El otro hundimiento del crucero Baleares
/La noche del 5 al 6 de marzo de 1938, el buque insignia de la armada de Franco se fue a pique por un torpedo republicano. Años más tarde, el Régimen intentaría reflotarlo con una película que nunca llegó a las pantallas. Aun así, el franquismo hizo de aquella derrota uno de sus mayores símbolos propagandísticos, hasta el punto de que parte de su memoria todavía sigue en pie.
El 12 de abril de 1941, la Gran Vía madrileña vibraba de expectación ante la primera producción española de la RKO Radio Films. Presentada a bombo y platillo por la maquinaria propagandística del Régimen como la representación de la «gigantesca y heroica epopeya de la gloriosa marina española», cuarenta y ocho cines de las más importantes ciudades españolas habían anunciado la proyección de El crucero Baleares. De entre todos ellos, el cine Avenida de Madrid fue el local elegido para el estreno más solemne y su fachada amaneció engalanada y dispuesta a rivalizar con las premieres de la época dorada de Hollywood. La película auguraba ser todo un éxito, hasta que un motorista enviado desde el Pardo, residencia oficial del Jefe del Estado, Francisco Franco, se personó en la sala con orden de prohibir su exhibición pública.
De nada sirvieron las quejas de los propietarios de los cines, ni los recursos a las altas instancias por parte de la distribuidora. Nadie se explicaba lo sucedido. Tres días antes habían recibido la aprobación de la censura y habrían de pasar otros tres hasta que un oficio del Almirante Jefe del Estado Mayor de la Armada, y dirigido al Director General de Seguridad, ordenase la incautación de todas las copias de la película para impedir su exportación al extranjero por considerarla «contraria a los intereses nacionales».
Aún era demasiado pronto para saberlo, pero con «muy en breve» querían decir «nunca»
Algo sencillamente no cuadraba. Desde que la distribuidora cinematográfica Radio Films, filial de la RKO americana, propuso llevar a la gran pantalla «el heroico y glorioso fin del crucero Baleares», contó con el apoyo entusiasta de las autoridades competente; condición imprescindible para recrear la batalla naval más importante de la Guerra Civil y, más concretamente, el hundimiento por el ejército republicano del crucero pesado nacional Baleares. Consciente de la oportunidad de «afrontar con dignidad esta producción, de la que podrían obtenerse muy fecundos resultados con la propaganda política española», Manuel A. García Viñolas, jefe del Departamento Nacional de Cinematografía, trasladó al Ministerio de la Marina la necesidad de designar un asesor que velara por los intereses patrióticos. La responsabilidad recayó en el almirante Manuel Núñez, encargado de «controlar técnicamente la realización cinematográfica de este tema nacional, a fin de que el Estado tenga siempre la máxima garantía de que se interpreta en la debida forma, no sólo en el guion previo, sino a lo largo de todo el rodaje de la película».
Tales injerencias iban más allá de la censura previa, pero no supusieron ningún problema. El rodaje comenzó en octubre de 1940 y se prolongó hasta principios de marzo del año siguiente, bajo la dirección del mexicano Enrique del Campo, cuyas únicas credenciales hasta la fecha se limitaban a una adaptación, más bien mediocre, de la zarzuela El huésped del sevillano (1939). Apenas se conserva un puñado de películas que certifican su ingrato pasado como galán cinematográfico, siendo la última de ellas, Una mujer en peligro (1935), la que le valió el visado para trabajar en España a las órdenes del humorista y cineasta José Santugini. Al estallar la Guerra Civil, y aunque México apoyaba a la República, Del Campo hizo méritos como espía franquista, quién sabe si con vistas a relanzar su carrera desde detrás de las cámaras. Solo así se comprende que «aquel actor latinoamericano, miembro de la quinta columna» al que alude Luis Buñuel en su autobiografía Mi último suspiro, fuera elegido para llevar el timón de una proyecto de tal envergadura, con un presupuesto estimado en 800.000 pesetas de la época.
En el fondo, «la gloriosa gesta de la armada española ante la revolución comunista y sus trágicos episodios en la batalla naval de Cartagena» era lo de menos
Aún más extraño resulta que los norteamericanos se prestaran a ello, teniendo en cuenta que nunca les había interesado producir películas españolas con las que era muy difícil conseguir beneficios, tanto dentro como fuera de nuestro país. La verdadera razón, como siempre, era económica y respondía a las medidas proteccionistas impuestas por la Subcomisión Reguladora de la Cinematografía, que les obligaba a producir en España un film por cada diez que pretendieran importar. Por más que al director general en España, Emilio P. D. de Argüelles, se le llenara la boca con promesas de «cariño y entusiasmo en los esfuerzos del Estado para crear una Cinematografía española», lo que buscaba era sacar tajada de la privilegiada posición entre las altas jerarquías militares de Del Campo, premiado con el grado de comandante honorario del Ejército español por los servicios prestados. En el fondo, «la gloriosa gesta de la armada española ante la revolución comunista y sus trágicos episodios en la batalla naval de Cartagena» era lo de menos.
