«Nosotros pusimos las bombas»: los ultraderechistas que se entrenaban en una perrera municipal
/La muerte del dictador los multiplicó por toda la geografía española. Iban armados y estaban interesados sobre todo en la acción violenta, en el cuerpo a cuerpo. Operaron bajo diversos nombres, como Batallón Vasco Español (BVE), Alianza Apostólica Anticomunista o Triple A, Antiterrorismo ETA (ATE), Acción Nacional Española (ANE), Grupos Armados Españoles (GAE) o Guerrilleros de Cristo Rey, entre muchos otros. El atentado con bomba, en abril de 1975, contra la librería Mugalde de Hendaya, parece indicar el inicio de una nueva etapa del terrorismo ultraderechista.
Estos fueron los nombres más conocidos de la extrema derecha fascista en la época del tardofranquismo, pero no fueron los únicos. También hubo comandos callejeros, grupúsculos violentos dedicados al linchamiento y la bomba incendiaria, el apuñalamiento o la extorsión. De forma muy parecida a los llamados Comandos Antimarxistas, surgidos a mediados de los setenta y entregados desde sus orígenes a la violencia callejera, surgió uno grupo menos conocido pero igualmente peligroso. Se llamaron Grupos de Acción Sindical (G.A.S.), con base en Barcelona, formados por militantes de los Guerrilleros de Cristo Rey y CEDADE, y algunos incontrolados más. El nombre planteaba equívocos; no tenían nada que ver con sindicatos de ningún tipo e incluso el mismo nombre había sido utilizado por comunistas armados en la Barcelona de los años veinte. Pero las siglas les hacían justicia: soñaban con volver a implantar la cámara de gas y estaban formados por jóvenes fascistas con el asesoramiento de veteranos militantes de otras organizaciones paramilitares. Todos ellos compartían un feroz odio hacia la izquierda y los anarquistas, hacia el fenómeno hippie que se había popularizado años antes y que, poco a poco, comenzaba a aparecer también en España.
Interviú, poco después de su desarticulación, entrevistó a uno de sus antiguos miembros a cambio de dinero. Lo hizo junto al Parque de la Ciudadela, al lado de la estación de Renfe de Barcelona, tras mantener conversaciones sobre el cómo, dónde y cuándo de la entrevista, realizada por el periodista Luis Pobil de Cerame, en la que detalló sus atentados y acciones. Se tituló «El G.A.S. confiesa: “Nosotros pusimos las bombas”».
El antiguo terrorista era un «joven moreno de pelo corto con una incipiente barba». Inicialmente, se mostraba muy nervioso, repitiendo que corría el riesgo de represalias de sus antiguos «camaradas», pero luego se relajó y narró su historia.
EL G.A.S. comenzó a reunirse en mayo de 1975, escasas semanas después del atentado contra la librería Mugalde. El grupo pretendía ser un «comando armado de combate con el marxismo», algo así como, en sus propias palabras, «el brazo armado de Fuerza Nueva». Nada más surgir, tuvieron claro que perseguían el asesinato y el terror: «Nos entrenábamos y recibíamos lecciones teóricas y prácticas de guerrilla urbana y manejo de explosivos», afirma. Con la complicidad de la policía y altos mandos militares, comenzaron sus acciones violentas. Probaban las armas y explosivos en los terrenos de la perrera municipal, aunque en ocasiones también acudían a recibir clases de tiro a la casa de un simpatizante. Las clases de formación militar eran impartidas por un tal Pedro Guinea, alias «Hitler». El entrevistado describió el arsenal del que disponían: pistolas del nueve largo, nueve corto, calibre veintidós, cadenas, sprays, porras de hierro forradas de cinta aislante para disimular el color del hierro, porras de tubo de cobre con manguera, dos máquinas multicopistas y un fusil Winchester.
Lo componían una decena de personas, pero los atentados eran perpetrados por grupos de tres o cuatro, que actuaban rápido y se esfumaban. La relación de atentados que, en poco tiempo, llevaron a cabo resulta escalofriante: bomba de humo en el cine Atlanta cuando se proyectaba la película La caída de los dioses, cócteles molotov contra la redacción del periódico Diario de Barcelona, la paliza al periodista Carlos Sánchez a las puertas de su casa, incendio de varias librerías del centro y centros sociales como el de La Florida, Turó de la Peira y San Andrés. También acudían a manifestaciones izquierdistas que disolvían a tiros. Sin embargo, en otras ocasiones pagaban a delincuentes profesionales para que realizarán todo tipo de encargos que luego firmaban con las siglas de G.A.S. El estilo del grupo fue imitado por otros tantos, una gran amalgama de siglas y nombres, como el Comando Adolf Hitler, que en 1976 atentó contra varias librerías de izquierdas en Sevilla, Valencia, Albacete o Zaragoza.
Funcionaron entre 1975 y 1977. El grupo cayó cuando el número y violencia desatadas fueron de tal calibre que la policía no pudo hacer otra cosa que detenerlos. Los trece detenidos, tras su último atentado en la plaza del Pino, fueron defendidos por el propio Blas Piñar. Logró ponerlos en libertad tras pagar una fianza de 25 000 pesetas, algo que aprovecharon algunos de ellos para huir del país. Otros, en cambio, entraron en la Falange Auténtica o Fuerza Nueva.
Todos ellos integraron la llamada «trama negra» española, que conectaba terrorismo con organizaciones políticas de extrema derecha con apoyos financieros y logísticos a nivel nacional e internacional. Uno de sus integrantes más activos, según el informante entrevistado por Interviú, fue Alberto Royuela, dirigente del grupo Mariano Sánchez Covisa (relacionado con los paramilitares Guerrilleros de Cristo Rey. Covisa fue uno de los fascistas más famosos y activos de la época. En un diario alemán, durante una entrevista, afirmó que «si se presentara la situación por la que usted pregunta estaría dispuesto a matar sin demasiados escrúpulos al servicio de la Patria»). Royuela, en septiembre de 1976, intentó la creación de una especie de coordinadora de grupos violentos de extrema derecha. Había sido detenido meses antes, en enero, acusado de participar en diversos atentados perpetrados por el G.A.S. en diversas librerías y entidades cívicas. Tras permanecer un mes en la cárcel Modelo de Barcelona, resultó sobreseída su causa tras el decreto de amnistía.
También, según Interviú, figuraba otro importante neonazi español, Ernesto Milá, acusado de atracar una joyería en Barcelona en 1978. Posteriormente se trasladó a París, donde mantuvo estrechos contactos con los ultraderechistas Stefano Delle Chiae y Salvatore Francia, con quienes trabajó en la edición de la revista Confidentiel, considerada como el órgano de expresión de los neonazis europeos. Este fue uno de los primeros puentes claros que conectaban el nazismo y fascismo europeo con los fascistas españoles.