Poder, manipulación, madurez y abuso: el caso de Aranda
/«Estos días se está haciendo política institucional machista con una menor abusada, y esto sirve de coartada a quienes estaban deseando justificar a un hatajo de pederastas en nombre del pecado de Eva, la incontinencia del varón ibérico y otras barbaridades. Ni un paso atrás en esto»
POR ALANA PORTERO
Después de hacerse pública la sentencia que condena a Raúl Calvo, Carlos Cuadrado y Víctor Rodríguez a penas cercanas a los cuarenta años de cárcel por la agresión sexual cometida en 2017 contra una adolescente de, por entonces, quince años, hemos asistido a un pandemonio de hombres adultos analizando al detalle el caso para justificar las violencias de los tres agresores como apropiadas en un contexto, según el cual, la víctima azuzó durante días los instintos de un trío de verracos de buen corazón y luego no supo afrontar las consecuencias de haber activado la noble berrea arandina. Lejos de señalar qué demonios hacían tres hombres adultos en la misma casa que una chica de quince años, se piden explicaciones a la menor por tal situación y se califican poco menos que de vampíricas sus actitudes durante los días previos a la agresión, en los que se comportó como cualquiera de nosotras a su edad lo hubiéramos hecho si un tipo mayor y con cierto estatus nos hubiera reído las gracias. Alguna lo hicimos en su día y no se nos va a olvidar nunca.
«Los agresores utilizan muy a menudo estas llamadas de atención de quienes están en pleno proceso de crecimiento para crear contextos en los que los consentimientos se vuelven difusos, en nombre de la iniciación se han cometido y se cometen abusos cada día»
Durante días, juristas, estudiantes de derecho, trabajadoras sociales, psicólogas y otras profesionales han explicado en redes sociales, con detalle y paciencia, por qué mantener relaciones sexuales con una menor de edad está mal. No es que una piense que vive en el jardín del edén, pero hay ciertos conciertos culturales que daba por sentados, que la pedofilia es una abyección era uno de ellos. Como víctima de la misma nunca he tenido delante a nadie que, al saberlo, me acusase de incitación. Una de las cosas que debe quedar clara es que no existe tal concepto cuando se trata de relaciones de poder tan desiguales como el sexo con menores. Aunque la víctima de los tres de Aranda hubiese dado a sus agresores un espectáculo gratuito de pole dance con lanzamiento de bragas incluido, no hay incitación que valga, cualquier adulto funcional pararía y/o evitaría una situación semejante de forma taxativa, sean whatsapps subidos de tono, envío de fotos o una supuesta escena de seducción.
Los agresores utilizan muy a menudo estas llamadas de atención de quienes están en pleno proceso de crecimiento para crear contextos en los que los consentimientos se vuelven difusos, en nombre de la iniciación se han cometido y se cometen abusos cada día, a menores o a mujeres muy jóvenes que aún no han aprendido a reconocer los desequilibrios de poder patriarcales. El sexo en grupo puede ser presentado como una liturgia de afirmación, como un evento que desafía los mandatos paternales de forma salvaje, como rito de paso a una corporalidad adulta, emancipada y límite. Quién no quiere semejante acto de libertad a los quince años, más si viene de mano de alguien inalcanzable.
Este tipo de agresiones -voy más allá del caso de Aranda- suelen quedar impunes, esos escenarios de poder ejercido desde la manipulación imposibilitan la denuncia, es normal entender lo que ha pasado mucho tiempo después de que pase, quizá años hasta que todas las estrategias puestas en marcha por estos abusadores quedan al descubierto.
Alana Portero: «No tendréis paz mientras haya una sola víctima, menor o no, a la que se le atribuyan responsabilidades por su propia agresión. La política de nuestros cuerpos es cosa nuestra»
¿Y después qué? «Denuncia», suelen decirnos, más como prueba de legitimidad testimonial de las mujeres que se atreven a contarlo que como proceso para castigar al agresor. «Denuncia», así, a secas, sin saber ni querer saber más. Como parándose a fotografiar un accidente en lugar de preocuparse por los heridos. «Denuncia», palabra mágica que deshumaniza y cae como una piedra a los pies de quien aún no ha acabado de contar su historia. Vale, «denuncia», ahora cómo explicas ante un tribunal, a destiempo, las tácticas —ninguna que se pueda entender como violencia obvia— que un hombre mucho mayor que tú ha puesto en marcha para envolverte en su tela de araña. Cómo explicas ante un tribunal que accediste «voluntariamente» a estar a solas y en intimidad sexual con un hombre que te cegaba, que manejaba los contextos, las complicidades y ese terreno de los consentimientos difusos del que hemos hablado antes. Cómo explicas ante un tribunal que te dejaste arrastrar por una ritualística que te seducía (sean las drogas, el sexo en grupo, el BDSM, el esoterismo, lo tántrico, etc.) y que quien debería iniciarte en ella la usó en su propio beneficio. Cómo explicas ante un tribunal las sutilezas de los juegos de poderes, la desigualdad entre un tipo que sabía perfectamente lo que se hacía y tú que apenas estabas empezando a vivir, por muy madura, libre y lista que eras o creías ser. Cómo cuentas las particularidades de una relación basada en la admiración —esto en contextos artísticos y culturales sucede a menudo— que terminó en sometimiento y luz de gas. Cómo explicas todo esto sin que suene a fábula, exageración o tontería. Cómo explicas ante un tribunal que has tardado años o décadas en entender que han abusado de ti, en el grado que sea.
«Este tipo de agresiones, voy más allá del caso de Aranda, suelen quedar impunes, esos escenarios de poder ejercido desde la manipulación imposibilitan la denuncia, es normal entender lo que ha pasado mucho tiempo después de que pase»
Que la responsabilidad de las agresiones sexuales machistas recaiga sobre las víctimas, las mujeres, no es algo nuevo, llevamos mucha lucha encima contra este pacto patriarcal inmundo; que tal responsabilidad se esté trasladando a chicas menores de edad sin que a quien lo hace se le coma la impudicia, es una línea roja que, más allá de cuatro pajeros de seto y aparcamiento desolado, creía extinguida. Estos días se está haciendo política institucional machista con una menor abusada, y esto, sirve de coartada a quienes estaban deseando justificar a un hatajo de pederastas en nombre del pecado de Eva, la incontinencia del varón ibérico y otras barbaridades. Ni un paso atrás en esto. No tendréis paz mientras haya una sola víctima, menor o no, a la que se le atribuyan responsabilidades por su propia agresión. La política de nuestros cuerpos es cosa nuestra. Toda injerencia en ella, es una agresión y como tal responderemos. En la calle, en las casas, en las instituciones y en el infierno si hace falta.