Las «raphaelistas» que pudieron reinar: Desmayos y algaradas en pleno franquismo
/No era un agente encubierto al servicio del franquismo, pero fue de los pocos artistas españoles que en 1971 viajaron hasta Rusia, en plena Guerra Fría, y fue recibido entre ovaciones, desmayos y recepciones oficiales a las que asistieron dirigentes soviéticos. Un año antes, sin saber exactamente porqué, sus películas se estrenaron en las principales ciudades del país y lo hicieron perfectamente dobladas al ruso. Se programaron sin descanso y, durante varios meses, se formaron grandes colas para estar ante la voz y el rostro del gran Raphael. Sin embargo, es posible que inicialmente el franquismo tuviera sus sospechas o pensase que el «enemigo rojo» perseguía propósitos oscuros con aquel extraño movimiento. Había nacido, como si se tratase de un oscuro culto, el «raphaelismo».
En 1970, una delegación de periodistas rusos visitó España y entrevistó al que ya estaba siendo un ídolo de masas más allá del Telón de Acero. Al regresar, entre reportajes extensos y fotografías en las que aparecía sonriente el cantante, el fenómeno fan se multiplicó aún más. Raphael, tras las loas de la prensa de aquel país y desobedeciendo las recomendaciones del régimen, decidió actuar en la televisión rusa y viajó hasta allí, rumoreándose que agentes de paisano españoles lo escoltaron y protegieron en su visita. Moscú se rindió a sus pies, lo mismo que Leningrado o Stalingrado.
Ríos de tinta, el estreno de un programa en la televisión nacional llamado «Aprendamos español con Raphael» (se dictaban clases de español a través de las canciones y actuaciones del cantante), un fervor popular como nunca antes se había visto para un artista extranjero y entonces, Raphael, ante las intenciones de crear un club de fans ruso, sin dudarlo, dio el nombre de su más fiel fan, de la fundadora del primer club de enloquecidas chicas pop, una turba de fans que solían vestirse de rojo y negro (no, amigos, no eran militantes anarquistas, pero tenían incluso un himno que comenzaba diciendo: «Somo bandera roja y negra / Que a los vientos ondea su ideal»), derribaban vallas y empujaban con sus cuerpos fornidas barreras policiales con tal de tocar a su ídolo, del cual estaban perdidamente enamoradas. Su ídolo les correspondió con una canción dedicada a ellas, «La canción de las fans», donde se deshacía en elogios hacia Maribel y sus amigas: aseguraba que «nada les importa, ni el frío ni el calor» y «se vuelven como fieras» al verle.
Se llamaba Maribel Andújar y en 1966, en pleno auge del fenómeno pop y la beatlemanía, fundó su primer club de fans, que en unos pocos años llegó a tener seis mil militantes del raphaelismo, siendo conocidas (y, en ocasiones, también temidas) como la «pandilla raphaelista».
Quizás el momento mayor en la fuerza de este club que, por supuesto, publicaba sus propios protofanzines, boletines internos y emitía carnets, fue el 9 de julio de 1970 cuando cientos de adolescentes, vestidas como llamativas chicas yeyés del momento (faldas cortas, blusas anchas, ojos pintados de negro...), rodearon y tomaron en aeropuerto de Barajas para recibir al cantante que regresaba de una de sus giras internacionales, provocando el caos absoluto. La policía se vio superada. ABC vio una mano negra en la locura raphaelista: «¿Truco publicitario o realidad? ¿Están organizadas las manifestaciones "raphaelistas"?», se preguntó el 1 de marzo de 1970. España entera se sorprendía ante aquella exhibición de delirio pop.
Maribel dirigía todo el club con mano maestra y lo hacía desde su sede madrileña, que estaba en la plaza de Los Mostenses, a escasos metros del Palacio de la Música, en Callao, donde Raphael actuó varias veces en las que ella y su legión marcharon decididas, tomando las calles sin pedir permiso a nadie y colapsándolas.
«En unos pocos años llegó a tener seis mil militantes del raphaelismo, siendo conocidas como la "pandilla raphaelista"».
Las integrantes del club pagaban cuotas de 25 pesetas y sindicatos y grupos izquierdistas soñaron con tener esa capacidad de movilización y determinación. Eran una verdadera fuerza social: promovían recogidas de fondos y actos de solidaridad en orfanatos y colegios, y estaban coordinadas en decenas de pueblos y ciudades. Una llamada bastaba para movilizar a las tropas raphaelistas. No sabemos exactamente cuál fue la postura del franquismo ante aquel inusitado fenómeno de fervor casi religioso, en un país que negaba, al menos inicialmente, el «problema de la juventud», que se extendía por todo el mundo, pero hay quien opina que fue promovido y apoyado por las instituciones de la dictadura. Incluso las hijas de Franco eran raphaelistas. Hace algunas décadas, un libro de Manuel Leguineche aseguró que el cantante había hecho unas declaraciones al periodista Raúl del Pozo en las que confesaba ser fan del Generalísimo, aunque la fuente parece dudosa. Algo parecido aparece en otro libro, esta vez El General Franco, de Carlos Fernández Santander (Crítica, 2005), pero el cantante, en una entrevista posterior, tras sugerir su connivencia con el franquismo (era indudable que era la cara amable de aquellos años, mostrando una realidad feliz donde los jóvenes se entusiasmaban, se enamoraban y podían cumplir sus sueños), se desdijo y contestó de este modo: «¿Yo? No creo que haya dicho eso. Vivíamos con lo que había en el presente. De ahí a preferir a Franco hay un abismo. Porque había dos caminos; o te quedabas en casa o te ibas, por tus ideas, muy lejos de los tuyos. En mi caso elegí transitar la España que me tocaba, como hicieron millones de compatriotas», contestó.
El final de muchos de aquellos clubs de raphaelistas fue su matrimonio con Natalia Figueroa, en uno de los episodios más extraños de nuestra historia contemporánea: la ambigüedad sexual del cantante, exquisitamente utilizada por el mismo, ha sido y es un secreto a voces. Un Raphael casado ya no interesaba. En México sus desconsoladas fans cerraron el club entre muestras de desaprobación. Lo mismo que Maribel, que abandonó su pequeño «imperio» cuando supo la noticia.
Maribel, tras la noticia del fatal enlace matrimonial, dejó la presidencia. Llegaron nuevos tiempos en los que surgieron competidoras e incluso, en ocasiones, auténticas enemigas, como las seguidoras del izquierdista Joan Manuel Serrat, rápidamente acosado y vilipendiado por el régimen. Entre ambos grupos se dice que, en alguna ocasión, llegaron incluso a las manos, aunque este episodio, como la misma historia del pop, se mueve entre la verdad y el mito. Cosas del raphaelismo.