Los bebedores de sangre de Madrid
/Un sorprendente reportaje mostró a unos modernos «vampiros» en el Matadero de Madrid acudiendo con sus vasos listos para beber sangre. Algunos incluso fueron fotografiados.
Fueron fotografiados sin pudor alguno, bebiendo grandes vasos de sangre recién extraída de vacas y toros. «Casi ocultando el rostro, con la cabeza baja —narraba el periodista— por el antiguo paseo del Canal hacia el Puente de Andalucía, caminan a primera hora de la mañana unas mujeres cuyos rostros pálidos destacan en el contraste de los negros vestidos. Dos ancianas las acompañan. Apenas hablan. De vez en cuando rompe la monotonía del silencio una tos débil.
—Son bebedoras de sangre—me dicen confidencialmente.
Ante mi expresión de sorpresa, me añaden:
—No lo dude. Aquí en Madrid hay un buen número de bebedores de sangre. Si quiere podemos verlo. Todas las mañanas, a estas horas, concurren varias personas ansiosas de beber la sangre caliente de animales recién sacrificados...».
El reportaje, publicado el 26 de agosto de 1933 en la revista Estampa, produjo un gran escándalo, cuando se comprobó la existencia de numerosos «vampiros» en Madrid. Todo sucedía con absoluta normalidad en una de las grandes naves del Matadero. Se toleraba y permitía. Nadie preguntaba nada y, regularmente, una muchedumbre acudía con sus vasos listos para ser llenados. Los matarifes hacían su trabajo, mientras los bebedores de sangre esperaban en fila ordenadamente. «Ha terminado la matanza —continúa diciendo el reportaje que muestra varias estremecedoras fotografías—. No queda una res en pie. Unas sobre otras aún cocean en el suelo resbaladizo y ensangrentado. Los bebedores que presenciaron los sacrificios esperan el momento de recoger la sangre humeante. Todos entregan a los mozos los vasos que al efecto llevan».
El procedimiento, perfectamente dispuesto, es relatado por un periodista que sin ocultar su asombro narra lo que está presenciando: «En aquellos rojos manantiales los vasos van llenándose repetidas veces de sangre humeante. Los bebedores aproximan el vaso a sus labios y sin reparo, dominados sin duda por la fuerza de la sugestión, injieren el contenido. Alguno tiene que hacer un gran esfuerzo para apurar el vaso; el estómago parece oponerse, pero, al fin, sonríe satisfecho, como si con ello hubiera adquirido un poco de la salud que le falta. También se hallan presentes otras personas que no participan del festín. Son los que representan a los que no se atreven a ir. Los comentarios que puedan suscitar entre las gentes les impide hacerlo. Pero allí están unos chiquillos que, provistos de pucheros o cafeteras, llevarán la sangre aún caliente a otros bebedores».
La mayoría bebía la sangre en ese instante, puesto que pensaban que sus propiedades medicinales eran mayores al ser tan fresca. Otros, en cambio, la guardaban y corrían a entregársela a quien le había encargado ir a por esta. El periodista intentó obtener alguna declaración, pero no fue fácil: «todos nos miran con recelo. Las mujeres especialmente. No quieren que se hable de esto, que casi lo llevan como un secreto. La presencia del fotógrafo les inquieta.
Al fin obtenemos una respuesta:
—Nos falta la salud —dicen—. Nuestras débiles energías y nuestra anemia podemos curarlas, y para fortalecernos bebemos sangre».
Los vio partir, satisfechos y dispuestos a acudir a la mañana siguiente. «En algunos casos aseguran que así puede ser, aun cuando haya otros medios más eficaces que éste para el fin que persiguen. Hasta hace poco tiempo el número de bebedores de sangre era extraordinario», concluye.