España, Bajos Fondos (3): Aquel país armado
/Que sepamos, no fue requisada ningún arma genuinamente apache, pero poco a poco, ante el peligro de asaltos, reyertas o agresiones, todo el mundo empezó a usar armas blancas o pequeñas pistolas, que llevaban ocultas en el chaquetón o los bolsillos. Incluso las mujeres lucieron navajas escondidas en ligas, como narra la noticia publicada en Nuevo Mundo en diciembre de 1910 que alertaba de la proliferación de apaches en España, lo que había dado lugar a la comercialización y popularidad de un afilado estilete pensado para las mujeres y su defensa personal ante las agresiones del apachismo.
Así era la España de comienzos del siglo pasado, en unos años en que surgieron acalorados debates acerca de la gran cantidad de armas, sobre todo navajas y cuchillos, en manos de casi cualquier persona. Lo calificaban de «matonismo» y, poco a poco, para desgracia de aquellos que defendían que España era un país altamente «civilizado» y nada comparable a Francia o Italia, considerados como lugares poblados de delincuentes, algunas ciudades del país se fueron convirtiendo en lugares peligrosos.
Al parecer, el castigo por la tenencia de armas era muy pequeño en aquellos años y, a pesar de lo que se decía de Francia, nuestro país vecino reprendía severamente la tenencia de armas, quizás porque estaba viviendo el gran momento del apachismo. En Francia no se permitía la fabricación ni venta de verduguillos, trabucos ni otras armas prohibidas, castigándose la infracción con una pena de seis días a seis meses de prisión, y a los que usaban armas sin licencia se les imponían multas que podían llegar a 200 francos.
España era diferente: «En cambio, en España llevan armas hasta los niños, y si las autoridades ordenan un cacheo, la prensa clama contra el atropello del honrado ciudadano», afirmaba Museo Criminal en octubre de 1904.
Sobre las causas del incremento de la delincuencia, según el periódico, «hay quienes atribuyen el incremento de la delincuencia a las condiciones de clima y de la raza, a la disciplina social y al abuso de las bebidas alcohólicas adulteradas con mezclas nocivas; pero los fiscales han señalado también el creciente uso de armas como muy influyente en la novísima criminalidad. Y si hay aquí más propensión que en los pacíficos del Norte a la pendencia y se esgrime con tanta facilidad la navaja, razón de más para que los Poderes públicos adopten rigurosas medidas encaminadas a una prudente represión. Obsérvese que las víctimas pertenecen, generalmente, a la clase jornalera, por ser la única que va provista de armas blancas, y merece fijar la atención el escasísimo número de delitos cometidos en España por medio del veneno, lo cual consiste en que su venta se halla prohibida, o por lo menos, reglamentada bajo la responsabilidad de los médicos y farmacéuticos. Por el contrario, el comercio de armas ilícitas se hace a la luz del día, y el comprador no corre más riesgo que el del cacheo o de una multa exigua».
Las armas favoritas de aquella España eran la navaja y el revólver. Los fabricantes Gabilondo diseñaron muchas de las pistolas más célebres de aquellos años.
Los altercados eran tan frecuentes que afirmaba que «la vida de un hombre viene ya a valer menos que un panecillo. Por un perro mata un amigo a otro amigo en la calle de Alcalá. La exhortación al pago de lo consumido provoca las iras de los consumidores que, navaja en mano, se lanzan contra el tabernero de los Cuatro Caminos, que tiene que salvarse arrojándose por una ventana. Entonces, las iras de los agresores se tornan contra el pacífico medidor de la taberna, que hace del mostrador trinchera, defendiéndose a tiros contra los asaltantes. La chulapería, la guapeza, el matonismo de toda esta hampa que remata los argumentos con un tiro o una puñalada, ha llegado al límite de lo intolerable».