Los «safaris de ratas» de la capital de España
/A finales de los setenta proliferaron los concursos de cazas de ratas. Los vecinos de los barrios más pobres, para protestar por la situación de abandono que sufrían, armados con piedras y palos competían por hacerse con el premio a la «rata más grande». Incluso crearon una Asociación para el desarrollo y proliferación de las ratas en los barrios
Jack Black era el cazador de ratas más efectivo de Battersea, Inglaterra, a mediados del siglo XIX. Era implacable con los roedores, conocía sus lugares de proliferación y toda clase de venenos. Incluso se hizo su propio uniforme de exterminador: capa de verde, chaleco de escarlata y pantalones con banda de cuero que rodeaba su pecho y espalda y en la que podían verse dibujos de ratas y una corona real. Como cazador oficial de la reina de Inglaterra, le precedía una gran fama, aunque al parecer ese «título» nunca existió oficialmente. En París eran los traperos quienes se atrevían a descender al laberinto subterráneo de la ciudad a la caza de las ratas. Un tal Chevreau llegó a contar con una jauría de perros dedicados a dar con ratas de gran tamaño que más tarde ponía a pelear contra perros en Montparnasse, un espectáculo que llegó a ser muy popular. En la Lisboa de hace un siglo se recompensaba a quienes cazasen y exterminasen a ratas y ratones. No solo para la diversión: en épocas de hambruna la rata se convirtió en alimento, tanto en nuestra vecina Francia como aquí mismo, donde nuestros gatos eran al parecer los mejores y de mayor fama en la caza de ratas hasta el punto de que hubo quien intentó venderlos en masa para sofocar las plagas francesas.
Los vecinos de Entrevías y el Pozo del Tío Raimundo hubieran agradecido la aparición de un ejército de exterminadores liderados por Black Jack. Sin embargo, la tropa de cazadores de ratas estaba formada por la chavalería y jóvenes de la zona, una de las más deprimidas de la capital que, desde hacía años, protestaba por la penosa situación de miseria e insalubridad que vivían. No eran los únicos puntos «calientes» de la pobretería y los barrios proletarios con gran concentración de chabolas junto a edificios de relativa nueva construcción que, no obstante, carecían de cualquier infraestructura social, educativa o sanitaria. El chabolismo del Pozo del Tío Raimundo había comenzado en la posguerra, con el hambre atroz en la capital y el problema de las infraviviendas (apenas unas cobachas hechas con cartones o chapa), que se multiplicaban más allá del Manzanares, Ventas o Tetuán.
«Los vecinos habían creado una denominada Asociación para el desarrollo y proliferación de las ratas en los barrios»
En 1976 ya no aguantaban más. Al mismo tiempo, tras la muerte del dictador, el asociacionismo vecinal despuntaba y no había barrio obrero que no tuviera su parroquia y su asociación de vecinos exigiendo viviendas dignas o unas condiciones de vida mínimas. El rock and roll castizo, Burning, los cantautores protesta, los héroes y heroínas del rrollo también lo contaron. La transición se llevaba a cabo con las rémoras pasadas. España era un país de dos o tres velocidades.
Durante aquel verano, coincidiendo con la llegada del sofocante calor, las ratas campaban a sus anchas en los parques y descampados. Para la chiquillería era frecuente toparse con estos animales y, además, hacerlo ante ejemplares de gran tamaño. En uno de estos descampados, una soleada mañana de domingo, se organizó el primer Gran Concurso de Caza de Ratas convocado por los vecinos del barrio de La Paz de Entrevías, quienes a su vez habían creado una denominada Asociación para el desarrollo y proliferación de las ratas en los barrios. La directiva, en protesta por la desidia de las autoridades, estaba integrada por el delegado de Sanidad como presidente, honorario, el teniente de alcalde del distrito como vicepresidente y el doctor Rodríguez de la Fuente como secretario. Por entonces el alcalde en funciones era Villoria.
Los safaris, lejos de decaer, aumentaron y se pusieron de moda. «La caza de ratas en Madrid se ha convertido, para algunos barrios, en deporte de domingo –contaba El País en septiembre de 1977–. Durante el pasado fin de semana las asociaciones de Alcobendas organizaron su safari especial, con copa para el vencedor. Las armas más utilizadas fueron piedras, cascotes y escobas contra los roedores, que, cada día más, forman sus colonias en los alrededores de Madrid, al amparo de un deficiente saneamiento. Experiencias de este tipo se han hecho también en Vallecas y Entrevías, donde el premio al vencedor fue de 3.000 pesetas a la rata más grande».
Al año siguiente de los safaris en el Pozo del Tío Raimundo, por la presión vecinal se firmó un plan de choque que planteaba la remodelación total del barrio. Se prometió una vivienda digna para sus habitantes, ofreciéndose canjes de cada casita por una nueva con ventajas para el pago de esta. Años después, las chabolas seguían junto a bloques de cuatro plantas y torres de nueva construcción.
Las fotografías, que desconocíamos, han sido publicadas hace poco por Andrés Molina González en Historias Matritenses.
«No me ha costado mucho trabajo conseguirlas –declaró orgulloso a El País–, ya que la caza en la zona es abundantísima»
Los medios, en esta ocasión, sí acudieron a fotografiar el extraño concurso (las fotografías son de Larena y salieron publicadas en el Diario Ya), que había contado con uno anterior, aunque tuvo menos repercusión. Pedro Huerta, vecino de Entrevías y armado de un gran palo, fue el ganador absoluto del concurso: consiguió la rata más gorda (325 gramos, tras pesarla en una báscula y certificarlo el jurado), la más grande y el mayor número de ellas. «No me ha costado mucho trabajo conseguirlas –declaró orgulloso a El País–, ya que la caza en la zona es abundantísima». Nuestros gatos, a finales de los setenta, eran al parecer los mejores y de mayor fama en la caza de ratas hasta el punto de que hubo quien intentó venderlos en masa para sofocar las plagas francesas.
Pronto cundió el ejemplo y se organizaron más «safaris de ratas» en barrios en que los vecinos se hacinaban y luchaban día a día contra las ratas, el hambre y la miseria. No solamente en Madrid. En Vigo, por la época de los concursos madrileños, en la barriada miserable de Cristo de la Victoria, se organizó también un evento de protesta. Medio centenar de chicos hicieron batidas en busca de la «rata más gorda». En Barcelona, los vecinos de la Prosperitat, en Nou Barris, a principios de los años ochenta, organizaron concursos similares para protestar por las condiciones terribles que padecían: «No son ratas, son tigres», comentó uno de los cazadores urbanos, los herederos del legendario aniquilador Jack Black. En el polígono de Bellvitge, en L’Hospitalet, poco después de los safaris de Entrevías, sus vecinos hicieron algo parecido, mientras en Mataró, por ejemplo, se desataba el tifus.
Por entonces, ratas y humanos convivían en muchos lugares del extrarradio barcelonés. En el barrio de San Ildefonso, en Cornellá, La Banda Trapera del Río puso banda sonora a los safaris de ratas con «Venid a las cloacas»: «Ciudad satélite [San Ildefonso] es como una enorme cloaca / por eso sus habitantes tienen rabo como las ratas / rabo como las ratas, como las ratas / rabo como las ratas, de cloaca». La simbiosis definitiva, la nueva raza.