The magician: el secreto mejor guardado del ocultismo
/La película de culto esconde a un siniestro Oliver Haddo, un alter ego del mago Aleister Crowley, que demandó a la productora por haber usado su imagen sin permiso
William Somerset Maugham se inspiró en el mago inglés Aleister Crowley para el personaje de Oliver Haddo en su novela El mago de 1908. Maugham había conocido a Crowley años atrás, en círculos literarios de París, concretamente en el Chat Blanc. No era un retrato del todo halagador, y Crowley, escribiendo en Vanity Fair como «Oliver Haddo», argumentó que Maugham le había plagiado de múltiples formas, es decir, que el protagonista era un alter ego de él mismo, de quien se decía, como Haddo, que dominaba la magia y la hipnosis. Incluso la casa de Haddo, Skene, era su famosa Boleskine, a los pies del lago Ness. Además, afirmaba que había sido Gerald Yorke, su antiguo colega y seguidor, el mentor de Maugham y quien le había contado toda clase de cosas sobre él. «El mago era, de hecho, una apreciación de mi genio como nunca había soñado inspirar. Me mostraba lo sublimes que eran mis ambiciones y me reafirmaba en un punto que a veces me preocupaba: si mi obra valía la pena en un sentido mundano», escribió en sus memorias. Según él, se encontró con su plagiador semanas más tarde de forma fortuita en plena calle. Crowley le recriminó su «artimaña» y Maugham, tranquilamente, lo reconoció, lo mismo que otras muchas referencias cinematográficas y literarias.
Casi veinte años después, Rex Ingram llevó The Magician a la pantalla grande con el actor y director alemán Paul Wegener como el sediento de sangre Haddo. La película se basaba en argumentos que ya eran célebres, como la historia de la bella y la bestia, o el deseo sexual de lo monstruoso hacia la pureza y la belleza. Había en esta algo siniestro y sexual, que inspiró, sin lugar a dudas, al posterior Victor Frankenstein cuando este fue llevado a la pantalla y a buena parte del cine de terror que se haría años después. Crowley, por entonces, vivía en París. y trató de evitar el estreno francés de la película por todos los medios legales. Montó el cólera cuando se anunció la adaptación cinematográfica de Metro-Goldwyn, que se estrenaría en el Grand Boulevard el 23 de marzo de 1926 y hasta llegó a presentar una demanda contra Ingram y la película, afirmando que debía haber recibido una compensación económica porque el personaje estaba inspirado en él.
Al parecer, los representantes de la productora incluso le ofrecieron una cantidad que el mago rechazó, exigiendo que se le financiase producir varias películas sobre magia. El acuerdo era imposible. Crowley, en los sucesivos pleitos judiciales, que perdió en su mayoría, jugaba con una evidente desventaja debido a su mala fama. Bastaba que los abogados de la otra parte sacaran a relucir sus prácticas, que consideraba «indecentes» a ojos de los ingleses, para que sus alegatos cayeran por su propio peso. De alguna manera, para los bufetes londinenses Crowley era indefendible por méritos propios.