Cuando Valle-Inclán hacía publicidad por dos duros
/Al principio de su carrera y acuciado por las deudas, el autor de Luces de Bohemia se vio obligado a escribir anuncios publicitarios para un producto que facilitaba la digestión: la Harina Plástica.
En 1925, La pluma, revista literaria dirigida por Manuel Azaña y C. Rivas Cherif, publicó un número especial dedicado a Ramón del Valle Inclán. Entre las firmas invitadas a participar estaban las de Ramón Pérez de Ayala, Díez-Canedo, Ramón Gómez de la Serna y Ricardo Baroja, el hermano de Don Pío que, además de pintor, era escritor.
El artículo de Baroja era una especie de borrador del texto que publicaría años después con el título de Deambulando en su estupendo Gentes del 98, un volumen en el que recogía sus recuerdos de la bohemia de finales del XIX y principios del XX. En ambos textos, Baroja relataba su primer encuentro con Valle Inclán en el Café de Madrid, «que estaba donde hoy está el Crédito Lyonés, en la calle de Alcalá», actual número 8, casi llegando a Sol.
En palabras del escritor, «en una mesa cercana a la mía vi un joven barbudo, melenudo, flaco hasta la momificación. Vestía de negro y se cubría con chambergo de felpa gris de alta copa cónica y grandes alas. Las puntas salientes del planchado cuello de la camisa avanzaban amenazadoras, flanqueando la negrísima barba cortada a la moda ninivita del siglo XIX antes de Cristo».
Con el tiempo, la tertulia del café Madrid se dividió en dos: los seguidores de Jacinto Benavente, que se aposentaron en la Cervecería Inglesa, de la Calle Echegaray esquina Carrera de San Jerónimo y la de los seguidores de Valle Inclán, en una horchatería de la Calle de Alcalá, a la altura de Caballero de Gracia. Esa escisión, además de por cuestiones de amistad, se debió a afinidades literarias y de formas de vida. Mientras que Benavente acabaría siendo un literato respetado ganador del Nobel, Valle-Inclán, Ricardo Baroja y el resto de amigos, pasaron más de una noche en el calabozo por escándalo público. Lo más curioso es que ni en comisaría, el escritor gallego deponía su actitud.
Valle-Inclán, que más de una vez acabó sus noches de bohemia en comisaría, tuvo que aceptar trabajos de creativo publicitario a dos duros el anuncio para poder subsistir.
En Gentes del 98, Baroja recuerda la actitud de Valle Inclán ante la policía. «El empleado policíaco que tomaba la filiación a los detenidos se veía en un brete cuando llegaba la vez a Valle-Inclán.
-¿Cómo se llama usted?
–Don Ramón del Valle-Inclán y Montenegro –contestaba el gran trágico, desplegando sus nombres y apellidos en columna de honor.
–¿Profesión?
–Coronel general de los Ejércitos de Tierra Caliente.
–No existe ese grado en la Milicia.
–¿Cómo que no?
–No, señor.
–¿Va usted a negar mi categoría?
–El grado mayor es el de capitán general con mando en plaza.
–Pues yo soy coronel general y no consiento que se me degrade en documentos públicos.
–Ponga usted militar retirado–decía alguno de los polizontes, para terminar el conflicto».
Nada más lejos de la realidad. Ante dicha sugerencia, Valle-Inclán protestaba airado y amenazaba con reclamaciones diplomáticas que el embajador de los países cálidos presentaría a España y que provocarían el cese de esos policías.
Pero en lo que más se diferenciaban los grupos de Benavente y Valle-Inclán era en sus recursos económicos. Según recordaba Baroja en el artículo de La Pluma, varios de los asistentes a la tertulia tenían «unas condiciones pasmosas para empeñar objetos que el adusto prestamista» rechazaba, entre otras razones porque las cosas pignoradas podían ser «un dedo amputado conservado en alcohol» o «una merluza». Un día llegaron a empeñar a un amigo, que permaneció una hora como garantía del prestamista hasta que fue rescatado.
El autor de Luces de Bohemia también solía estar siempre a la cuarta pregunta. Tanto es así que, en un momento de penuria, aceptó el encargo de hacer unos versos con fines publicitarios para un producto contra las dolencias del estómago que se llamaba Harina Plástica. El empresario le ofreció dos duros por cada anuncio que posteriormente eran publicados en periódicos y revistas como Nuevo Mundo o Mundo Gráfico y Valle-Inclán entregó lo siguiente:
Retorciendo la filástica,
Un cordelero enfermó;
Pero al punto se curó.
¿Cómo? Con la Harina Plástica.
La cuarteta tuvo éxito y el dueño de la Harina Plástica le encargó un nuevo anuncio. El escritor, necesitado de las diez pesetas, le entregó estos nuevos versos:
En toda fiesta onomástica
Yo os digo: -¡Comed, bebed!
¡Atracaos! Absorbed
La dosis de Harina Plastica.
Todavía hubo tiempo para una tercera cuarteta que no se llegó a publicar por desavenencias entre Valle-Inclán y el empresario. El propio escritor recordaba lo sucedido durante un homenaje que recibió en Barcelona en 1925:
«Le gustó y me dio los dos duros. ¿Quiere usted otra? Sí. Se la hice. Y otros dos duros. ¿Quiere usted otra? También se la hice. ¿Otra, señor? Y como el inventor de la fécula higiénica asintiera, mi estilo poético volvió a ponerse en juego:
¿La pesadilla fantástica
os agobia en invernales
noches? Los estomacales
jugos con la Harina Plástica
reconfortad. ¡Animales!
Al empresario no le hizo mucha gracia la salida de tono del gallego y, como era de esperar, se enfadó. «Discutimos. Le aseguré que aquello era simbólico y me dio los dos duros, a pesar de que la quintilla no apareció en el Nuevo Mundo, ni en el otro», bromeaba Valle-Inclán.