Carta de un padre a un hijo que juega a ser «punk»
/La hilarante carta que un desesperado padre publicó en 1978 en la prensa para intentar que su hijo punk regresase a casa: «Tuviste cuanto apeteciste: estudios, buena mesa, fines de semana en la sierra, utilitario a tu nombre... Todo el consumismo contra el que, hastiado, tú escupes ahora», afirmaba
En España, desde la aparición de los primeros artículos y reportajes sobre el fenómeno punk, del que poco sabíamos, en revistas como Star, Vibraciones o Disco Expres, un sector de la prensa más reaccionario lo trató denigrándolo, igual que había hecho una década antes con el auge del movimiento hippie, las comunas y los «veranos del amor». Lo realmente importante fue el cambio de escenario: de una serie de reportajes sobre lo que por entonces sucedía en Londres (que, curiosamente, significaba el final del punk en su ola más auténtica y original a lo largo de 1978) se pasó a crónicas de los primeros conciertos de músicos y artistas que se identificaban con el punk, como fue el caso de Ramoncín, el «rey del pollo frito» y su casticismo iconoclasta.
El Diario de Burgos, durante décadas, se convirtió en el vocero de los sectores más reaccionarios de la España franquista, ya desde la Guerra Civil, cuando Burgos se convirtió en la capital de la España «nacional» tras el golpe de Estado contra la República. El periódico, meses antes, ya venía publicando una serie de artículos y pequeñas crónicas, todas en el mes de febrero, que ridiculizaban el punk, ya fuese por su imagen, describiendo el maquillaje en las chicas como «ojos diabólicos» o cayendo en el absurdo con afirmaciones como que «los punks consideran a las ratas como el único animal noble de la naturaleza». En este caso se trata de la publicación de una hilarante carta de un desesperado padre que ha visto como su hijo, tras abrazar el punk, ha abandonado la casa para dedicarse a cantar.
CARTA DE UN PADRE A UN HIJO QUE JUEGA A SER «PUNK»
«Tuviste así cuanto apeteciste: estudios, buena mesa, fines de semana en la sierra, utilitario a tu nombre... Todo el consumismo contra el que, hastiado, tú escupes ahora»
Querido hijo: Lo de querido no es una equivocación aunque, de buenas a primeras, pudiera parecerlo pues, a pesar de todo, hijo mío resultas y, por muchos Ramoncines, promiscuidad sexual y chillido rock que le eches al tema, padre tuyo soy.
No sé si te alegrarán o no estas letras, pero importa que sepas que aquí todos seguimos echándote de menos. Son muchos los años llenando con tu presencia cada rincón de la casa, cada recodo del corazón. Uno no sabe hacer literatura pero a la punta del bolígrafo acuden rápidas las palabras, sencillas palabras, ya ves, para decirte que toda la familia anda de veras entristecida y pesarosa por tu ausencia, que ya empieza a prolongarse demasiado. Vacía de ti, toda la casa de ti nos habla: tu puesto en la mesa, tus libros, tus posters, tu cuarto, del que tu madre, la pobre, apenas sale. De mí, ¿qué te voy a contar? Para adentro me trago rabias y venenos, pues claro que me los trago, sin darle tres cuartos al pregonero; eso sí, aceptando tristemente el inmenso fracaso de no haber sabido hacer de ti el hombre que soñé serias un día. «Que mi hijo sea un día el hombre que yo no he podido ser», fue el tema que selló tercamente mis horas de trabajo, mis pluriempleos, mis vacaciones por ti sacrificadas año tras año. Tuviste así cuanto apeteciste: estudios, buena mesa, fines de semana en la sierra, utilitario a tu nombre... Todo el consumismo contra el que, hastiado, tú escupes ahora. ¡Pues mira qué bien! Lo más probable es que andes en posesión de la verdad y que el mundo que nos ha tocado en suerte esté, efectivamente, mal hecho, pero a uno no le es posible evitar que los ojos se le vayan hasta aquéllos que, mientras tú, guitarra en mano, cantas la corrupción del universo, caminan hacia su trabajo de todos los días, acaso con muy poca esperanza de que el mundo cambie pero intentándolo al menos.
Has de saber, de todos modos, hijo, que ésta continúa siendo tu casa y que aquí —pelillos a la mar— te esperan, con los brazos abiertos, todos los tuyos, siempre que vengas dispuesto a desprenderte el imperdible de la mejilla colorada, a lavar los tejanos y, lo que es más importante, a trabajar en firme, verbo en el que —déjame que me desahogue diciéndotelo siquiera una vez— te da ciento y raya tu padre.