«¡Detente, bala!» o los fascistas que se creían intocables
/Valían dos pesetas y, durante la Guerra Civil, se vendieron miles de ellos. La Iglesia aseguraba que si los escapularios se colocaban junto al corazón las balas no podrían alcanzarte
En los años de la Guerra Civil, Camilo José Cela, mientras se encontraba en un hospital al que había sido enviado después de ser herido en combate, recuerda que le entregaron un curioso objeto, un escapulario con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús:
«—Soldadito, te voy a condecorar con un escapulario del Sagrado Corazón para que te preserve de todo mal, mira lo que dice: “Detente, bala. El Corazón de Jesús está conmigo”.
Me puse pálido y les contesté:
—Ah no, no, muchas gracias, condecore usted a otro, se lo ruego, se lo pido por favor, yo llevaba uno prendido con un imperdible en la guerrera y aún no hace un mes me lo sacaron por la espalda. Se lo digo con todo respeto, señorita, pero para mí que el Sagrado Corazón es gafe».
«Los curas han inventado esos escapularios, con la inscripción: “Detente, bala”, y los venden a los soldados, carlistas o falangistas, al precio de dos pesetas por escapulario, bendecido y todo ¡El oscurantismo y la ignorancia se perpetúan en los terrenos facciosos! ¡Pobre España!»
Armand Guerra, en sus memorias de la guerra tituladas A través de la metralla, recuerda lo habitual que eran los escapularios supuestamente milagrosos: «Los curas han inventado esos escapularios, con la inscripción: “Detente, bala”, y los venden a los soldados, carlistas o falangistas, al precio de dos pesetas por escapulario, bendecido y todo ¡El oscurantismo y la ignorancia se perpetúan en los terrenos facciosos! ¡Pobre España!».
Aunque los carlistas los pusieron de moda, su origen se remontaba a Santa Margarita María Alacoque, quien en 1686 envió una carta a una monja donde le decía lo siguiente: «Él [Jesús] desea que usted mande hacer unas placas de cobre con la imagen de su Sagrado Corazón para que todos aquellos que quisieran ofrecerle un homenaje las pongan en sus casas, y unas pequeñas para llevarlas puestas».
Había que situarlo cosido junto al pecho, a la altura del corazón, o llevarlo oculto como un colgante. Sus poderes sobrenaturales estaban, según los católicos, probadísimos. Incluso un papa, Pío IX, en 1872, concedió una indulgencia de cien días, durante los cuales serían intocables, a todos aquellos que exhibieran los escapularios bendecidos. Ante su proliferación, surgieron dudas sobre si debían ser bendecidos o no para que surtiera efecto. La Iglesia lo explicó al año siguiente: «Como no es un escapulario en el sentido estricto de la palabra, sino más bien un escudo o emblema del Sagrado Corazón, las reglas generales para el escapulario propiamente llamado, no son aplicable a él. Así que no necesita ni una bendición especial, ni una ceremonia o inscripción. Es suficiente con usarlo para que cuelgue en el cuello».
Sin embargo, parece que no sirvieron de mucho a miles de soldados fascistas. El propio Armand Guerra, en sus incursiones por el frente de Madrid, comprobó que «en algunos cadáveres de soldados facciosos, recogidos y enterrados por nuestros milicianos en el frente, hemos encontrado los mencionados escapularios. En el terreno faccioso se hace un negocio magnífico, gracias a la imbecilidad», afirmó.