The Bull Pen, el casino que funcionó dentro de la prisión de Carson City
/Desde 1932 a 1967, los reclusos de la prisión estatal de Carson City, en el estado de Nevada, gestionaron su propio casino.
Las graves consecuencias sociales y económicas derivadas del crack del 29 obligaron a las autoridades estadounidenses a tomar medidas inusuales para un estado que había abrazado como pocos el capitalismo y la economía de mercado. Entre esas medidas estuvieron desde el New Deal de Roosevelt a las desarrolladas por los responsables de la prisión estatal de Carson City, Navada: montar un casino gestionado por los reclusos.
El 19 de marzo de 1931, el estado de Nevada legalizó el juego para intentar financiar las arcas públicas con los impuestos derivados de las apuestas. Unos meses más tarde, las autoridades de la prisión de Carson City solicitaron una licencia de juego. Aunque nunca fue concedida legalmente, entre otras cosas porque la Junta de Control de Juegos de Nevada obligaba a que los titulares de esas licencias no tuvieran antecedentes penales o estuvieran relacionadas con personas que hubieran tenido problemas con la justicia, en la prisión comenzó a funcionar un casino con todas las de la ley.
Situado en un edificio del complejo penitenciario, fue bautizado como Bull Pen Casino e incluía prácticamente los mismos juegos que un casino convencional: Black jack, dados, póquer y apuestas deportivas, que eran gestionadas por los propios reclusos previa petición de una «licencia» como corredores de apuestas.
Como en cualquier centro de juego, y más aún en uno que operaba en una prisión, entorno en el que el dinero de curso legal está proscrito, el Bull Pen Casino contaba con sus propias fichas. Piezas de 5, 10, 25, y 50 centavos y de 1 y 5 dólares, fabricadas en metal en los talleres ocupacionales de la propia cárcel. Unas piezas que, hoy en día, son cotizadas piezas de coleccionista que llegan a superar los 300 dólares (unos 260 euros) cuando aparecen en e-Bay o en el mercado numismático de segunda mano.
A pesar de lo llamativo de la iniciativa, durante más de tres décadas el casino funcionó con total normalidad con un horario de 8 a 15:30 de lunes a sábado y de 8 a 13:30 los domingos. Las ganancias, después de retraer una parte proporcional que se quedaba la prisión, se ingresaban en las cuentas de peculio de los reclusos que luego podían hacer uso de ese dinero en el economato de la cárcel. Cuando finalizaban la condena, las autoridades le abonaban lo ahorrado en metálico.
En contra de lo que se pudiera pensar, el juego no provocó problemas llamativos entre los reclusos. No había trampas (por motivos evidentes) y si las había, las autoridades habían desarrollado unos protocolos de actuación con sus correspondientes sanciones. No obstante, en 1967, a consecuencia de un motín que se produjo en la prisión y del que no están claras las causas, el resto del país tuvo conocimiento de la existencia del casino y saltaron las alarmas. Psicólogos, pedagogos, políticos, juristas, asociaciones religiosas y de derechos humanos pusieron el grito en el cielo por la iniciativa y reclamaron que se tomasen medidas contra el casino.
A ellos se sumó Warden Carl Hocker, funcionario público que, después de haber estado al cargo de las prisiones de California, había sido trasladado a Nevada para ocuparse de la penitenciaría de Carson City y al que, desde el primer momento que tuvo noticia del Bull Pen Casino, no le gustó lo más mínimo. «Creo que apostar en la cárcel es una degradación, y ciertamente no es constructivo. Estamos tratando de reemplazarlo con actividades constructivas y saludables que contribuyan a un estado mental decente y saludable», declaró a los medios y, aprovechando ese clima favorable al cierre, clausuró el local.
El edificio en el que operaba el Bull Penn fue derribado y a los reclusos se les proporcionaron otro tipo de diversiones. Por ejemplo, manualidades, ajedrez, voleibol, ping-pong y bridge. Como era de esperar, salvo en el caso de las manualidades, se siguió apostando en las demás actividades, pero ya sin ningún control por parte de los funcionarios.
De hecho, los defensores de la iniciativa siempre argumentaron que, más allá de que fuera digna o indigna, el Bull Pen Casino lo único que había hecho era regularizar una situación que había existido siempre en las penitenciarías. Con ello, además, se había logrado reducir los problemas derivados de practicar esas mismas apuestas en clandestinidad.