Tiroteos, navajas y flamenco: el más pendenciero y barojiano de los cafés cantantes
/El café de La Marina fue retratado por Pío Baroja y conocido en todo el país por sus noches sin fin. Cerró debido a los escándalos, abriéndose a continuación el cine con el nombre más hermoso: cine Bello
«A la mitad de la calle (de Jardines, bocacalle de la Montera), estrecha y obscura, brillaba un farol rojo, que iluminaba la portada sórdida del café de La Marina —escribió Pío Baroja en La Busca, situando a sus protagonistas Leandro y Manuel a las puertas del tugurio—. Empujó la puerta Leandro y pasaron dentro. Enfrente, el tablado con cuatro o cinco espejos, relucía lleno de luz; en el local, angosto, la fila de mesas arrinconadas a una y otra pared no dejaban en medio más que un pasillo... En una mesa de al lado, un hombre con trazas de chalán discutía acerca del cante y del baile con un bizco de cara de asesino». Según todas las fuentes (escritores bohemios, flâneurs hispanos y policías) el legendario café de La Marina (situado en el actual nº21 de la madrileña calle de los Jardines) fue uno de los cafés cantantes más pendencieros y conflictivos, y también uno de los más famosos de todo el país. En mitad de la noche podía pasar cualquier cosa: peleas con navajas, redadas o tiroteos. En Bilbao o San Sebastián, a finales del siglo XIX, hubo sendos cafés con el mismo nombre que adquirieron una gran celebridad y estuvieron muy vinculados al mundo taurino. El de San Sebastián, situado en la calle Garibay y al que solía acudir José Ortega y Gasset, llegó a contar con una concurrida tertulia taurina. Lo mismo que en Granada, donde su café de La Marina fue también lugar de encuentro del hampa local. En Madrid, igualmente, hubo otro café de La Marina en la calle Hortaleza, habitual de quienes buscaban tomarse un helado, pero también de perfil explosivo: en diciembre de 1892, entre otros muchos incidentes, dos andaluces se enzarzaron en una violenta pelea donde sacaron a relucir sus navajas y fueron detenidos.
«Situado a escasos metros de la Puerta del Sol, alejado de lo que se conoció como el barrio chino de Madrid, era una parada obligatoria para noctámbulos, cupleteras y bronquistas»
Como buen café cantante, programaba toda clase de actuaciones flamencas y de variedades. Situado a escasos metros de la Puerta del Sol, alejado de lo que se conoció como el barrio chino de Madrid (algunas calles de Lavapiés, como Esgrima o Encomienda, donde existió un conocido café cantante que también aparece en La Busca), era una parada obligatoria para noctámbulos, cupleteras y bronquistas, como el enfrentamiento (armado) entre el poeta, periodista y dramaturgo Joaquín Dicenta Benedicto y otro habitual del café en noviembre de 1898. Joaquín Dicenta, que al año siguiente cofundó la Sociedad de Autores (precedente de la actual Sociedad General de Autores y Editores de España), era habitual del café y amante del flamenco. Fue esposo de una mujer gitana, la bailaora andaluza Amparo de Triana, que abandonó la profesión para vivir con él, que se rodeaba de fama de ser un decadente. El enlace le costó ser marginado, pero también contó con el apoyo del medio literario, obteniendo premios y, años más tarde, llegando incluso a ser concejal madrileño. El periodista Luis Bonafaux lo describió así: «Lo mismo en la vida pública que en la privada, Joaquín Dicenta forma en las filas de esa vanguardia de revolucionarios que son primero niños sublimes que no miran el ayer ni se preocupan del mañana; después jóvenes generosos que derrochan el talento como derrochan la vida, y en fin combatientes aguerridos que, polvorientos y sangrando, marcha a buen paso hacia la montaña del ideal». Posiblemente debido a estos lances y percances, y al hostigamiento policial, su propietario anunció en prensa su traspaso.
Actuaron figuras de renombre en el flamenco. Cantaores, guitarristas y bailaoras como Cayetano Muriel Reyes (alias «Niño de Cabra»), Francisco Lema Ullet (alias «Fosforito el Viejo»), Pastora María Pavón Cruz (alias «La Niña de los Peines») o la mismísima Pastora Imperio. El «templo del arte flamenco», como era conocido en la prensa, no paraba de sufrir peleas y escándalos.
«Al caer la tarde podías ver una película, pero al anochecer se transformaba en café cantante y las actuaciones se sucedían hasta bien entrada la noche»
Posteriormente, a partir de 1911, albergó uno de los cines con nombre más hermoso: el cine Bello, que durante un tiempo también fue conocido como el «Antiguo café de La Marina». El nuevo propietario, un abogado y publicista llamado Javier Carreño, quiso que el nuevo local conservase parte del espíritu de antaño. Al caer la tarde podías ver una película, pero al anochecer se transformaba en café cantante y las actuaciones se sucedían hasta bien entrada la noche. Sin embargo, no tuvo fortuna comercial y la nueva aventura solamente duraría dos años, cerrando sus puertas en 1913. En la actualidad el café de La Marina es un restaurante peruano, donde aún puede verse la disposición que tenía y sus columnas, que posiblemente sean las originales.