad presidido por Largo Caballero, y del que formaron parte algunos destacados miembros del anarquismo ibérico, como es el caso de Federica Montseny o Juan Peyró entre otros, afrontaba divisiones internas por parte de sus elementos más puristas e intransigentes, que no veían con buenos ojos que entraran a formar parte de un gobierno, y participaran del juego político.
A raíz de los enfrentamientos en el seno del bando republicano en Barcelona, conocidos como los Sucesos de Mayo de 1937, el Partido Comunista de España exigió la dimisión de Largo Caballero, encargando Manuel Azaña la formación de un nuevo gobierno a Juan Negrín. Este se rodeó de casi todos los sectores de la izquierda, a excepción de la Confederación Nacional del Trabajo, contraria a cualquier colaboración con los comunistas, y de la Unión General de Trabajadores, descontentos con el abandono de Largo Caballero, líder del sindicato, de la presidencia del gobierno. Frente a la unidad gubernamental de la zona sublevada, liderada por Franco, la zona republicana vivirá la presencia de hasta cuatro presidentes de gobiernos distintos, con las consiguientes variaciones ideológicas y formas de entender el conflicto, que rivalizan sobre el tablero de juego.
Lo primero que nos llama la atención es la representación icónica del tren, símbolo del progreso económico, industrial y social que discurre veloz sobre raíles de hierro, siguiendo un trayecto trazado por su propia naturaleza férrea, impostergable y revolucionaria. Podemos encontrar multitud de ejemplos similares en la producción cartelística de la época, como el diseñado por Iturzaeta para la Federación Nacional de la Industria Ferroviaria (CNT-AIT).
En la esquina inferior izquierda, sobre el fondo negro y rojo de la bandera anarquista de la C.N.T., vemos avanzar un tren hospital con el distintivo de la Cruz Roja. No sabemos si para asistir a los caídos en el frente o como presagio de las bajas que ocasionarán al enemigo. En cualquier caso, las dos asas de su vagón delantero podrían sugerir los senos de una enfermera, vestida con el uniforme blanco y ataviada con la cofia, en alusión al papel desempeñado por Federica Montseny en la cartera de Sanidad y Asistencia Social. Y al mismo tiempo supone un homenaje del sindicato anarquista a la mujer, tanto a aquellas que se quedaron en la retaguardia al cuidado de los heridos, como a aquella otras que tomaron un arma para luchar, hombro con hombro, junto a sus compañeros varones, en la defensa de la República.
A su derecha, un cuadrado dividido en dos triángulos, el inferior en rojo y en amarillo el superior, corresponde al P.C.E. En la línea que divide ambos colores se sitúan los raíles, por los que circula a gran velocidad un tren blindado, provisto de grandes cañones y aberturas desde las que abren fuego los fusiles y ametralladoras. Bajo ellos, la hoz y el martillo aparecen en color azul, con obvias connotaciones negativas, y que podría tener que ver con la polémica decisión de Negrín de aceptar el traslado de las reservas de oro y plata del Banco de España a la Unión Soviética, a cambio de ayuda militar. Al hipotecar todas sus reservas de divisas, la República quedó a expensas de los asesores militares soviéticos que intentaron crear un ejército regular, bajo un mando único y una fuerte disciplina. Los miembros de las columnas anarquistas y del P.O.U.M. no aceptaron aquella injerencia por considerarla muy cercana a una dictadura que no estaban dispuestos a transigir, y de ahí que le asignaran el color azul de los fascistas que ambos estaban combatiendo.
Siguiendo el sentido del juego y correspondiendo con el color rojo, ubicamos a I.R. (Izquierda Republicana). Sobre el fondo de la bandera tricolor republicana, circula una locomotora tren de perfil futurista, brillante y sin trazas bélicas. Un tren de pasajeros de apariencia confortable en tiempos de paz que busca imponerse a los militares sublevados, en clara referencia a uno de los fundadores del partido, Manuel Azaña, quien, en su primer discurso en 1934, se expresaba en los siguientes términos: «Me espanta que España pueda ser un país convulsionado. Eso es el fracaso político. Pero no será así. A nosotros querrán barrernos de la faz de la política española. ¿Qué vamos a invocar ante la opinión? Sencillamente la necesidad de que se funde una paz en la libertad, en la justicia y en el orden, que no sale de las manos del verdugo, sino del respeto al régimen de equidad». Son las palabras de un intelectual, de un «hombre de estado» que ve la guerra como un fracaso político y traumático, dispuesto a delegar las tareas de guerra para centrar sus esfuerzos en la reconstrucción del país bajo el signo republicano para sobreponerse a una derrota colectiva y cruenta.
Por eliminación, a la U.G.T. le tocaría el color verde, pero las siglas del sindicato socialista liderado por Largo Caballero lucen sobre fondo azul, un círculo amarillo en el cual se inscribe la estrella roja de cinco puntas, símbolo del Socialismo internacional. Y cruzando la estrella, un tren de cuya chimenea emerge un grueso penacho de humo negro que, debido a la velocidad de la locomotora queda atrás, ondeando como una bandera. La del esfuerzo unido de todos los trabajadores, que de una manera conjunta y al unísono colaboran en la alimentación de esa caldera necesitada de combustible que es la República.
Tampoco es casualidad que funcione con carbón, a mayor gloria de la minería asturiana cercada en aquel momento por las tropas nacionales para aislarla del resto del territorio republicano. Asturias ya se había puesto a la cabeza de la lucha revolucionaria en la Revolución Minera de 1934, brutalmente reprimida por las tropas del General Franco. Lejos de amedrentarse, aquella derrota sirvió para echar más leña al fuego hasta la inevitable caída del último bastión del norte de la península en octubre de 1937.
Y en el centro del tablero, la heráldica tricolor de la II República Española: cuartelado de Castilla, León, Aragón y Navarra con la Granada en punta, timbrado por una corona mural que sustituye a la corona real, y al que se le han eliminado las columnas de Hércules para borrar el recuerdo de la institución monárquica. «Hoy se pliega la bandera adoptada como nacional a mediados del siglo XIX anuncia la Constitución Republicana de 9 de diciembre de 1931— De ella se conservan los dos colores y se le añade un tercero que la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España».
Exento de contexto bélico, en este tablero de El Juego de la Oca, se cedía el protagonismo a personalidades del momento, evidenciando su origen catalán al dotar de especial relevancia a las figuras de Clavé, Companys, Guimerá o Maciá, así como por los elementos modernistas que aguardan al ganador en el estanque sobre el que nada despreocupadamente un cisne.