Un paseo por el infierno: Franco planeó rutas turísticas por las trincheras de Madrid
/A los pocos días de la entrada de las tropas franquistas en la capital, las autoridades intentaron organizar paseos turísticos para extranjeros por el devastado frente de guerra de Ciudad Universitaria. El año anterior se hizo algo parecido, ofreciendo cuatro grandes destinos turísticos. España fue el único país que realizó rutas en zonas aun en guerra
Por las calles se había producido una extraña transformación. No se veían pañuelos al cuello. Tampoco, por supuesto, monos de trabajo, que poco antes era la ropa de moda. Ambas prendas eran sinónimos de barriobajero, es decir, de sospechoso de simpatizar con el socialismo. Y, por tanto, eran peligrosas. Los escaparates se llenaron de retratos de Franco y José Antonio y los quioscos estaban bien surtidos de prensa falangista, como Vértice o Arriba. También se veían saharianas blancas, que los falangistas llevaban con las flechas rojas en el pecho.
Nada de esto desentonaba con el resto del paisaje urbano. Había miles y miles de uniformados, no solo militares y falangistas que habían entrado en la capital, sino curiosos que de otras ciudades que llegaban dispuestos a conocer cómo era el Madrid liberado. Pero más de uno se llevó una decepción. El grado de destrucción no es lo que la prensa había contado. Se vivía entre ruinas, salvo contadas excepciones, como en el barrio de Salamanca, donde hubo orden de no bombardear y solo unos pocos edificios presentaban cicatrices de la guerra.
Por lo demás, la tristeza se apoderaba de las calles, a pesar de las demostraciones de fervor franquista. «En Madrid, ciudad sometida a un asalto inmisericorde durante veintinueve meses –casi novecientos días–, la proporción de lutos es superior, de manera que en el conjunto de la ciudad puede decirse que en abril de 1939 hay, de diez viandantes, tres enlutados, un militar, un falangista y medio cura. El resto, paisanos más o menos normales», escribe Federico Bravo Morata en su gran Historia de Madrid.
Había desfiles, misas al aire libre y el saludo obligatorio era con el clásico brazo fascista y un sonoro «¡Arriba España!». Aquel primer «Año Triunfal» supuso el inicio de una enorme persecución, ajusticiamientos y represalias de todo tipo, incluidas contra las familias de los asesinados o quienes habían huido a un exilio que duraría demasiado.
UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO
Sin embargo, sucedió algo más esperpéntico e impensable aún. A los pocos días de la entrada de las tropas, en aquel Madrid semidestruido, sobre todo en los barrios que habían sido frente de guerra (Paseo de Extremadura, Moncloa, Useras), la Jefatura Nacional de Turismo anunció que planeaba una ruta turística por las trincheras y los destrozos de la contienda, concretamente en las ruinas de Ciudad Universitaria, donde prácticamente no quedaba un edificio en pie y el horizonte era de absoluta devastación. Al frente del Servicio Nacional de Turismo estaba Luis Antonio Bolín Bidwell, antiguo Agregado de Prensa de la Embajada de España en Londres en los años anteriores a la guerra civil y, desde 1936, a cargo del Servicio de Prensa Internacional en el Cuartel General de Franco y encargado de relaciones internacionales con la prensa extranjera. Tras el Golpe, había llegado a viajar a Roma, junto a Ignacio Luca de Tena, director de ABC, para pedir personalmente el apoyo de Mussolini. Era un hombre del régimen. Negó el bombardeo de Guernica y llegó incluso a amenazar de muerte a varios periodistas. Al Generalísimo, que estaba pletórico, la idea le pareció magnífica. Fue nuestro particular «Believe in the ruins», el eslogan que creó Jamie Reid a finales de los setenta y que se tradujo en «Holidays in the sun» de Sex Pistols, que fantaseaba con eso mismo precisamente: unas vacaciones en un paisaje apocalíptico, salvo que sustituía trincheras por un campo de concentración.
«Durante los combates, con un Madrid asediado, en el bando republicano Arturo Barea hizo de guía de turistas y observadores extranjeros»
Bolín propuso dos programas de rutas: «Madrid y su borde de línea de fuego», durante el cual los turistas extranjeros visitarían las trincheras aún «calientes», esas que poco a poco se van sembrando de vagabundos que se han quedado sin casa, y «Madrid, centro de irradiación al Alcázar de Toledo, El Escorial y Alcalá de Henares», todos ellos paisajes de batallas mitificadas por el fascismo. El objetivo era recorrer de la mano de guías turísticos lugares como la zona de Ciudad Universitaria para que estos paseos sirvan de «lección y ejemplo de generaciones futuras», como señala Pedro Montoliú, actual Cronista Oficial de la Vila en Madrid en la posguerra (1939-1946). Los años de represión.
