Los bolcheviques que tomaron un barrio de Madrid
/En aquellos años, mediados de los sesenta, España se había convertido en un inmenso plató televisivo. Los productores Samuel Bronston y Carlo Ponti vieron en nuestro país un lugar ideal para desplegar grandes producciones. Décadas antes, en las áridas tierras de Almería, se habían rodado cientos de westerns. Pero lo que planearon en 1965, en medio de la Guerra Fría y el inicio de las grandes revueltas estudiantiles, era algo más grande: Canillas, un barrio de Madrid, se convertiría en ¡Moscú! Así que muy cerca de su cementerio municipal se levantaron los decorados para la monumental película Doctor Zhivago. Todo se controló hasta el último detalle. El ambiente debía ser exacto al de la fiebre prerrevolucionaria. Las hordas rojas marcharían enardecidas por aquel sobrecogedor Canillas / Moscú. En una de las escenas más célebres, fiel a lo sucedido históricamente, una nutrida manifestación era reprimida violentamente por la policía y la caballería del zar (en realidad, miembros de los temidos grises). Entonces sucedió algo memorable. Para lograr aglutinar a tantos extras entre la juventud, se hizo un llamamiento a la Organización Juvenil Española (OJE), a quienes les ofrecieron trescientas pesetas por rodar durante toda la noche. Tras el vestuario y las indicaciones del personal de la película, los cientos de chavales parecían impecables bolcheviques.
Poco a poco, entre ellos, comienza a transmitirse el «ardor rojo»: combaten el frío de la noche quemando varios bidones de aceite y cantando canciones revolucionarias, como «A las barricadas» o «La Internacional», entre muchas otras. Los vecinos del pueblo, en mitad de la noche, presencian el inaudito espectáculo de una marcha y proclamas comunistas en pleno corazón del franquismo. Se cuenta, por diversas fuentes (algunos actores y extras), que hasta allí se dirigió alarmado un contingente de policías de la secreta y que hasta identificó a varias personas, sin tener ni idea de que era todo aquello, casi dispuestos a, porra en mano, disolver la marcha bolchevique.
No sabemos si aquello sucedió realmente, pero nosotros queremos creer que así fue y en nuestro recuerdo nos queda la imagen de aquellos jóvenes abrazados entonando la famosa «Kalinka».