Una vez firmados los términos del acuerdo, la moral estaba alta y el viento sopló a favor de obra. El equipo se desplazó a localizar exteriores en Vigo, El Ferrol, Cádiz, San Fernando y Cartagena y el alto mando les permitió filmar las maniobras que estaba efectuando toda la escuadra. Las mejores tomas se aprovecharon para dotar de mayor realismo a la película, intercaladas con imágenes de archivo de escenas de la batalla naval de Jutlandia, durante la I Guerra Mundial. Incluso pudieron ambientar las escenas del Baleares a bordo de su gemelo, el crucero Canarias. En febrero del 37, ambos buques se unieron al Almirante Cervera para masacrar a los civiles que huían por la única salida del cerco de la ciudad de Málaga: una carretera, pegada al mar, convertida en paredón para sus cañones y lanzatorpedos, a los que se sumaron los aviones alemanes e italianos, causando entre 3.000 y 5.000 víctimas civiles. Una auténtica matanza, peor que la de Gernika, que pasó a la historia como La Desbandá y que ambos bandos prefirieron olvidar para eludir responsabilidades. Los sublevados, por ordenar un ataque atroz e injustificado, y los republicanos por abandonar la ciudad a su suerte.
El crucero Baleares y su gemelo, el Canarias, participaron en ‘La Desbandá’, una matanza peor que la de Gernika que ambos bandos prefirieron olvidar
Por su parte, al guionista Antonio Guzmán Merino tampoco le gustaba mancharse las manos. A grandes rasgos, su libreto sentó las bases para el típico melodrama “a la americana” protagonizado por dos apuestos oficiales, enamorados de la hija de un superior, que se ven envueltos en el Glorioso Alzamiento. Hermanos de armas y rivales en el amor que servirán de premisa a futuros éxitos de taquilla ambientados en la Armada, como Botón de ancla (1948), su secuela en technicolor Botón de ancla (1961), Los guardiamarinas (1967), Cateto a babor (1970) o Los caballeros del botón de ancla (1974).
«Las películas que llevan un título tan glorioso y de tanta trascendencia como el de El crucero Baleares están obligadas a una talla que no siempre se consigue –rezaba una crítica firmada por Mas-Guindal que publicó Primer Plano– La gesta histórica del Baleares ha sido llevada a la pantalla mezclada con una historia de amor como elemento ameno de la cinta. La película ha resuelto muchas cosas difíciles, pero ha descuidado la construcción del asunto, la natural claridad requerida que se presta a los confusionismos (...) Posiblemente se ha querido hacer un argumento al estilo norteamericano, y este deseo es la causa de no dar un tono dramático intenso y del empleo de personajes cómicos». De lo que se desprende que el Ministerio de Censura dirigido por Serrano Suñer podía transigir con muchas cosas, mientras no se restara importancia al conflicto bélico y se pusiera el énfasis necesario en aquellas secuencias que más interesaban a los órganos de poder por su gran valor propagandístico.
Es muy probable que la decisión se tomase tras un pase privado de la película en la sala de proyección que Franco tenía en El Pardo, sin paliativos ni atenuantes
El clímax de la película se rodó en una piscina de Barcelona, junto a la playa y con el mar al fondo, para simular la batalla naval con cinco maquetas que costaron a 25.000 pesetas cada una. Al estar fabricadas de cartón, dificultaron la escena del hundimiento y finalmente se optó por una reproducción a tamaño real de la cubierta del crucero que, arrastrada por un submarino, reprodujo los últimos momentos del Baleares, con la tripulación entonando el Cara al Sol antes de abandonar el buque. Pero ver cómo algunos de los figurantes se pinzaban la nariz antes de arrojarse al agua resultaba ridículo.
Aquella fue la gota que colmó el vaso. Según García Viñolas, es muy probable que la decisión se tomase tras un pase privado de la película en la sala de proyección que Franco tenía en El Pardo. Un par de días antes de su estreno, previsto para el Sábado de Gloria, la junta militar se había reunido en las antiguas dependencias del Ministerio de la Marina en el Paseo del Prado para emitir un veredicto unánime, «sin paliativos ni atenuantes». La impericia y falta de previsión de Del Campo disparó los costes hasta los tres millones de pesetas, y el retraso acumulado en el rodaje de interiores en los Estudios Ballesteros de Madrid, sumado a la deuda contraída con el laboratorio, acabaron pasándole factura.
El franquismo hizo de aquella derrota uno de sus mayores símbolos propagandísticos, hasta el punto de que parte de su memoria todavía sigue en pie
El 25 de abril de 1941, el Jefe de Estado Mayor de la Armada, dirigió, por tercera vez en quince días, un escrito al Director General de Seguridad: «Habiendo llegado a conocimiento de este Ministerio que una vez prohibida y recogida la película El crucero Baleares, se trata por Radio Films de montar otra película similar para ser exportada, con los residuos y pruebas que de aquella existan en los estudios en que fue rodada (...) De orden el Excmo. Sr. Ministro de la Marina, ruego a V.I. se den las órdenes oportunas para la recogida de todas las pruebas y residuos referidos existentes en aquellos estudios a los que este Ministerio ha ordenado reservar». Para no correr riesgos, se destruyeron el negativo y todas las copias dispuestas para su estreno.
Hoy en día, la película esta ya no existe. Los únicas imágenes que han sobrevivido se conservan en el Repositori de la Filmoteca de Catalunya, algunas de las cuales acompañan este artículo. Para Roman Gubern, la prohibición de este filme sentó un peligroso precedente y provocó que: «la decisión definitiva de llevar Raza a la pantalla fuera acelerada por este fracaso en hallar un camino al cine de exaltación patriótica. Hacía falta un modelo y una guía para este filón que los jerarcas de la Cruzada reclamaban y Raza vino a proporcionar ese modelo y esa guía que el cine franquista necesitaba».