El club ciclista que se convirtió en Batallón Antifascista
/Un pequeño y castizo club ciclista fue el creador del legendario Batallón Ciclista Malatesta, la respuesta antifascista a los batallones fascistas del futurismo italiano
Durante la Primera Guerra Mundial los italianos habían puesto en marcha espectaculares batallones de ciclistas, como en el que se alistaron en 1915 los futuristas, amantes del maquinismo y las máquinas, que no dudaron en marchar a la guerra a lomos de una bicicleta para cumplir el sueño de «la guerra como higiene del mundo». El Batallón Ciclista Futurista fue el sueño hecho realidad de Marinetti, su fundador, que se sumó a este, así como otros destacados futuristas como Sant'Elia, que cayó fulminado en el campo de batalla.
Las bicicletas se utilizaron en la Segunda Guerra Mundial, pero también antes, como durante la Guerra Civil española. En el periódico La Voz, en noviembre de 1936, con el fascismo asediando la capital, pero detenido su avance en aquel terrible mes, se dio la noticia de la creación de un batallón ciclista con el nombre del legendario anarquista italiano Errico Malatesta, cuyas funciones eran el reparto de órdenes del Estado Mayor en el interior de Madrid y las avanzadillas. Fue fundado por Miguel Viríbay, militante anarquista de la CNT y aficionado al ciclismo. El Batallón Ciclista contó con secciones destacadas en todos los departamentos oficiales y en los frentes. Una de las que realizaba un trabajo más intenso fue la destinada al servicio del Estado Mayor del Ministerio de la Guerra, que estaba dirigida por José Iturria, otro amante de la bici. La mayoría de los integrantes del Batallón provenían del Velo Club Portillo, hoy en día un histórico club que por entonces (se había fundado en 1927) daba sus primeros pasos. Aunque actualmente ha incorporado el nombre de «Real», en su día solamente se dedicaba a la bicicleta, de ahí la alusión a «Velo Club», junto a «Portillo», barrio donde se fundó y partieron los primeros ciclistas anarquistas y de otras tendencias que formaron el legendario Batallón Ciclista Malatesta.
Junto al Velo Club, habían otros clubs ciclistas en Madrid, como el Club Ciclista de Chamartín de la Rosa o el del barrio de Ventas. Presumía de ser el más castizo. Portillo había sido y era uno de los barrios con más historia del viejo Madrid. El portillo de Embajadores fue un postigo menor de la cerca que circundaba Madrid, a mitad de camino entre las puertas de Toledo y Atocha. Tras el derribo de la cerca en 1868, el terreno en el que se encontraba se convirtió con el tiempo en la actual glorieta de Embajadores.
El Batallón, que se incautó de la iglesia de la calle Conde de Peñalver número 36, también contó con mujeres, que el año anterior de comenzar la Guerra Civil había creado su primer grupo ciclista completamente femenino al que llamaron As. Entre las fundadoras de As estaban las hermanas, Ángeles, Esperanza, Luisa y Carmen Carmona, todas ellas hijas de un industrial fabricante de bicicletas. También había corredores profesionales, como el ciclista Andrés Costau, que se había destacado como gran deportista tiempo antes.
«Suena otra vez el timbre. Estamos preparados. Son las consignas. Cada cual con su máquina toma una dirección, sin duda la del triunfo»
En el número 26, del 20 de junio de 1937, del periódico La Trinchera, perteneciente a la Brigada Mixta 7ª División Mixta, se incluyó una declaración de los ciclistas de Malatesta titulada «Notas de unos combatientes del Batallón Ciclista»:
«Pertenecemos al Batallón ciclista Enrique Malatesta y prestamos los servicios de enlace y otros relacionados con los mismos. El título con el cual encabezamos estas líneas es para poner de manifiesto que la mayoría de los ciclistas pertenecientes a este Batallón éramos combatientes de las trincheras, de las cuales salimos trasladados al mismo, por ser de bastante utilidad nuestros servicios en dicho Batallón. El grupo con destino en esta Brigada mixta lo componemos doce ciclistas entusiastas de este deporte. Trabajamos incansablemente, ayudados de manera eficacísima por nuestras inseparables compañeras, las máquinas. Y digo nuestras porque cada cual ha tenido que aportar la suya para poder prestar este servicio a la causa, que, como en todas las guerras modernas, es imprescindible, ya que estos servicios llevan las órdenes de ataques, repliegues, contraseñas, señales de aviación, etc., y realizan toda clase de servicios de enlace. Este Batallón se formó con el fin de conservar en todo lo posible los Servicios motorizados, que son utilísimos para otros más necesarios y que nosotros con nuestra máquina no podemos realizar, como son los relevos de fuerzas, transporte de material, abastecimiento, etc., así como al mismo tiempo economizar el combustible, gastando lo menos posible, con el fin de que no falte para otros servicios más necesarios. Bien es cierto que la máquina consume, por lo menos, nuestra carne y a veces nuestra paciencia. ¡Si vierais qué bien se curan los catarros cuando tenemos un parte urgente y el sol pega de plano!, ¡la impresión que recibimos cuando estamos acostados muy a gusto, descansando del trabajo diario, y sentimos el timbre de los partes, nos tiramos de la cama medio adormilados, nos sentamos en nuestro ya familiar asiento, el sillín, y nos damos cuenta de que llueve y el piso está encharcado! Entonces nos acordamos de los paraguas, aunque no sea más que para que no se moje la máquina, o nuestro equipo. En este momento nos acordamos del parte que tiene que llegar a su destino, y nuestras piernas hacen presión sobre las bielas de la máquina, y esta, en prueba de cariño, aumenta su velocidad, y el parte, claro está, se encuentra en dos minutos en su destino. Entonces emprendemos el regreso, aguantando el calor, la lluvia o el frío. En nuestro cometido tenemos algunos curiosos. Vemos cómo en las carreteras y arroyos de las calles juegan, sin dar importancia al peligro, los niños pequeños y algunos mayorcitos, sin importarles que exponen su vida. Igualmente algunos perritos, cuando llevamos prisa, se nos cruzan en nuestro camino, y nosotros, con más paciencia que Gutiérrez, apretamos los frenos para no desplancharlos, y, claro está, damos con nuestros huesos en el suelo. Mientras nos levantamos vemos al gracioso perrito cómo corre con el rabo entre las piernas, sin duda para que no le tomemos la matrícula y le hagamos pagar las arrugas de nuestra bicicleta, que se ha quedado del golpe con más arrugas que Lerroux. Nosotros hemos declarado la guerra a los perros porque no saben las leyes de la circulación ni tienen quién se las enseñe. No obstante, seguiremos con nuestro buen humor y satisfechos de nuestro servicio prestado a la causa, a la cual no abandonaremos hasta su fin. Suena otra vez el timbre. Estamos preparados. Son las consignas. Cada cual con su máquina toma una dirección, sin duda la del triunfo. ¡Salud! Ciclistas de servicio en la Brigada».