Unas inolvidables vacaciones en un campo de concentración
/Butlitz, una fiel recreación de un campo de concentración nazi, aseguraba ofrecer unas «vacaciones de ensueño»: convertirte en un prisionero durante un fin de semana
En otoño de 1977, John Lydon, en la famosa «Holidays in the sun», afirmaba que quería «ver algo de historia», y proponía unas vacaciones a la altura de un pueblo «miserable», posiblemente los mismos ingleses, azotados por el paro y las medidas antiobreras. Los Sex Pistols vivían inmersos en el autoescándalo y el juego de antipublicidad / publicidad: odiados por las compañías, arengados por la prensa para una nueva e incorrecta aparición pública, convertidos en la banda del momento por seguidores y revistas musicales. Agobiados por la presión, decidieron pasar un par de semanas en un Berlín glacial y violento que se debatía entre las acciones de la Fracción del Ejército Rojo (RAF) y el muro como símbolo de la dicotomía Este y Oeste. Lo que surgió de aquellas extrañas vacaciones, en las que hicieron el ya tradicional tour turístico por los campos de concentración, fue un single despiadado y provocador. Una nueva temporada en un infierno nada rimbaudiano sino real, muy real: Belsen y Auschwitz.
Por si hubiera cualquier duda, el póster promocional del single terminaba por aclararlo: una fotografía en blanco y negro de una abarrotada y asfixiante playa y la frase «Keep warm this winter. Make trouble» («Mantén caliente este invierno. Causa problemas»), tomada y desviada de una publicación situacionista de Croydon (Londres), llamada Suburban Press, en donde militaba un por entonces jovencísimo Jamie Reid, futuro diseñador de la banda. El eslogan, junto a muchos otros («Salva el petróleo. Quema coches», por ejemplo), fue fijado por escaparates y paredes del barrio a comienzos de los setenta.
«No quiero vacaciones al sol / Quiero ir a un nuevo Belsen»
Aquella playa parecía un infierno, pero la letra jugaba al doble sentido: «No quiero vacaciones al sol / Quiero ir a un nuevo Belsen». Sin embargo, otra canción, publicada un año más tarde, tenía más alusiones a hornos y asesinatos en masa: «Belsen was a gas», compuesta por su bajista Sid Vicious.
HACER REALIDAD LA CANCIÓN
Si la canción juega con la ficción, a comienzos de 1980 un empresario decidió hacerla realidad. Como recreación era cutre. Como provocación, sin embargo, perfecta. Generó ríos de tinta en un escándalo que parecía hacer realidad las fantasías de Lydon y los suyos. Situado en Hampshire, en los terrenos de un hospital abandonado, una imitación de campo de concentración se levantaba como una especie de parque temático del horror supremo, en el que podías pasar un fin de semana por la módica cantidad de treinta libras. Lo tenía todo: guardias armados que te maltrataban e insultaban, terrenos enfangados, barracones inmundos, grandes perros y alambradas. Los uniformes de la SS eran reales, comprados en las decenas de tiendas de memorabilia bélica de la ciudad. El campo de concentración tenía su propio nombre, Butlitz, que recordaba mucho a Auschwitz.
La idea era que Butlitz fuese lo más real posible. Había sirenas e inspecciones meticulosas. Se llamaba a gritos a los «prisioneros», que a juzgar por las fotos parecen estar metidos en su papel. Sonaban constantemente himnos y canciones nazis. Los soldados vigilaban con celo y llamaban a formar al amanecer (nada de dormir a pierna suelta). Se sucedían sin descanso los agotadores interrogatorios psicológicos. La comida estaba a la altura: gachas y sopas sin sabor. Los visitantes así lo exigían. Querían hiperrrealidad y rendían pleitesía al polémico Bob Acraman, antiguo sargento británico, autonombrado «comandante en jefe» del campo y creador de Butlitz y sus «vacaciones» pagadas, quien afirmó a la prensa que sus clientes «realmente disfrutaban de la experiencia. Nosotros nos encargamos de que así sea». Y parece que así fue. Clientes, hasta que el campo cerró, no le faltaron.