¡Piedras, fuego, gasolina!
/La imagen más célebre en aquella histórica jornada de lucha en la calle por parte de los estudiantes madrileños y de todo el Estado, fue la de un joven punk, cojo y con su muleta usándola como arma destructora. A su alrededor, un paisaje de caos y fuego. Otros punks y estudiantes, en la céntrica zona del Banco de España de Madrid, a escasos metros del Ministerio de Educación, destrozaban mobiliario público y las puertas de los edificios cercanos. Encapuchados, martillos, piedras. Inmediatamente su nombre se hizo famoso: el «Cojo» Manteca, en realidad Jon Manteca Cabañes, entonces con tan solo veinte años, que sobrevivía pidiendo en la calle y que el periodista Jesús Quintero, en aquella gloriosa serie de entrevistas, interrogó sobre sus ideas: «No creo en el futuro. Solamente quiero marcha», confesó riéndose mientras no paraba de fumar y beber en una entrevista en la que aportó algunos datos sobre su vida.
Acosado por las causas judiciales, entre las que se contaba la blasfemia, al entrar en una catedral y proferir toda clase de insultos contra el clero y el mismísimo Cristo, había perdido la pierna al electrocutarse en un poste eléctrico, tras lo cual, como afirmó a Quintero, «enterraron mi pierna y mis padres se pensaron que había muerto». Los periodistas lo acosaban y seguían a todas partes, esperándolo en masa a las puertas de las cárceles, mientras Jon soñaba con un trabajo (como «destripador de pescado», le dijo al periodista) a sabiendas de que no viviría mucho, pero mientras tanto se lo pasaría lo mejor posible. Aquella fama no le hizo mejorar su vida. Parado una y otra vez por la policía, fue agredido en repetidas ocasiones por grupos de nazis, que se ensañaron con él como «líder» de una protesta que él se la había encontrado casualmente: «Andaba por allí, me junté y ¡bacalao!», afirmó a Quintero, que en la pieza emitida por televisión intercaló la entrevista con él con imágenes de punks e incluso de Exploited.
Pero muchos madrileños aún recuerdan otras escenas de la protesta que culminó en la multitudinaria manifestación del 23 de enero de 1987, como la del coche incendiado en la calle Alcalá tras cargar la policía con extrema dureza y enviar camiones de agua e incluso helicópteros. Hubo una joven herida, una estudiante de apenas 15 años que recibió un disparo. La policía, en la investigación abierta, aseguró que no fue intencionado y que los disparos fueron al aire y siempre disuasorios.
«Grupos de ultraderechistas formados por miembros de Bases Autónomas, entre otros, que sembraba el terror en Madrid, decidieron acudir a las marchas e incluso pretender encabezarlas»
Fueron jornadas durísimas. Junto al Sindicato de Estudiantes, constituido recientemente y que comenzaba ya a contar con una nefasta imagen para muchos estudiantes, funcionaron otras coordinadoras horizontales y asamblearias, que fueron responsables de insólitas imágenes cuando, en varios días consecutivos, grupos de ultraderechistas formados por miembros de Bases Autónomas, entre otros, que sembraba el terror en Madrid, decidieron acudir a las marchas e incluso pretender encabezarlas. Armados con porras y cadenas, golpearon a decenas de estudiantes hasta que fueron expulsados y, algunos de ellos, igualmente golpeados. Fue la última vez que se les vio en las manifestaciones estudiantiles de aquellos años.
Ahora, treinta años después, las reivindicaciones de entonces parecen inalcanzables: el fin de la selectividad y la bajada de las tasas universitarias, entre otras, un proceso de reforma universitaria que comenzó con aquel gobierno socialista, con Alfredo Pérez Rubalcaba de negociador ante los estudiantes, en nombre de una «modernidad» que estaba dejando en la cuneta a muchos estudiantes, sobre todo los más pobres.
El rastro del «Cojo» más célebre se fue perdiendo. Se le veía en conciertos punks, con camisetas de Exploited, Eskorbuto o GBH, siempre dispuesto para la fiesta. En Mondragón, donde había nacido, ya era toda una leyenda, pero las drogas, el speed y la heroína principalmente, lo destruían a marchas forzadas. No llegó el esperado trabajo. Lo detuvieron por varios atracos y, cuando tenía veintiocho años, en 1996, ya muy deteriorado, falleció de SIDA como emblema de una generación devastada por la enfermedad. Lo hizo solo y sin fotógrafos, mientras los estudiantes seguían tomando las calles.