Sin embargo, aunque parezca increíble, no era una idea novedosa. Durante los combates, con un Madrid asediado, en el bando republicano Arturo Barea hizo de guía de turistas y observadores extranjeros coincidiendo con el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia, Madrid, Barcelona y París en julio de 1937, y al que asistieron escritores como Malraux o Ehrenburg, entre muchos otros. A la llegada de la comitiva a Madrid, Barea organizó una excursión «a través del barrio de obreros de Cuatro Caminos y Tetuán con sus casitas destrozadas, y el barrio de Argüelles, con sus ruinas vacías; una hojeada al frente desde algún sitio relativamente seguro; una visita al bombardeado palacio del duque de Alba; suben a un edificio alto y desde allí con el telémetro observan el emplazamiento de los cañones enemigos, las trincheras camufladas, los edificios blancos y rojos la Ciudad Universitaria; las llamaradas y el humo de una batería disparando y el sitio donde caían sus granadas».
También, a medida que caían las ciudades y estas pasaban a manos del fascismo, se sucedía el paroxismo del turista de guerra. El ABC de Sevilla, por ejemplo, en un artículo firmado por un tal «Juan Deportista» y titulado «Tres jornadas bilbaínas, tras las horas de liberación. Donde siento plaza de turista», el visitante aseguraba caminar ensimismado por la ciudad para compartir luego sus «impresiones del primer turista en Vizcaya redimida»
Pero el proyecto de Bolín y Franco era más ambicioso que los antojos de Barea y los escritores extranjeros. «Rutas Nacionales de Guerra», como se llamó, es el único ejemplo en la historia en que un gobierno organizó rutas turísticas comerciales guiadas a una zona que aún sufría combates y enfrentamientos armados. Porque la guerra seguía su curso. El pronazi Serrano Suñer, autor del texto que acompañaba al folleto comercial, escribe: «En plena guerra, pero con fe absoluta en la inminencia de la victoria final, la España del Generalísimo Franco se dispone a abrir la primera de sus rutas nacionales de guerra (…), e invita a todos los ciudadanos de los países civilizados a recorrer la del norte (…) para comprobar personalmente la tranquilidad y el orden que reinan en regiones recién conquistadas por las armas y en las que, con toda comodidad, podrán ver las huellas aún candentes de una de las epopeyas más grandes que registra la Historia».
EL FALLIDO PASEO POR LA DEVASTACIÓN DE MADRID
«El proyecto turístico, además, naufragó por culpa de la falta de hoteles en funcionamiento y con suficiente capacidad para acoger a turistas extranjeros»
El proyecto turístico ofrecía cuatro itinerarios. Por supuesto, se garantizaba la seguridad física de los visitantes. La ruta por el Norte, iniciada en el verano de 1938, fue la única que se terminó realizando. Duraba nueve días e incluía todos los gastos (ocho libras esterlinas o su equivalente al cambio del día en liras, marcos, francos, dólares, florines o francos suizos). Los turistas eran recogidos por una flota de autobuses Dodge americanos en la frontera de Irún, donde volverían a dejarlos al terminar la experiencia.
No sucedió así en Aragón, Madrid y Andalucía, los otros tres destinos. «La España Nacional realiza, por primera vez, la iniciativa de haber organizado, en plena guerra, la visita a los campos de batalla que no han sido marco, sino elemento esencial en los combates cuyo eco ha recorrido al mundo», escribe Suñer. La finalidad era servir de propaganda al exterior en un país aislado internacionalmente y, poco después, en una frágil y disfrazada neutralidad con Alemania e Italia durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero Madrid era distinto. La ciudad estaba desbordada. Había continuos apagones, colas interminables y falta de suministros. Un ejército de mendigos poblaba las calles, por lo que las autoridades comenzaron una campaña de «recogida» de mendigos. Lo mismo que de prostitutas. Ambos grupos eran desparasitados y, por supuesto, «cristianizados» en centros municipales que, al mismo tiempo, eran de instrucción.
El problema de la ruta por las ruinas de Ciudad Universitaria era logístico. Durante la guerra, para aquellas rutas guerreras, se usaron infraestructuras ya existentes en las zonas dominadas por las tropas franquistas. Pero cuando las tropas entraron en Madrid la realidad era otra. La destrucción era inmensa. Difícilmente funcionaban los tranvías o el metro. La escasez era tremenda. El proyecto turístico, además, naufragó ante la falta de hoteles en funcionamiento y con suficiente capacidad para acoger a turistas extranjeros, aunque el régimen llegase a afirmar que «gran número de extranjeros, sudamericanos sobre todo, esperan con ansiedad el momento de realizar su visita y su peregrinación a Madrid».